Ciudad de México, 19 de septiembre (SinEmbargo).- No hace mucho tiempo que el escritor argentino Hernán Ronsino irrumpió en el sistema literario de su país para ser leído como un verdadero hallazgo, como representante de una nueva y poderosa narrativa que, en su caso, intenta resolver consciente o inconscientemente el dilema entre el campo y la ciudad, explorando un territorio que está en el medio.
“La zona que me gusta y que aparece en mis tres novelas es la que rodea al pueblo, en la periferia”, dice el autor en entrevista con SinEmbargo.
“En La descomposición estaba todo más situado en una quinta (casa de fin de semana), en Glaxo en un barrio y en Lumbre me parece que hay un desplazamiento más minucioso sobre todo el territorio”, agrega el escritor nacido en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, en 1975 y que es editado en nuestro país por la oaxaqueña Almadía.
Es sociólogo y docente de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado también el libro de relatos Te vomitaré de mi boca (2003), premiado por el Fondo Nacional de las Artes.
LA VACA REGALADA
La historia de Lumbre inicia cuando Federico Souza regresa a su pueblo natal para recibir una herencia de lo más singular de parte de un amigo que acaba de fallecer: una vaca.
Qué hacer con la vaca de Pajarito Lernú, qué hacer con ese padre que vive solo y habla poco, pero sobre todo qué hacer con los recuerdos que siempre vienen distintos de acuerdo a quien tenga la voz cantante, comienzan a ser las nuevas preocupaciones del protagonista.
Con las historias de Ronsino, que pega un salto muy alto a nivel estilístico con la reciente Lumbre, presentando una narrativa más amalgamada y por tanto más ambiciosa que en su elogiada novela Glaxo, podría hacerse un paralelismo con la famosa pregunta de Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa: ¿En qué momento se jodió el Perú?
Las novelas de Hernán parecen preguntarse todo el tiempo en qué momento Argentina dejó de buscar solución al dilema ciudad-campo, campo-ciudad, para resignarse en pos de una distribución absolutamente centralista, donde el territorio de la provincia, del interior, pareció quedar en mano de los terratenientes y dueños irrebatibles de la tierra por un lado y de los olvidados de Dios –que siempre atiende en la Capital- por el otro.
La descripción de ese interregno límbico donde la gente sueña, trabaja y aspira a un progreso que es la única certeza generación tras generación (aquello ahora tan antiguo de que los hijos siempre iban a tener un poquito más que los padres, iban a estudiar más, iban a saber más) cobra forma de lo que el propio autor llama “una utopía sarmientina”, en referencia al ex presidente Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), conocido como “el gran alfabetizador de la patria”.
“Sarmiento tenía un modelo para ocupar la Pampa, tomado de los farmers estadounidenses y luego ese proyecto no funcionó porque comenzó a estar en lucha con la oligarquía. En ese territorio, en ese modelo truncado, persiste el fracaso. Y lo que pasa hoy es que Buenos Aires parece un país aparte”, afirma Hernán Ronsino.
–La vida en los pueblos de acuerdo a tus relatos parecen proponer vínculos más cercanos entre las personas
–Lo que es verdad es que esa cercanía permite ver las miserias desde otro lugar. Por un lado tiene la ventaja de facilitar los vínculos, pero al mismo tiempo se desnudan miserias que en las grandes ciudades permanecen enmascaradas. Se me viene una idea a propósito de la primera pregunta que hacías y es que el pequeño pueblo que se arma en el medio, entre el campo y la ciudad, está atravesado por fantasmas, por restos de la vida campesina y por la invasión cultural de la metrópoli.
–El museo que encuentra el narrador en el camino podría ser la metáfora de lo que se guarda en esos pueblos, un capital que ayudaría a la construcción de lo que podríamos llamar patria
–Sí. Me gustaba esa discusión que en un momento se explicita en la novela y que tiene por un lado la figura de la carnicería y por el otro la del museo. Cómo se recuerda la historia, qué relato institucionalizado es el que se reproduce. En Chivilcoy, por ejemplo, es muy fuerte la presencia de Domingo Faustino Sarmiento, pero ha quedado relegada la de Juan Manuel de Rosas (militar y político argentino, 1793-1877), que fue el creador del Partido de Chivilcoy. Sarmiento se apropió del territorio con su utopía y el lugar, además, tiene un nombre mapuche. Allí están las tres grandes marcas del siglo XIX en el pueblo. Con el museo me interesaba además destacar esos lugares que son importantes, pero que al mismo tiempo carecen de vida.
–En la Argentina convulsionada del presente, con tanta polarización política, Lumbre propone un modo más calmo de sacar conclusiones en torno a eso llamado patria
–Tal vez eso se desprenda del modo en que está construida la narración, atravesada por un tiempo lento. En Lumbre hay sin duda elementos para pensar en un territorio, en la patria y que tienen que ver con un contexto que es el de la crisis del 2001. La novela está situada en 2002, pero escrita en estos años, con una década de distancia de aquellos episodios; aparece la mención al poeta asesinado en 1910 (Carlos Ortiz), la figura de la vaca, ese libro extraordinario Sangre nuestra, de Alberto Ghiraldo, que se busca a lo largo de toda la novela…pasa también que me cuesta ser contemporáneo en un sentido vertiginoso de la historia. Necesito tomar distancia y tomar mi tiempo en torno a lo que voy a narrar.
–¿Tu literatura es muy argentina?
–Cada vez estoy pensando más en eso. Lumbre cierra una trilogía sobre Argentina y siento haberme sacado un peso de encima, siento que me desprendí de algo. Estoy escribiendo algo que está muy alejado de las tres novelas anteriores. No en la prosa, sino en la temática. Pienso en eso. ¿Qué significa ser muy argentino? Estoy tomando ahora mucha más perspectiva en torno a estas ideas de lo nacional. Está el caso de Roberto Bolaño, que maneja una idea de patria muy distinta, no es chileno, no es español, no es mexicano y es todo eso. Me gusta la libertad que te da la escritura para salirte de ciertas ideas moralistas que se vuelven en una especie de cárcel.
–La figura del padre siempre está muy presente en tu literatura
–Sí, en todos los textos. En Lumbre más que nada, es el que acompaña al hijo durante toda una novela, como una especie de Virgilio. El narrador anda solo, pero está cerca la figura del padre que le va recordando cosas.
Hernán Ronsino es uno de los escritores que forma parte de la nutrida delegación argentina que desembarcará en diciembre próximo para cumplir actividades como país invitado de honor en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara.
Será la segunda vez que el autor visitará nuestro país en carácter profesional, pues el año pasado vistió la FILO en Oaxaca, cuando su país de origen también fue el invitado.
Ronsino pertenece a una familia donde no hay tradición literaria, por lo que sus inicios estuvieron marcados de dudas. “Empiezas a andar un camino sin saber si puedes recorrerlo. Piensas que haces algo que en realidad hacen otros”, admite, al tiempo de mostrar su alegría “por el camino que han recorrido mis libros y todo lo que van abriendo a su paso”, concluye.
