“Yo soy feo, pero la vida es hermosa”, decía el hombrecito de apenas 1 metro y medio, cuyo origen aristocrático no le impidió meterse en los bajo fondos parisinos para eternizar la bohemia europea de finales del siglo XIX. Hoy, en el Museo del Palacio de Bellas Artes, sus carteles y cuadros reviven la figura de un artista fundamental y siempre vigente.
Ciudad de México, 20 de agosto (SinEmbargo).- Podía reírse de sí y eso era mucho. Decía que era una especie extravagante de tetera: un cuerpo pequeño con un gran pito. Procaz a pesar de su origen aristocrático, el pintor y dibujante francés Henri de Toulouse Lautrec (1864-1901) se hizo artista diseñando carteles callejeros en la París nocturna de humo y alcohol, de cabaret y prostitutas, de absenta y bohemia terminal, allá, a fines del siglo XIX.
Fue la caída de su caballo en la niñez lo que lo malogró para siempre. Creció hasta alcanzar los escasos 1,50 metros de altura y en su adultez adquirió una imagen que generaba burlas y desprecio al pasar, lo que no impidió que aprendiera a relativizar el peso de su fealdad en una vida que le resultaba hermosa.
A pesar del estatus adinerado de su familia, encontró el sol y la energía en los rincones más oscuros de París, donde alternaba con los alcohólicos, los personajes de circo y las mujeres de vida disipada, que poblaban las tabernas pestilentes y los cabarets ruidosos de la época.
Pintó bailarines y caballos, dibujó los prostíbulos y sus protagonistas, ahogó la desgracia personal proyectando luces y sombras en juguetes rotos, en siluetas curvilíneas y boquitas pintadas donde la realidad gritó vociferante en la originalidad de sus trazos.
Se volvió loco, fue internado en un psiquiátrico cuando comenzó a disparar con un revolver a unas moscas imaginarias en su cuarto, fue alcohólico y a menudo padecía crisis de delirium tremens. Murió postrado en la casa de su madre, que era condesa, cuando tenía apenas 36 años.
Esos impresos y carteles por los que el pequeño hombre deforme y genial pasó a la historia, han llegado a principio de mes al Palacio de Bellas Artes, provenientes del MoMA, evocando la perfección de su técnica para el grabado y el romanticismo un tanto sórdido con el que pintó el “Moulin Rouge” en ese primer afiche que lo hizo famoso de la noche a la mañana.
TOULOUSE LAUTREC EN EL PALACIO DE BELLAS ARTES
El pintor al que el genial cineasta John Huston le dedicó el filme Moulin Rouge en 1952 lo podremos disfrutar en la muestra que tiene lugar en el Museo del Palacio de Bellas Artes con el título “El París de Toulouse-Lautrec: impresos y carteles del MoMA”.
Se trata de 124 piezas que destacan su trabajo litográfico y que, según el curador asociado en el departamento de dibujos y grabados del MoMA, Christian Rattemeyer, “muestran el rango de Toulouse-Lautrec como artista e inventor de su arte, diluye fronteras entre carteles e impresos. Todo se vuelve uno y uno al mismo tiempo se vuelve todo”.
El recorrido inicia con una de las obras más importantes y de las más reconocidas, titulada “La Goulue”, primer cartel del artista y sigue con las obras en las que viven personajes arquetípicos con la fuerza lo real y verdadero.
La exposición se divide en los temas Vida y litografía, El café concert, En el escenario, Femmes, filles, elles, Los placeres de París y Círculos creativos y se cerrará al público hasta el 27 de noviembre.
