“La dictadura perfecta” desde una butaca: ya sabemos qué es, pero hay que verla

18/10/2014 - 12:00 am
La película se estreno el jueves en más de mil salas en todo el país. Foto: Twitter
La película se estrenó el jueves en más de mil salas en todo el país. Foto: Twitter

Ciudad de México, 18 de octubre (SinEmbrago).- ADVERTENCIA: spoilers adelante.

“Todos los nombres son ficticios… los hechos son sospechosamente verdaderos”. La sola entrada arrancó las carcajadas entre la concurrencia. Esto prueba que muchos ya sabían, desde antes de entrar a la sala de cine, lo que estaban a punto de ver.

“Que sea una buena historia”, es la primera de las expectativas que ponía en el filme Óscar, quien decía tener el antecedente de las dos producciones que preceden a La dictadura perfecta (La ley de Herodes y El infierno) y que forman una trilogía incómoda para muchos.

“Que tenga mucha parte cómica involucrada con realidad”, fue lo segundo que el joven, acompañado por su novia mencionó apresuradamente. Las luces se apagaron y la película dio inicio.

Desde los primeros minutos, la viralidad en internet se ve ejemplificada con vídeos de YouTube. El Presidente (Sergio Mayer) es el protagonista y, de entre todos los problemas que lo rodean, su mal inglés es apenas el menor de ellos. No obstante, el guiño es demasiado claro y quienes presenciaban el estreno de La dictadura perfecta sabían de inmediato a quién se hacía referencia.

En la película el hashtag aparece como figura omnipotente dentro de todo escándalo político que se respete. En este caso, la etiqueta (de claros tintes “foxianos”) #YaNiLosNegros, es el detonante de las acciones que se verán a lo largo de la película.

A partir de este momento el nuevo filme de Luis Estrada se convierte en una calca de lo que ocurre día a día en México. El público lo sabía. De modo que no se puede atinar si todas las risas que se concentraron en la sala fueron auténticas o producto de la pena ajena.

Aparece en escena Carmelo Vargas (Damián Alcázar), gobernador/cacique de un estado que, geografía aparte, podría ser cualquiera del interior de la República en donde el crimen organizado manda y los medios hacen hermandad con el “chayote”.

Mientras tanto, en la película también, los gigantes de la comunicación ubicados en la capital del país manejan en aparente secreto los hilos de la República con noticias tendenciosas y telenovelas. Por supuesto, está de más decir que en este mundo ficticio, al igual que el nuestro, todos ven la tele; ese oráculo omnipotente que tiene a todos en vilo de frontera a frontera y extiende sus tentáculos a través de millones pantallas.

La película refleja la realidad violenta del país por medio de la sátira. Foto: Screenshot
La película refleja la realidad violenta del país por medio de la sátira. Foto: Screenshot

Nace así el #SeñorDeLosPortafolios, aliado de los Bukis (el cártel, no el grupo) y aspirante guajiro a la presidencia de México. “¿No es encantador –me pregunto en un momento determinado de la película– “estarme riendo de las mismas injusticias que ocurren a diario?”. No puedo evitar sentirme un tanto hipócrita al festejar los atropellos que en la película acontecen a raudales. Sé que el contexto lo justifica; pero, ¿acaso esto lo hace más perdonable?

El resto del filme transcurre de la misma manera, con innumerables (pero eso sí, muy evidentes) gags en los que palabras “complot”, “mesías” o “mafia”; las telenovelas basadas en la ya sobada historia de la cenicienta y todo tipo de alianzas políticas sirven de telón de fondo para contar la historia de cómo un político trata de cubrir los desperfectos que deja tras de sí. Eso sí, con la ayuda de los medios de comunicación y la complicidad de los ciudadanos. ¿Les suena familiar?

“O le componen o al rato se les viene todo encima”, me diría luego el señor Emilio que estaba sentado detrás de mi lugar, haciendo referencia a las susceptibilidades que una película de esta naturaleza puede provocar. Aunque, en palabras de su acompañante, a quien debería caerle el veinte es “al pueblo”.

“Deberíamos exigirles demasiado [a los gobernantes], porque somos muy conchudos, agregó don Emilio.

Poco antes del final del filme me llega una notificación al celular. Era el mismo Carmelo Vargas (o su bot) haciendo un llamado a través de Twitter para que la gente no vaya a ver La dictadura perfecta. No pude resistir la tentación de responder y le di retuit al mensaje, precedido por un “Demasiado tarde”, de mi parte.

El público, contrario a lo que pensaba antes de que comenzara la proyección, se contuvo bastante. Fuera de las risas que se escucharon durante la función, no hubo una queja aislada que se hiciera notar. Desde donde estaba sentado, lo más que llegué a escuchar fueron los comentarios ocasionales que hacía la pareja de novios que estaban a un lado mío. “Mira, esas escenas las filmaron en el MUAC”.

La verdad es que, más allá de el desconcierto que deja la película al terminar, también ocurre una revelación que quizás pueda parecer obvia. De esta manera, a los más de 100 espectadores que nos reunimos este jueves para ver el estreno de La dictadura perfecta”, bien pudieron habernos puesto a ver las noticias y lo que hubiéramos visto sería más menos parecido.

Para nada se trata de una declaración que demeríite la película de Estrada, al contrario, la refuerza. Durante más de dos horas nos dio una probada grande de realidad mediática con el añadido de poder contemplar lo que ocurre detrás de cámaras. Sin embargo, en lo personal, puedo decir que me dejó con sentimientos encontrados.

Greta, sentada a un lado mío me dijo que no sabía que pensar. La entendí perfectamente, aunque me quedaba la duda si nosotros fuimos los únicos con esta sensación. “No me atrevería a juzgar a los que vinieron a verla. Creo que en parte es catarsis… si no nos riéramos estaríamos llorando todo el tiempo por lo que pasa”.

“Quiero llorar poquito”, agrega Greta. Creo que esa es la manera más honesta para nombrar a la sensación que deja esta película.

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