#20AñosDespués | “Yo sentía enojo, mucha indignación por lo que estaba pasando”

20/12/2014 - 12:00 am

 

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Recuerdo el tono de voz que usó el “ejecutivo de cuentas” de la entonces llamada Banca Serfín que, en marzo de 1995, me notificó que estaba en cartera vencida y que el departamento en el que vivía con mi esposa y mis dos niñas, en riesgo de un embargo.

El empleado del banco que me atendió era un hombre joven, de unos 30 años, pero no parecía reparar en la injusticia que representaba que la mensualidad de una vivienda de 288 mil pesos, y que en 1993 había sido fijada en tres  mil 600 pesos, hubiera subido en el mes de enero de 1995 a 14 mil pesos.

Y me lo dijo así, de manera mecánica, incluso agresiva, con actitud de “si no pagas de inmediato, te vamos a quitar la casa”. Entonces se me cayó el mundo. Tenía 39 años, era empleado de sistemas en Canal 40 y ganaba 10 mil pesos al mes. Mi crédito se estaba convirtiendo en una deuda imposible de pagar. Sabía que podía perder la casa, a donde me había mudado con mi familia hacía apenas un año.

Había notado el aumento en el costo de mi hipoteca desde enero de ese 1995, cuando recibí la notificación de que debía pagar 14 mil pesos. Por un momento, claro, pensé que podía tratarse de un error. Pero como por los medios de comunicación sabía que acababa de haber un “dichoso error de diciembre”, supe también entonces que mi caso podría estar vinculado con la devaluación del peso y del caos en el que había entrado el sistema financiero mexicano.

Por dos meses no hubo más recibos pero, en marzo,  llegó entonces la llamada amenazante de Serfín, y a partir de entonces, los cuatro años de mayor tensión, angustia, enojo, impotencia, desesperación, escasez económica y pavor que ha vivido mi familia. La situación se volvió intolerable. Mi esposa se enfermó de los nervios e incluso terminó internada en una institución de salud mental. Banca Serfín nos forzó a cambiar el contrato del crédito hipotecario de tasa variable a tasa sujeta a “Unidades de Inversión”, es decir, a la inflación de ese tiempo, pero la deuda también se salió de control y en meses la casa -un departamento de 107 metros cuadrados en la planta baja de un edificio en la colonia El Arenal Tepepan, en la delegación Tlalpan- pasó de costar menos de 300 mil pesos a casi 800 mil. La mensualidad nos subió a cinco mil, habíamos hecho deudas con otros bancos para pagar el enganche y nos llegaban cobros también desorbitados, además de que, por la misma crisis económica, ni mi esposa ni yo tuvimos los aumentos que esperábamos en nuestras respectivos trabajos y por cuya expectativa habíamos aceptado el crédito hipotecario. Pero terminó siendo casi como vender el alma al diablo. El crédito aumentó de una forma que no esperábamos y los despachos de cobro de los bancos nos llamaban diario para amenazarnos con desalojarnos, y en esos meses posteriores al “error de diciembre”, los llamados días del “efecto tequila”, mi familia, formada por dos profesionistas, empezó a medio comer y a trabajar para tratar de pagar al banco una deuda que sólo se iba multiplicando.

Mi esposa escuchaba el teléfono y temblaba. Su salud fue la más afectada. Se enfermó de colitis nerviosa y de depresión. Se volvió neurótica; estaba en conflicto, agresiva, regañona con las niñas. La crisis económica hizo crisis también en sus nervios.

Yo sentía enojo, mucha indignación por lo que estaba pasando. ¿Cómo es posible que el banco no entendiera no era que no quisiera pagar, pero que quería pagar lo justo?

Fue entonces, en 1999, que supimos de la existencia de un movimiento de resistencia y organización ciudadana llamado El Barzón, y nos acercamos, y se acabó el terror en el que se había convertido el banco: ellos, en la que hoy es la Red de Usuarios de Servicios Financieros del Barzón, tomaron los expedientes con los que nos amenazaban los despachos, nos empezaron a defender jurídicamente, con amparos y demás recursos que nosotros no sabíamos que existían –y de lo cual se aprovechaban los despachos- para que, durante 20 años, no nos desalojaran pese a la suspensión de nuestros pagos.

Nos convertimos en un movimiento de resistencia civil contra los abusos del sistema financiero: ellos tomaron nuestra defensa en los tribunales civiles y nos quitaron de encima a los cobradores, y nosotros acudimos a todas las marchas convocadas, a corroborar que somos un movimiento de personas y familias afectadas injustamente por la crisis financiera de 1994 con créditos imposibles de pagar.

En las marchas nos han gritado que paguemos, que si somos flojos, y por eso es importante que la ciudadanía sepa que no somos irresponsables ni atenidos, sino trabajadores, algunas veces con dos trabajos cada uno, que cumplimos con nuestras obligaciones, pero que cuando la avaricia de instituciones como las bancarias es tan grande, tan voraz, tan exageradamente inhumana, sin poder que la satisfaga, entonces miles nos vemos imposibilitados para pagar intereses sobre intereses, deudas que se multiplican con el tiempo mientras nuestros salarios, por el contrario, se han ido reduciendo.

Así que, gracias a la defensa legal de El Barzón, desde 1999 dejamos de pagar y los despachos dejaron de intimidarnos. Y aquí, entre las tres recámaras, la sala-comedor, la cocina y los baños que forman el departamento que durante cuatro años temimos perder, finalmente crecieron mis dos hijas hasta convertirse en egresadas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Una se acaba de titular en Literatura Hispánica y la otra en Diseño y Comunicación Visual.

El juicio por el departamento, paradójicamente, acaba de terminar apenas en noviembre de este 2014, 20 años después del inicio de la crisis, periodo en el que el crédito ya ha pasado incluso por manos de Santander y Banorte. El resultado del Juzgado 45 de lo civil: el remate del departamento en favor del banco, una deuda que ya está en los 12 millones de pesos (¡por un departamento que en 1993 valía 288 mil pesos!) y una orden de desalojo.

Mi esposa Diana Flores, de 58, que es maestra jubilada, dice que tenemos un mecanismo de defensa que nos impide sufrir más allá de cierto grado y cobrar serenidad y analizar la situación. Y gracias a ese análisis hemos concluido que, si finalmente hemos pagado 150 mil pesos en todo este tiempo, pues el trato resultó benéfico y debemos estar listos para irnos.

Y en eso estamos, precisamente, buscando otra casa -lo cual, sí, es horrendo, porque actualmente acceder a un crédito es muy difícil si se tiene 59 años. Por eso estamos construyendo en el Estado de México, donde es mucho más barato.

Mis hijas no quieren. Pero esto ya lo hemos procesado en los últimos 20 años, que en cualquier momento podrían sacarnos. Entonces, no es una noticia que nos caiga de la noche a la mañana.

Mi esposa dice también que, después de un año de psicoanálisis, toma la decisión del juzgado como  sólo un motivo para cerrar un ciclo. No hay angustia ni rompimiento, por lo menos no por ahora; tal vez cuando hagamos la mudanza entremos en otra etapa del duelo. Por lo pronto, pensamos que, a pesar de los pesares, hemos vivido bien en esto lugar, pero tenemos que emigrar.

Este departamento ha sido el eje de la historia de nuestra familia. Yo, en particular, extrañaré la sala con paredes cubiertas de libreros de madera, donde por años esta familia ha disfrutado de su  pasatiempo favorito, que es la lectura. Así que, claro que extrañaré sentarme a leer la ciencia ficción de Isaac Asimov o de Olaf Stapledon en la sala de la que ha sido el hogar de mi familia por más de 20 años.

Pero ya hemos luchado mucho contra este sentimiento de posesión, y queremos lograr desprendernos, que no nos cueste tanto, que no nos aferremos, que nuestras hijas logren su independencia, que poco a poco busquen su vida. Debemos pensar que los procesos son para mejorar, que la vida está en constante movimiento, en una espiral y que debemos tratar que sea ascendente.

¿Coraje contra alguien? No en contra de alguna persona, pero sí contra el sistema, el bancario, el  gubernamental, llenos de corrupción, que se sienten cada vez más poderosos, más capaces de aniquilar gente. ¿Cuanta gente se suicidó entonces? Perder una casa mezcla muchos sentimientos. La gente como nosotros se esfuerza mucho por reunir un enganche, pero lo consideramos necesario para que nuestras familias tengan un lugar donde vivir. La crisis de diciembre de 1994 terminó con esa esperanza para nosotros, y eso provoca rabia, impotencia, un dolor muy grande y secuelas todavía 20 años después.

Sandra Rodríguez Nieto
Periodista en El Diario de Ciudad Juárez. Autora de La Fábrica del Crimen (Temas de hoy, 2012), ex reportera en SinEmbargo
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