ENTREVISTA | La claridad es el vehículo central de mi poesía: Julio Trujillo

20/05/2017 - 12:05 am

Julio Trujillo presenta El acelerador de partículas, un libro editado por Almadía y que muestra su obsesión por la expresión correcta, la palabra correcta, el ritmo justo.

Ciudad de México, 20 de mayo (SinEmbargo).- Julio Trujillo es poeta. Autor de los libros Una sangre (1998), Proa (2000), El perro de Koudelka (2003), Sobrenoche (2005), Bipolar (2008), Pitecántropo (2009) y Ex profeso (2010).

Acaba de sacar con Almadía su poemario El acelerador de partículas, un descanso en el mundo, un detenerse en paisajes que buscan el espacio y que nos obligan a entendernos como algo que forma parte del cosmos, de un tiempo que va más allá de este detenerse o ir de vértigo por una ciudad estrepitosa, bestial.

Su lenguaje es directo y no se anda con metáforas, para decirlo así, poéticamente. Su metáfora es cada poesía para cobrar sentido en la vitalidad, poder en la distancia y “un proyectil plegado en sí una ráfaga / que ya antes de atrapar la carne blanca / la ha pescado en su mente”.

–Publicitar este poemario te libera de un montón de cosas, ¿verdad?

–¡Sí! Pero no es cierto, estoy muy bien en Alfaguara, a punto de cumplir un año como editor, aprendiendo un montón de cosas, sobre todo el mundo de la empresa, lo que llamo “el mundo de los adultos”, al frente de un sello prestigioso como Alfaguara, rodeado de autores interesantísimos, en plena renovación del catálogo, obviamente de mantenimiento de plumas fuertes y de invitación de nuevos autores. Es una etapa importante para el sello y para mí.

–Yo esperaba hablar del poemario y luego de Alfaguara, pero bueno, empecé al revés. El poemario me resultó de un lenguaje directo, a cualquier persona que pasara por aquí se lo leería y luego intercambiaríamos opiniones sobre esto…

–Agradezco que lo digas. Sin voluntad de claridad y sin comunicación no hay poema. Hay estilos un poco más complejos, un poco más oscuros, pero en mi caso siempre he querido cumplir lo que tú dices: que cualquier persona que entre al texto se encuentre con él, no se vaya, con un lenguaje conversacional, pero que tampoco es el prosaísmo de todos los días, hay una voluntad musical para que el lector sea cómplice del texto. Creo que la claridad es el vehículo central de mi poesía.

­–Una claridad que en este poemario se detiene en el espacio

–Yo descubrí que al haber terminado el libro, no antes, que había una situación en el espacio y en el tiempo constante, en este libro en particular. Si hay una atmósfera deliberada que nos saca de todos los días y nos proyecta en el cosmos. Y ese descubrirse de repente, la voz que habla, en medio de esa vastedad provoca un asombro, una perplejidad, que es el motor de los poemas. Es un poco más proyectado hacia el espacio.

Sin voluntad de claridad y sin comunicación no hay poema. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

–Hay un Rembrandt, un Plutón, y un yo subjetivado…

–Justamente la combinación de ambos ingredientes, por un lado están los temas que trata el poema y por el otro la subjetividad desde donde se abordan, es lo que quiero que configure el trabajo. Y el tema puede ser cualquier cosa. Tanto un grandísimo tema como Plutón y su destierro del sistema solar, por ejemplo, o como la idea que tengo yo de Rembrandt en un momento en particular, como un pasillo de cereales en el súper.

Y de repente en el pasillo de cereales,

bajo una realidad de luz blanquísima,

sin filtros,

despiertas como un buda artificial

a un mundo tétrico de Tetra Pak.

–O el beso…

­–Sí, el beso inaugural que es el encuentro de dos partículas…porque todo es posible de ser poetizado, creo yo, siempre y cuando la voz que habla, la subjetividad, sea interesante, propia, genuina y sea honesta. En mi caso, es imposible mentir en la poesía. Incluso intentándolo, no habría poema si no hubiera una honestidad brutal.

–Dices El acelerador de partículas, sin embargo todos tus poemas son demorados, detenidos…

–De acuerdo. No estoy haciendo la crónica de la velocidad de esas partículas, que por cierto van muy rápido. Lo que me interesa es el instante en el que chocan, en el que se detienen, es ese pequeño pasmo en que sucede el poema y nos permite bajarnos del coche, para decirlo de una manera muy prosaica, y ver qué pasa. De alguna manera yo te podría decir que este libro es la crónica de un instante, pero del instante demorado, del instante detenido, el que nos enseña a respirar, a entender mejor las cosas, a reflexionar y a preguntarnos qué hacemos aquí, por qué, hacia dónde, desde dónde, cómo y obviamente no propongo respuestas sino preguntas, pero son preguntas que nacen del estupor, desde el momento en que las partículas aprendieron a detenerse.

–A veces dices de ti este hombre que se queda sin palabras

–Sería la mayor contradicción de un el poeta, pero sí hay una lucha constante por encontrar la palabra correcta, el ritmo correcto y la expresión correcta. No siempre sale. Hay poemas fallidos, todos los que no entraron en este libro, pero seguro que algunos de los que entraron en este libro para algún lector no funcionará. Es muy difícil encontrar la expresión correcta para cada lector.

–Dices que la poesía no miente, ¿qué otras cosas no hace la poesía?

–Yo creo que la poesía no vulgariza, en el sentido del prosaísmo de todos los días, es una manera vulgar de estar, de decir, de vivir. La poesía es un destilado, es una expresión concentrada, si fuera un alcohol sería un mezcal. No puede ser prosaica, no puede ser vulgar, honesta y personalísima. Hay una voluntad de estilo y de honestidad brutal.

todo es posible de ser poetizado, creo yo, siempre y cuando la voz que habla, la subjetividad, sea interesante, propia, genuina y sea honesta. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

El acelerador de partículas en qué momento te encuentra de tu quehacer poético…

–En la mitad. Es un momento de cierta madurez, cronológica al menos, no sé si estilística, pero en el que sentí que había puesto una distancia entre lo dicho y yo. Había ganado una cierta serenidad, una manera de ver las cosas, sin haber perdido el asombro infantil que siempre me persigue y que si no lo tuviera tal vez ya no habría nada para decir. Vengo de un libro anterior, que se llama La burbuja y ya desde el título quise decirlo todo. Es una ligereza deliberada, una frescura y en este caso no, hay más gravedad y tal vez más seriedad. No me atrevo a decirlo del todo, pero es el libro de un señor de 47 años.

–Señor de 47 años, hay editoriales como Almadía que se dedican a publicar poesía, ¿Qué dirías de la poesía hoy en México?

–Creo que vive un momento interesante y muy bueno. Hay una serie de investigaciones poéticas a cargo de creadores jóvenes, que están trabajando con una especie de escepticismo y sentido del humor que me parecen muy saludables a la hora de escribir hoy. Ya no son poetas sublimes, ya no son poetas que se creen poetas, hay una duda constante que los hace tomar distancia con la realidad e interrogarla desde otra perspectiva. Son muy críticos, son muy políticos, no se la creen del todo. Porque el poeta que se la creyó, el que se pone la capa de poeta, ya no existe hoy o es una figura caduca. Ha muerto la figura del poeta tutelar, ya no estamos bajo la influencia piramidal del poeta que todo lo gobernaba, que dictaba cátedra, que originaba una influencia instantánea. Vivimos una época mucho más atomizada, de gran horizontalidad, donde hay una serie de individuos y de voces de gente que no cree en el poeta tutelar. Ya no creen en ese término un poco priísta de la poesía y eso es muy bueno, muy saludable. Cada quien va por su lado haciendo su propia investigación. Aprendiendo a interrogar el mundo.

–Me interesa mucho más la poesía escrita por los viejos que por los jóvenes. Es cierto, hay pasión en la juventud, pero muchos de ellos obedecen sólo a la edad…

–Sí, es cierto. Todos pasamos por ese rito de iniciación que es la poesía, pero cuando eso no se acaba, no caduca, tienes razón, se adquiere un tono y una madurez muy interesante. ¿Cómo es que el poeta sigue hablando y cómo es que sobrevivió a sí mismo? La expresión encuentra un tono y formalmente una manera de expresarse más concentrado, más reposado, menos candor, una relación con la realidad de más intimidad. ¿Cómo voy a expresarme ahora que he perdido cierto candor? Sí, hay una especie de creencia de que la poesía es un ejercicio muy juvenil.

–¿Qué poetas te gustan?

–Me gustan mucho. Hoy estoy haciendo una investigación de poetas isabelinos, toda la generación que va Keats a Wordsworth, a Byron, a Shelley, es mi fascinación actual, pero hay muchos otros. César Vallejo sería una figura tutelar, por la manera que supo asumir riesgos, sobre todo con Trilce.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video