¿QUIÉN ES REALMENTE MARCELO EBRARD?

18/10/2011 - 12:00 am

Capítulo 1

Días de ganar y perder

 

Marcelo Ebrard Casaubón camina despacio por el segundo piso de sus oficinas de la colonia Condesa, en el Distrito Federal. Va hacia su breve despacho desde la sala de juntas. Y va encorvado. Pareciera como si cargara en la espalda una loza de veinte toneladas.

Es verano y las lluvias de mayo no llegan. El primer semestre de 2011, crucial en la carrera presidencial mexicana, ha sido de resultados variopintos para el jefe de Gobierno. Como administrador de la urbe más complicada del mundo recibió más de un reconocimiento público durante ese tramo del año. Como político, huy: dos cachetadas por aquí, otras dos por acá, empujones, tropiezos. Y gestos solidarios, también; amables nada. En política no existen los gestos amables.

Estoico, envuelto en una pesada cobija de pragmatismo, Marcelo no baja el rostro en público. No puede bajar la guardia, lo sabe. Menos frente a los otros. Pero en su oficina se da, parece, algunas libertades. Como caminar cabizbajo, abstraído. Su equipo, junto a él, está atento. Alfonso Brito lo sigue con la mirada; es su hombre para asuntos de prensa. También lo siguen, sin interrumpirlo, Karina Molino, su secretaria particular, e Iliana Martínez, la directora ejecutiva de eventos. Marcela Gómez Zalce, jefa de la oficina y amiga desde las primeras correrías del político en el Distrito Federal, llega un poco más tarde.

Marcelo Ebrard es un hombre, dirían los mexicanos, seco. Si ríe, a esa risa le antecede una frase irónica de él mismo. Tampoco acostumbra, en privado, ver a los ojos de la gente. Clava la vista en el techo o en su escritorio, y contesta. O pide, u ordena, según sea el caso. Carga un lápiz, o una pluma, y hace apuntes a mano. Esconde o pone a la vista, dependiendo de la visita, la cajetilla de Marlboro que se promete abandonar.

–Ya no fumo –dijo en la primera entrevista para este libro. Y en un descuido, en otro encuentro, la cajetilla reapareció.

Qué verano. Después de las sumas y las restas, podría decirse que Ebrard ha ganado: este individuo puede ser el próximo presidente de México; se ha preparado para ello. Si no en 2012, en 2018, ¿por qué no? En el camino ha dejado muchas cosas, incluyendo un segundo matrimonio. Ebrard se divorcia y es, dice, por falta de tiempo para atender su vida personal.

A veces pareciera, por declaraciones aquí y allá, que es simplemente una separación; que volverá a su ex mujer, la de su segundo matrimonio: la artista Mariagna Pratts. Pareciera que sólo espera a que esto se normalice; que su vida no sea ésta que lleva ahora, del tingo al tango. Cuando pase 2011, y luego 2012 y sepa, por fin, cuál será su destino, vendrá 2013, año de enormes decisiones.

Quizás entonces estará en el exilio voluntario. Quizás esté dando la pelea desde otra trinchera. O quizás deba administrar un país.

–¿Ve a un sicólogo? –se le pregunta.

–Nunca he buscado el servicio de un sicólogo. No lo he necesitado, por fortuna. Hasta ahora.

Ver al sicólogo es una moda de los últimos años entre las clases media y alta de México.

–¿Qué pasó con quien ahora es su ex mujer?

–Mira, hay un comunicado. Llegamos a un acuerdo y no agregaría mayor cosa. Simplemente llegamos a un acuerdo que creo que fue lo mejor para ambos, respetándonos cada quien. Y así lo hicimos.

–¿Cuál es su rutina en este lugar?

–Tenemos muchas reuniones del gobierno, del gabinete, y lo hacemos aquí porque para muchos ir al Zócalo en la tarde [al Centro Histórico de la Ciudad de México, en donde se encuentran las oficinas del gobierno de la ciudad] es muy complejo. Por eso pensé en tener un lugar alternativo.

–Le gusta la Condesa…

–Siempre me ha gustado la Condesa. Es una maravilla. Es una de las cosas que más me gustan de la ciudad. Ha evolucionado en un sentido muy interesante –dice.

Le cuesta hablar de su vida privada. Queda claro.

Sí hay otro Marcelo en público. Es uno que intenta ser más directo, más vivaracho, más expresivo. Pero no es este, el Marcelo de todos los días en su oficina.

En la Condesa, en el Distrito Federal, donde ha vivido y trabajado Marcelo Ebrard los últimos años de su vida, los jóvenes se lanzan a un desenfreno moderado que los más grandes no desaprueban, sin todo lo contrario: lo asumen como parte de la rutina del barrio.

La Condesa es una síntesis de lo que una comunidad de cualquier parte de México desearía; hay seguridad, los servicios públicos son aceptables, un sistema colectivo de bicicletas permite a los habitantes desplazarse sin necesidad de utilizar los autos. Además hay restaurantes, bares, zonas habitacionales, parques y avenidas arboladas que aportan una calidad de vida que sólo se replica en otras ciudades de renombre internacional. La especulación inmobiliaria ha generado el aumento de más del 40% en el uso de suelo. El metro cuadrado de terreno se valora entre 8 y 10 mil pesos. En calles típicas como Ámsterdam y Sonora, hay departamentos de hasta 400 mil dólares o más. Las rentas en 1997 estaban en 6 mil pesos mensuales ahora cuestan el doble. En 2002 cumplió 100 años.

Este barrio no es la ciudad de México. Es una “probadita amable” de lo que podría ser este riquísimo país, y se acerca a lo que su alcalde mismo quisiera para toda la urbe de entre 8 y 10 millones de habitantes que gobierna con postulados liberales, progresistas, de izquierda.

La Condesa es también un oasis para un país con 40 millones de pobres (poco más del 40% de su población), sometido a una violencia que muchos atribuyen a la guerra contra las drogas lanzada por el presidente derechista Felipe Calderón desde el 6 de diciembre de 2006, a sólo cinco días de asumir su cuestionado mandato.

El país ha cambiado en poco tiempo. El dinamismo económico del norte se ha desplomado, en contra de lo que fue una tendencia en México. “En los últimos seis años, en la lista de los 10 estados con mayor crecimiento de la economía, aparecen seis en la zona centro, dos en la costa del Pacífico, otros dos en el sureste y ninguno en la frontera norte. Puebla, Querétaro, Aguascalientes, Zacatecas, San Luis Potosí y el Estado de México, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), son las entidades que destacaron por su dinamismo entre 2004 y 2010. En tanto, Baja California Sur y Colima lo hicieron en el Pacífico, y Tabasco y Yucatán, en el sur”, dice el diario Reforma, de centro-derecha. [1]

La guerra contra las drogas de Calderón, que se libra principalmente en el norte de México, es un fracaso. Las cárceles se llenan de narcotraficantes de varios calibres, pero el trasiego sigue y la violencia ha postrado al país: a su sociedad, a su economía. Los desaparecidos se cuentan por miles. El Ejército, institución con un enorme reconocimiento entre los mexicanos, es acusado de violar los derechos humanos mientras la administración pública federal parece haber concentrado todo su esfuerzo en el combate armado contra los cárteles de la droga. Calderón no habla de otra cosa en sus discursos que del “narco”.

El hombre más poderoso del sexenio es un policía. La cartera más renombrada está en manos de Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública, a quien se acusa de violar los derechos humanos, de enriquecimiento ilícito y de apoyar al cártel de Sinaloa, en manos de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, un narcotraficante que se escapó de prisión durante la presidencia de Vicente Fox Quesada, del Partido Acción Nacional (PAN), el primer mandatario de oposición.

Guzmán Loera es considerado por la revista Forbes uno de los hombres más ricos del mundo. El combate al narcotráfico, según los analistas, lo ha vuelto más poderoso.

La revista The Economist, por ejemplo, dice que el ataque desigual a los cárteles de la droga durante los gobiernos panistas ha permitido a “El Chapo” crecer: volvió de su empresa un imperio. [2]

El mismo Calderón Hinojosa ha reconocido que el fracaso de su guerra marcará su sexenio. Así lo dijo en público ante la sociedad civil, cuando el escritor Javier Sicilia, una víctima de la inseguridad que ha abandonado la poesía y se ha vuelto activista, lo acorraló en el Castillo de Chapultepec durante las pláticas públicas que sostuvieron en junio de 2011.

Nunca un presidente fue conminado, en su cara, a pedir perdón a los ciudadanos por los errores cometidos durante su mandato.

Nunca antes un jefe del Poder Ejecutivo federal había sido acusado de 40 mil muertes en su propia cara.

Eso sucedió en aquel encuentro.

Y ese es el entorno en el Marcelo Ebrard Casaubón intenta convencer a la izquierda, primero, y luego al país, de que es el hombre que la República necesita.

Pero el camino ha estado lleno de piedras. Muchas piedras. Tantas piedras que esa tarde de verano, en su oficina del barrio la Condesa, se le ve cansado.

Además de que Ebrard pelea por la nominación contra quien fuera uno de sus dos mentores, el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador (el otro es Manuel Camacho Solís y sigue con él), debe luchar contra la tendencia en la intención de voto: Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México hasta septiembre del 2011, encabezaba de manera arrolladora todas las encuestas.

Peña Nieto es miembro del Revolucionario Institucional, partido que gobernó México durante 70 años y que volvió como alternativa política en gran parte por el desencanto de un electorado que vivió en 2000 la alternancia, pero que no ha cosechado las ganancias de un país que empezó el siglo XXI en una supuesta “normalidad democrática”.

Ebrard intenta vencer esta canasta de retos en un país que se muestra cansado.

 

***

Como administrador de la Ciudad de México, esos primeros meses de 2011 fueron muy buenos. Diciembre de 2010 cerró fuerte. El jefe de Gobierno fue galardonado con el premio al Mejor Alcalde del Mundo 2010, reconocimiento que otorga la Fundación City Mayors. Ebrard Casaubón dejó en la carrera a otros con buena fama: a Mick Cornnet de Oklahoma, Estados Unidos; a Domenico Lucano, de Riace, Italia; a Dianne Watts, de Surrey, Columbia Británica, Canadá; a Campbell Newman, de Brisbane, Australia; a Antonio Ledezma, de Caracas, Venezuela, y a Cory Booker, Newark, Nueva Jersey.

La elección del ganador se concretó luego de 18 meses de nominación pública “y una votación en la que participaron más de 320 mil personas en todo el orbe, y en la que también se tomaron en cuenta comentarios a favor de los alcaldes”. Tann vom Hove, editor principal de la organización City Mayors, dijo en un comunicado que “Ebrard se ha distinguido desde 2006 como un reformista liberal y pragmatista que no ha temido enfrentarse a la ortodoxia de México”, y se refirió a su defensa a “los derechos de la mujer y de las minorías, y se ha convertido en un defensor de asuntos en materia ambiental internacionalmente reconocido”. [3] Buena definición para un hombre que se define a sí mismo como progresista.

Así llegó Ebrard a enero del 2011. Luego, también como servidor público, alcanzó la presidencia de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO), lo que le permitió mantener una fuerte presencia en los medios nacionales. Organizó a los mandatarios estatales en torno a un operativo policiaco denominado “Conago 1” que rindió frutos: aparte de las cifras sobre arrestos, prevención del delitos y etcétera, hizo ver que unidos, los jefes de los poderes locales –como él– podrían atacar al crimen organizado en momentos en los que la estrategia federal hacía agua: la inseguridad acosa la presidencia de Calderón.

Como logro adicional, Ebrard devolvió la vida a una organización denominada “Conagua” por muchos, y no por la dependencia federal que lleva esas siglas, sino porque la Conferencia “hacía agua” como los barcos que se hunden.

Pero ese empujón, en el columpio de la política, duró poco. Para el político, ese primer semestre de 2011 no fue el mejor. Tuvo otros de mayor calidad en su carrera. Varias de sus apuestas se vinieron al suelo, principalmente aquellas en las que jugó en contra López Obrador.

Primero, por las alianzas. En las elecciones de un año antes, en 2010, Ebrard y el entonces presidente del PRD, Jesús Ortega, habían logrado fórmulas electorales que para efectos locales, fueron tan importantes como el proceso de 2000 que llevó a Vicente Fox a la presidencia. El PRI perdió bastiones que no habían probado siquiera la transición democrática como Oaxaca, Puebla o Sinaloa; la izquierda retuvo Guerrero, que estuvo en peligro por una administración complicada del perredista Zeferino Torreblanca. Y en las entidades en las que no se logró la coalición, los opositores del PRI tuvieron derrotas graves por separado.

El mejor ejemplo es Veracruz, entidad gobernada por un populista, Fidel Herrera, de tan mala fama como la del “gober precioso” Mario Marín (Puebla) o la de Ulises Ruiz (Oaxaca). El candidato de Herrera, Javier Duarte de Ochoa, merecía la derrota por el desempeño de su antecesor, harto de escándalos, derroche y aumento de la inseguridad. Sin embargo, las fuerzas nacionales no permitieron esa alianza local. El PRI retuvo el estado. En realidad, la alianza veracruzana era caso imposible porque tendría que conciliar a dos enemigos poderosos del pasado: Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón. El primero limpió el camino para que su socio Dante Delgado Renauro, fundador de Convergencia, fuera el candidato; el presidente quiso por el PAN a Miguel Ángel Yunes, su director del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores Federales (ISSSTE) y aliado de su esposa, Margarita Zavala.

AMLO y Calderón perdieron ese verano de 2010, pero impusieron su voluntad. Ebrard, Jesús Ortega y César Nava, este último presidente nacional del PAN, ganaron cuatro estados con alianzas.

En 2011, sin embargo, las cosas fueron distintas. Andrés Manuel López Obrador hizo todo lo necesario para imposibilitar alianzas en las elecciones de Nayarit, Estado de México y Coahuila. En estos últimos dos estados, era importante frenar el avance del PRI, o por lo menos ponerle un susto. Edomex era gobernado por el seguro candidato priista a la presidencia, Peña Nieto. Y en Coahuila, el dirigente nacional tricolor, Humberto Moreira, intentaba –y lo logró– imponer a su hermano Rubén como gobernador.

Sin alianzas, Moreira y Peña Nieto ganaron de manera apabullante. Pero López Obrador logró, también, frenar las coaliciones que habían mostrado su éxito un año antes pero que le daban demasiado juego a su contrincante, a Marcelo Ebrard.

El otro golpe político para Ebrard fue la elección interna del PRD. La mayor fuerza de izquierda (por encima del Partido del Trabajo y de Convergencia, ambas organizaciones políticas a la orden de AMLO) cambió de dirección, y el jefe de gobierno pensó que podría dejar en la presidencia nacional a uno de su equipo, o por lo menos a uno muy cercano, lo cual le habría permitido dar un paso hacia la nominación para 2012. No sucedió. Ganaron “Los Chuchos” con Jesús Zambrano, y López Obrador con Dolores Padierna. El primero quedó en la dirigencia; la segunda ganó la secretaría general. El candidato de Marcelo, Armando Ríos Piter, quedó fuera.

Ríos Piter lleva una carrera meteórica envidiable y una formación muy parecida a la de Marcelo Ebrard, a quien se ha aliado recientemente. Nacido en 1973, es licenciado en derecho por la UNAM y en economía por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Tiene una maestría en seguridad nacional por Georgetown y otra en administración pública por Harvard. Fue coordinador técnico del Infonavit y asesor de José Ángel Gurría cuando fue secretario de Hacienda, en el sexenio de Ernesto Zedillo (1995-2000); fue subsecretario de Política Sectorial de la Secretaría de la Reforma Agraria cuando el titular era Florencio Salazar (con Vicente Fox) y posteriormente se regresó a su natal Guerrero, cuando Zeferino Torreblanca fue gobernador; lo hizo secretario de Desarrollo Rural, cartera a la que renunció en 2009, tres años después, para ser candidato del PRD a diputado federal.

Un año después de convertirse en legislador federal, se lanzó como aspirante a la gubernatura pero la perdió con Ángel Aguirre Rivero, quien triunfó con una coalición que incluyó fuerzas de izquierda, centro y derecha, y que tanto Marcelo como Ortega apoyaron. Se regresó a su curul en la Cámara de Diputados y fue poco después, con apoyo de Ebrard, que aspiró a dirigir el PRD nacional. Aún cuando perdió, “se cayó para arriba”: fue parte de una serie de negociaciones que abrieron oportunidades para los equipos de Andrés Manuel López Obrado, Ortega y el mismo Marcelo.

Alejandro Encinas, cercano de AMLO, se fue a la candidatura de la izquierda en el Estado de México; Zambrano quedó en la presidencia del PRD y Padierna en la secretaría general. En abril de 2011, a Ríos Piter se le dio la coordinación del Grupo Parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados que dejaba Encinas.

Pero con la derrota de Alejandro Encinas en Edomex, el nuevo puesto de Ríos Piter, que no es menor y que trabaja para la causa de Marcelo, quedó en entredicho. Los leales a AMLO quieren de regreso la coordinación. Pero esa es una negociación que tardará. Por lo menos más tiempo que el cierre editorial de este libro.

Como sea, el “premio de consolación” fue poco para la causa de Ebrard.

 

***

Un verano complicado, el de 2011. Un divorcio, más cigarros y golpes políticos, aunque como alcalde de la Ciudad de México no le fuera nada mal.

Quizás por eso algunos afirman que Marcelo Ebrard Casaubón no está hecho para la política. Que está allí por necesidad, porque lo suyo, lo verdaderamente suyo, es la administración pública. Para eso se ha preparado. De eso se trata su carrera y en eso se concentró como estudiante.

Si llegara a la presidencia, no sería el primer jefe del Poder Ejecutivo federal en la historia de México que rechaza a los políticos y prefiere, por encima de ellos, el servicio público.

 


[1] “Crece más centro que norte del país”. María Dolores Ortega, Reforma, 25 de Julio de 2011

[2] “Outsmarted by Sinaloa”. The Economist, 7 de enero de 2010

[3] “Ebrard, major alcalde del mundo 2010”. René Soto, Milenio, 7 de diciembre de 2010

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx
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