La gentrificación del campo mexicano

19/04/2017 - 12:00 am
México se mantuvo un tanto al margen de estas tendencias de volver al campo. Foto: Cuartoscuro.

Emigrar: del campo a la ciudad, de la ciudad al campo. Al primer tipo de migración lo asociamos con la revolución industrial, cuando la riqueza producida por las fábricas hizo sombra a la riqueza de la tierra. También, aunque menos se menciona, porque el campo siempre ha sido un lugar inseguro, presa de bandoleros eventuales; y en las ciudades –por allá del siglo XVIII- ya se hacía gala de algo llamado “policía” y científicos como Buffon ya dividían al mundo entre sociedades con “estado policial” y sociedades primitivas carentes de él.

¿Se ha dado cuenta de que los “trajes típicos” de países como Canadá e Inglaterra son uniformes de policías, uno del campo –las guardias blancas canadienses- y otro urbano?

Porque los hacinamientos urbanos causaban problemas que en el siglo XIX llamaban de “higiene” y lo mismo incluían la contaminación ambiental (y había que sembrar árboles y se crearon los bulevares) que el desempleo, la locura y la sexualidad (y se incrementó el número de cárceles y manicomios).

Pero no todo fue una reacción coercitiva. En Inglaterra se promocionó al ferrocarril como una solución ambiental -así como lo oye- porque permitiría a la gente vivir en un entorno más saludable, en el campo, y trabajar en la metrópoli.

Al siglo siguiente en Estados Unidos, gracias a Ford y al impulso de las ciudades de producción militar y los pueblos universitarios, aparecieron los suburbios donde se cambió al tren por el auto con el mismo fin: vivir en el campo, in the meadows, y trabajar en la ciudad. También comenzaron a proliferar conceptos como “la casa de campo”, “la casa en la playa”, el turismo, “la casa de descanso”, etcétera.

México se mantuvo un tanto al margen de estas tendencias de volver al campo. Hubo intentos –clubs campestres, country clubs, Avandaro, vecindades con campo de golf como moda en los 90- pero en gran medida minoritarios y bien acotados debido, probable y principalmente, a los esquemas de tenencia de la tierra: al ejido de propiedad nacional y uso colectivo.

Eso sí: los barrios de clase alta mexicana siempre han tenido más árboles que el resto. De modo que parecía que sólo faltaba un cambio en la legislación de la propiedad: una reforma a la reforma agraria. Y esto comenzó a suceder en 1992 y ha seguido sucediendo.

Ahora, si usted viaja por las carreteras del país –si se atreve a viajar y adentrarse porque, usted sabe, el campo siempre ha sido un lugar inseguro, lleno de bandoleros con AK-47-, si lo hace por aquellos parajes que se consideran bellos, notará la propagación de carteles inmobiliarios (carteles como decir “letreros” o “anuncios”, no se confunda) para que usted pueda adquirir por precios exorbitantes su terrenito para construir una casa de campo.

Alrededor de los “Pueblos Mágicos” y las playas –gracias a esta otra reforma que permite ya privatizarlas- el fenómeno es aún más acuciado. Ahí se ha vuelto técnicamente imposible que un lugareño que ha nacido ahí, cuyos padres y abuelos nacieron ahí, tenga una renta suficiente que le permita comprar en algún momento de su vida otro terreno igual, ahí, al terreno en donde vive.

Lo más rentable, dirán los economistas neoliberales, es que venda el suyo y se vaya a vivir a otra parte, lejos, más lejos, y trabaje después para los nuevos patrones, los recién llegados.

Al proceso de suplantar a una comunidad con otra de mayor ingreso se le ha llamado “gentrificación”. Y éste es un fenómeno que ya va a todo galope en el campo mexicano: ¿qué podría salir mal?

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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