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Adela Navarro Bello

20/07/2016 - 12:00 am

Una mea culpa a medias

El perdón que ofrece Peña, su sentida disculpa, se queda en la superficie y evade la raíz del cuestionamiento social. En el fondo todo queda tal cual.

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El perdón que ofrece Peña, su sentida disculpa, se queda en la superficie y evade la raíz del cuestionamiento social. En el fondo todo queda tal cual. Foto: Cuartoscuro.

El Presidente Enrique Peña Nieto pidió perdón a los mexicanos, pero lo hizo sobre la forma y no del fondo del tema que lo exhibió en el ámbito internacional y nacional, como parte activísima de un sistema corrupto como se le ha catalogado al ejercicio del Gobierno en México.

Al análisis de su discurso –reducido a un juego de palabras- el día de la promulgación de las leyes que dieron inicio al Sistema Nacional Anticorrupción que habrá de intentar “amarrarle” las manos a funcionarios y servidores públicos con inclinación al dinero ilícito, a los lujos obtenidos de manera ventajosa a partir del manejo de reglamentos y presupuestos, o que son proclives al enriquecimiento ilícito, hizo referencia a la percepción que se tuvo de él, y destacó que ello fue pese a que hizo todo con legalidad.

Es evidente que el Presidente pide un perdón por la forma en la que fue percibido, pero no un perdón por el fondo que se traduce en un no bien justificado entramado financiero-político entre un contratista del Gobierno, una desarrolladora filial, y su esposa (y su Secretario de Hacienda, por cierto), que termina en la adquisición de una millonaria mansión, cuyo costo, declaración y ocultamiento, despertó, efectivamente, la indignación social.

El problema para el Presidente Peña no radica en que se le piense un corrupto que para dejar de serlo debe ofrecer explicaciones jurídicas, una rendición de cuentas con máxima publicidad, y los resultados de una investigación imparcial, realizada sobre el acto por alguien ajeno a su Gobierno, a su círculo de amigos y colaboradores, no; el problema, entendiendo su discurso como el mea culpa, fue la “percepción” que generó, “no obstante, me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura Presidencial y dañó la confianza en el Gobierno”.

Resulta un tanto evidente que la percepción del Presidente es que los mexicanos no lo vemos con buenos ojos, o acorde a la forma que él pensaba debíamos hacerlo, dado que él se condujo conforme a la Ley. El problema pues, no fue la compra de la casa por parte de su esposa al constructor que ha sido uno de los más utilizados en sus gobiernos, sino la forma en que los ciudadanos de este país lo percibimos. Como un acto de corrupción, de tráfico de intereses.

¿En qué resulta esto? El perdón que ofrece Peña, su sentida disculpa, se queda en la superficie y evade la raíz del cuestionamiento social. En el fondo todo queda tal cual. Con la periodista Carmen Aristegui fuera del aire, una investigación de seis meses realizada por uno de sus amigos, que termina por exonerarlo a él, a su esposa y a su Secretario de Hacienda, la puesta en venta de la “casa blanca”, y la percepción social, en efecto, de un tufo a corrupción.

En esas condiciones el perdón del Presidente se ve como un acto de contrición política que bien se puede deber a los pésimos resultados electorales para el Partido Revolucionario Institucional en la elección del 5 de junio, a la baja en la popularidad del Ejecutivo federal en las mediciones periodísticas y de casas encuestadoras, a la imposibilidad –o tardanza- en solucionar, negociar, acordar, con los maestros disidentes a la Reforma Educativa para proveer paz y tranquilidad a gran parte de la población en el sureste mexicano, y no necesariamente a una nueva postura Presidencial para combatir la corrupción.

Ciertamente, el tema de la corrupción es hoy día más sensible a los mexicanos. En primera porque atravesamos por una crisis económica que afecta los bolsillos de la gran mayoría, y ser testigos de la bonanza en la que se desenvuelven en su vida cotidiana quienes integran la clase política, indigna harto. En segunda porque, como ciertamente lo estructuró en su discurso, el ejercicio de la libertad de expresión, por pocos pero valiosos medios independientes en este país, es el canal para exhibir los excesos y abusos de los servidores públicos que alcanzan el cargo para convertirse en una suerte de realeza que vive a costa del erario. Y tercero, porque en época de redes sociales, de acceso a teléfonos de última generación, las pruebas de la deslealtad a la nación, pueden ser captadas y exhibidas de manera reiterativa en la Internet a la que cada vez, se suman más seguidores.

La suma de estos tres fenómenos es lo que perjudicó cómo dijo “…a mi familia, lastimó la investidura Presidencial y dañó la confianza en el Gobierno… En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón”.

A partir de la activación del Sistema Nacional Anticorrupción, escaparate político que utilizó el Presidente Peña para expiar sus culpas públicas, los mexicanos seremos testigos si del perdón pasa a los hechos. A este país le urge que caigan “los peces grandes” que Virgilio Andrade en su calidad de Secretario de la Función Pública, no pudo detener, cuya renuncia el mismo día y la falta de resultados en la materia, también podría percibirse como un aliado que llegó, tomó posesión y estuvo sólo para exonerar a la pareja presidencial, y al Secretario de Hacienda, en los casos de las mansiones compradas a filiales de Grupo Higa.

De la integración del Comité Coordinador del Sistema Nacional Anticorrupción, con ciudadanos de bien y probada honestidad, así como de la estructuración de la Fiscalía Nacional Anticorrupción, y el respeto irrestricto al ejercicio de la libertad de expresión, dependerá si en este país se comenzará a perseguir la corrupción de manera real, o si como el perdón de Enrique Peña Nieto, la cuestión es de forma y nada de fondo, es decir, nada más por encimita.

 

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