García Márquez es cremado sin grandes exequias; el mundo llora al periodista y escritor que marcó el Siglo XX

18/04/2014 - 12:01 am

Por Shaila Rosagel y Mónica Maristain

Una extraordinaria foto de Pedro Valtierra
Gabriel García Márquez captado por la lente de Pedro Valtierra

Ciudad de México, 18 de abril (SinEmbargo).– Gabriel García Márquez, quien alcanzó en vida los más grandes honores que un escritor y un periodista pueden recibir, fue cremado ayer, en el día de su muerte, sin más exequias que una ceremonia privada. El mundo de la cultura expresó su pesar desde que se dio a conocer la noticia de su fallecimiento, lo mismo que hombres de Estado. Pero al autor de Cien años de soledad y otras obras traducidas a casi todos los idiomas, así como su familia, optaron por un protocolo reducido, mínimo.

Gabriel José de la Concordia García Márquez nació Aracataca, Colombia, “el domingo 6 de marzo de 1927 a las nueve de la mañana”, como él mismo narra en sus memorias. Escogió el Distrito Federal como su residencia permanente durante varios de los últimos años porque era un amante de México. Cuentista, novelista, guionista, editor y maestro de generaciones de periodistas, recibió en 1982 el Premio Nobel de Literatura.

Gabo, como se le conocía, simple y llanamente marcó el Siglo XX con su literatura.

El cuerpo de Gabriel García Márquez salió ayer de su casa –en la calle Fuego 144 de la colonia Jardines del Pedregal en el Distrito Federal– casi a las cinco de tarde en una carroza gris rumbo a la funeraria J. García López, ubicada sólo a unas cuantas cuadras de su residencia.

Salió casi tres horas después de que la muerte lo sorprendió  a causa de una infección pulmonar. Nadie vio cómo iba vestido ni tampoco quiénes de su familia lo acompañaban en aquel último recorrido.

El camino fue corto. La carroza anduvo por unos minutos por las calles angostas de Jardines del Pedregal. La funeraria, situada a unos cuantos metros de la casa del escritor, lo esperaba, le abrió las puertas y García Márquez, el escritor, el periodista, desapareció detrás de decenas de elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal.

Entró a las cinco de la tarde, sin fans y con varios medios de comunicación detrás, y ya no salió durante toda la tarde, pero tampoco nadie entró a las instalaciones.

No llegaron políticos ni novelistas ni intelectuales, sólo una mujer vestida de luto que dijo llamarse Hilda García Neri y aseguró que era su sobrina, intentó entrar a la funeraria sin éxito.

“Es increíble que no me dejen pasar, soy su sobrina, pero tiene que venir por mí un familiar y nadie puede salir. No sé porqué hacen  tanto escándalo, no es un circo esto. Mi tío acaba de morir”, dijo a la prensa y luego se fue.

Gabriel García Márquez recibió coronas de flores amarillas enviadas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y algunos particulares, pero las flores tampoco entraron. Se quedaron afuera en medio de la brisa helada que empezó a correr entradas las siete de la tarde.

Algunos lectores admiradores suyos llegaron con pequeños ramos de flores.

“Me duele, porque ya no leeré más textos de él, pero me conforta que nos deja su legado y seguirá vivo en sus textos y en sus lectores”, dijo Karen Ávila, de 22 años y estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Karen encontró a García Márquez cuando tenía 15 años y en la casa de sus abuelos había un libro viejo en un librero.

Era Memoria de mis putas tristes. Karen lo tomó con curiosidad y descubrió a un escritor que la atrapó.

Después conocería Crónica de una muerte anunciada, uno de sus preferidos.

En la pequeña banqueta de la funeraria se sentaron algunos lectores de García Márquez, en espera de la oportunidad de entrar y dejarle una flor amarilla.

Ahí, Omar López, estudiante de Física en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) leía unos párrafos de “La mujer que había llegado a las seis” del cuento Ojos de Perro Azul.

“El hombre la miró con una ternura densa y triste, como un buey maternal. No la miró para escucharla, apenas para verla, para saber que estaba ahí, esperando una mirada que no tenía por qué ser de protección o de solidaridad. Apenas una mirada de juguete”, leyó.

Omar se quedó una hora más leyendo la obra del escritor y luego, cuando le dio frío y que no había posibilidad de entrar a leerle a García Márquez, se retiró.

Eran las nueve de la noche cuando salió Manuel Ramírez, un empleado de la funeraria, para decir que no saldría ninguna carroza y que no habría velación.

Casi al mismo tiempo, en Fuego 144, la familia informó que el escritor sería incinerado en un evento privado y que no habría un funeral, sino hasta las cuatro de la tarde del próximo lunes en Palacio de Bellas Artes, donde se le realizará un Homenaje Nacional.

Eran las diez de la noche y afuera de la casa de Gabo sólo había un calle solitaria, sin fans, rodeada de vallas y con una veintena de policías resguardando la entrada bajo la luz tenue de la bombilla que iluminaba la puerta.

Fotografía: Cuartoscuro
Gabriel García Márquez murió ayer a la edad de 87 años. Fotografía: Cuartoscuro

CIEN AÑOS DE SOLEDAD

Una muerte anunciada aunque nunca aceptada. Desde hace dos semanas, cuando se supo que estaba internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, el escritor colombiano Gabriel García Márquez tuvo en vilo a los medios periodísticos, a sus colegas y amigos, a los miles y miles de lectores que tiene en el mundo.

A pesar de su edad avanzada (87 años), la mayoría de los cuales dedicó a la literatura y al periodismo, nadie quería escuchar hablar de la muerte del Premio Nobel de Literatura, del autor de Cien años de soledad, del constructor de un canon que marcó en forma definitiva las letras latinoamericanas del Siglo XX.

Así lo dejaron expresadas las redes sociales cuando el 31 de marzo se supo que el llamado padre del realismo mágico luchaba contra una neumonía y, siempre de acuerdo a la escueta información oficial proporcionada por su familia, se restablecía favorablemente.

El 8 de abril, “Gabo” regresaba a su casa y desde entonces no pararon los rumores en torno a un desenlace fatal y que finalmente aconteció este Jueves Santo, pasadas las 14 horas, en la ciudad de México, país donde vivía desde hace muchos años y en el que escribió su obra cumbre Cien años de soledad.

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos”.

“¿Ahora quién escribirá Cien años de soledad? De lo mejor que nos ha pasado a los amantes de la lengua castellana”, escribió la escritora argentina Sandra Lorenzano, en una de las primeras reacciones en México a través de las redes sociales, que explotaron en un lamento unánime al conocerse la desaparición física del querido escritor nacido en Aracataca, municipio colombiano de Magdalena, el 6 de marzo de 1927.

UN AUTOR BENDECIDO

Se recordó su amor por el futbol, por la música, sus encuentros y desencuentros con el cine, su compromiso con el periodismo, su difícil relación con la celebridad, con la fama.

Desde el ámbito de la música popular, escribieron lamentos públicos su amiga y compatriota Shakira, el joven Dante Spinetta (integrante de Yllia Kuriaki and the Valderramas), el español David Bisbal.

Instituciones como el INBA, el Conaculta, el Fondo de Cultura Económica, empresas editoriales como Planeta, cuyo sub sello Diana posee los derechos de 24 de sus títulos, medios periodísticos como The New York Times, multiplicaron las loas a su figura humana y literaria.

El panameño Rubén Blades, que escribió “Ojos de perro azul” inspirado en un cuento del Gabo, no había secado sus lágrimas por la trágica muerte este miércoles del músico puertorriqueño Cheo Feliciano, cuando se enteró de la muerte del autor colombiano.

Se admiraban mutuamente y García Márquez decía tener envidia de Rubén, por haber escrito en una canción como “Pedro Navaja”, una historia que a un escritor le ocuparía mil páginas.

Entre los jóvenes escritores colombianos, se destaca la palabra de William Ospina, quien en una columna del periódico El País contó que “Lo acompañé una vez a la librería Gandhi, en Ciudad de México. Gabo había estado enfermo y la gente lo sabía. Mientras recorríamos los estantes se fue formando silenciosamente, como siempre, una fila de personas que lo esperaba para que firmara sus libros.

Me pidió que le avisara cuando hubiera transcurrido cierto tiempo. De pronto vi algo conmovedor. Mientras allá, al fondo, García Márquez firmaba los libros, un par de señoras, a sus espaldas, y sin que él se diera cuenta, lo bendecía”.

Fotografía: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Un amplio dispositivo afuera de su casa en el DF. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

COMO SALCHICHAS

De Arataca a Macondo, el pueblo imaginario donde transcurre la historia que lo llevó a la cúspide literaria, fue la medida justa y no por ello menos extraordinaria de un éxito que le costaba aceptar como natural.

Con Cien años de soledad, un libro decisivo para obtener el Nobel en 1982, logró los premios al mejor libro extranjero en Francia (1969) y el Rómulo Gallegos en Venezuela (1972).

“Lo peor que le puede suceder a un hombre que no tiene vocación para el éxito literario o en un continente que no está acostumbrado a tener escritores de éxito, es publicar una novela que se venda como salchichas. Ese es mi caso. Me he negado a convertirme en un espectáculo, detesto la televisión, los congresos literarios, las conferencias y la vida intelectual”, supo decir en sincera “represalia” a una celebridad que nunca se vio atenuada.

Por el contrario, en las escasas apariciones públicas de “Gabo” en los últimos años, no hacía más que recibir el aplauso espontáneo y verdadero de los que admiraban tanto la obra como a la buena persona que fue, siempre cerca de los que más sufrían, de los menos favorecidos.

Como cuando salió el 6 de marzo a la puerta de su casa, al sur del Distrito Federal. Cumplía 87 años. Tenía un ramo de rosas amarillas en la mano y escuchó con dulce paciencia cómo sus admiradores le cantaron las mañanitas.

El coronel no tiene quien le escriba, considerada entre las 100 mejores novelas del Siglo XX, fue otro de los puntos altos en una carrera literaria que contempla 50 títulos.

Hay Amor en los tiempos del cólera, La hojarasca, Los funerales de la mamá grande, El general en su laberinto, perlas en una larga cadena donde habló por sí y construyó de ese modo una voz propia, desafortunadamente imitada hasta el hartazgo, y donde supo ser el vocero de una Latinoamérica a la que siempre consideró sin fronteras, como una Patria grande con mayúsculas.

Así lo destacó este jueves, a pocos minutos de conocerse su fallecimiento, el titular del CONACULTA, Rafael Tovar y de Teresa, quien remarcó que Gabriel García Márquez “llevó lo latinoamericano a lo universal”, al tiempo de anunciar que desde la esfera oficial mexicana se prepara un homenaje “a la altura del personaje”.

De hecho, el titular del Conaculta ha mantenido una conversación con la viuda y el hijo menor del escritor, para ofrecerles “toda la colaboración que necesiten” y ha informado en Twitter que el próximo 21 de abril, Gabo será honrado en el Palacio de Bellas Artes.

Foto: Notimex
El Gabo. Foto: Notimex

TRISTE, SOLITARIO Y FINAL

Este hombre que tenía muchos admiradores y amigos, se consideraba el “más solitario que conozco” y también “de los más tristes”. Tal vez la tristeza era su nacionalidad real, porque en definitiva, así es la gente del Caribe.

Muy así, muy triste, “aunque tienen fama de todo lo contrario, de gregarios, de pachangueros, de fiesteros, pero tú los ves en plena fiesta y están con unos ojos de melancolía…”, decía el Gabo, el mismo que escribía para que sus amigos lo quieran más y el que cuando recibió el Nobel se puso guayabera y llevó a cantar a la increíble Totó La Momposina.

“Lo curioso fue que unos días antes de viajar y de que incluso tuviera el vestido que me iba a poner para cantar en Estocolmo, soñé con ese castillo y con ese concierto”, contó la artista en una de sus recientes visitas a México.

PUEBLITO Y LAS LETRAS

Casi como un sueño fue su vida en un pueblo donde a menudo el calor arreciaba, mientras él era criado por abuelos y tías, pues su padre, el telegrafista Gabriel Eligio García y su mujer, Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir a Sucre, donde el patriarca montó una farmacia y donde el matrimonio tuvo la mayoría de sus 11 hijos.

Entre leyendas militares del abuelo Nicolás y fábulas familiares a cargo de su abuela Tranquilina, fue construyendo Gabo los cimientos de su literatura. Hizo la preparatoria en el Liceo Nacional de Zipaquirá, donde su profesor de literatura, Carlos Julio Calderón, fue el gran impulsor de su vocación.

Siguió la carrera de leyes sin graduarse, primero en la Universidad Nacional de Bogotá y luego en la de Cartagena, aunque para entonces (1947) ya le había picado el veneno de las letras y comenzó a publicar cuentos (“La tercera resignación”, “Eva está dentro de un gato”) en el suplemento Fin de semana, de El Espectador.

PASIÓN PERIODÍSTICA

Comenzó como columnista en el periódico de Cartagena de Indias El Universal y casi toda su vida se dedicó a construir los parámetros por los que hoy se rige el buen periodismo latinoamericano.

Consideraba que el periodismo era el mejor oficio del mundo y se murió en 2014, cuando la profesión de periodista vuelve a estar muy abajo en el ranking de las mejores y peores ocupaciones que cada año publica la web de empleo CareerCast.

El dato estadístico, de todas maneras, no lo hubiera amilanado y seguiría defendiendo su derecho a la información y a contar la realidad, sin dejar de protestar por la mala calidad del periodismo escrito de la actualidad, que lo hacía rabiar cada mañana.

“Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes reportajes novelados o fantásticos, pero el método de investigación y de manejo de la información y los hechos son de periodista”, dijo durante una entrevista radial en 1991.

Gabo, periodista, un compendio de los textos periodísticos que editó el Fondo de Cultura Económica, Conaculta y la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), con el objetivo de conmemorar los 30 años transcurridos desde que el escritor recibió el Nobel, allá por 1982, se dio a conocer en 2012 y no hizo más que refrendar su compromiso con el oficio reporteril.

Del corazón periodístico de Gabriel García Márquez, a su abrigo, crecieron importantes figuras del oficio en nuestro continente, entre ellos el estadounidense Jon Lee Anderson, su amigo personal y el mexicano Juan Villoro, quien el año pasado, en Bogotá,  declaró que la persona que más  marcó en su ejercicio como periodista, por la capacidad que tiene para transformar la realidad, fue Gabo.

“Sería presuntuoso decir que soy su discípulo. García Márquez es uno de los autores que más me ha marcado, sobre todo en el periodismo.

Para él fue muy importante entender la realidad, para cambiarla. Él nunca dejó de escribir periodismo, incluso estuvo comprometido en hacer empresas periodísticas”, dijo, recordando la experiencia de la revista Cambio, que el escritor fundó en 1998 y que terminaría vendiendo en 2006, a la editorial El Tiempo.

“Esa actividad quijotesca, que muchas veces tiene que ver con fracasos, gastos y derroches de dinero, él la emprendió porque entiende el periodismo como un instrumento de transformación de la realidad”, afirmó Villoro en el país natal de García Márquez.

“Algunos han pensado que García Márquez sólo ha optado por el periodismo en momentos en que ha necesitado dinero o cuando ha agotado su inspiración. La verdad, sin embargo, es que el periodismo es un aspecto integral de su personalidad literaria y por eso osciló siempre entre las dos actividades, ficción y periodismo: la literatura que tiende más a una expresión del yo y la expresión documental que exige que uno piense más en el público lector”, dijo el biógrafo Gerald Martin

En Vivir para contarla, Gabo confesó: “mis padres durmieron tranquilos desde que les hice saber que en el periódico ganaba bastante para sobrevivir. No era cierto. El sueldo mensual de aprendiz no me alcanzaba para una semana”.

“Los directores de periódicos colocan a los reporteros en la escala de los aprendices y cuando de veras aprenden y deja de ser pobres los sientan a arreglar el mundo en un escritorio, desde donde es más fácil llegar a ser diputado que escritor”, se quejaba.

Otro escritor y periodista, el argentino Tomás Eloy Martínez (fallecido en 2010), amigo del escritor colombiano desde la década de los ’60 y lector atento de su obra, contaba que le impresionaba el periodismo de García Márquez “por la calidad sostenida de lo escrito, años tras año, sin importar el tema”.

En 1994, a los 72 años, creó junto a su hermano Jaime García Márquez y el empresario Jaime Abello Banfi, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, con sede en Cartagena de Indias, que dicta cursos y talleres para periodistas.

CONTADOR DE HISTORIAS

Gabriel García Márquez vivió una larga vida, llena de sorpresas y donde nunca le faltaron el cariño de los suyos, sobre todo el de su mujer Mercedes Barcha y de sus hijos, el cineasta Rodrigo García y del pintor y diseñador gráfico Gonzalo García (de gran parecido físico con su padre).

La admiración de sus pares y de un público que en muchas partes del mundo abarcaba varias generaciones lo acompañó a lo largo de una existencia donde los libros y el amor por la palabra fueron signos de una vida profunda, intensa, experimentada con todos los sentidos.

En 1999 un cáncer linfático, que logró ser controlado con quimioterapias en Estados Unidos, apuró la escritura de sus memorias, Vivir para contarla.

En dichas páginas, cinceló su imagen de hombre muy entendido en la literatura, aunque bastante alejado de ensayos académicos, justamente él, que fue nombrado Doctor Honoris Causa en muchísimas instituciones educativas del planeta.

A Gabo lo que le gustaba era contar historias.

“¿Qué clase de misterio es ése que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar ni que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?”, supo decir.

Fue comparado con Charles Dickens. Amaba a Willian Faulkner. Vendió más de 50 millones de ejemplares de Cien años de soledad y murió en el año cruel en el que también partieron José Emilio Pacheco y Juan Gelman.

“No sé a qué horas sucedió todo. Sólo sé que desde que tenía 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme temprano todos los días, sentarme frente a un teclado, para llenar una página en blanco o una pantalla vacía del computador, con la única misión de escribir una historia aún no contada por nadie, que le haga más feliz la vida a un lector inexistente”: con esa rutina Gabriel García Márquez hizo mejor el mundo y sin duda que gracias a él fuimos un poco más felices.

A nosotros, sus dolientes, nos esperan cien años de profunda soledad y de buscar consuelo en las páginas eternas de sus libros inolvidables.

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