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COLUMNISTA INVITADO | Zygmunt Bauman: Más allá de la licuefacción de los tiempos, de Álvaro Arbonés

21/01/2017 - 12:03 am

Filósofos contemporáneos conocidos hay pocos. Que no sean Slavoj Žižek prácticamente ninguno. Por eso la pérdida de Zygmunt Bauman es, en cierto modo, particularmente dolorosa. Con él se va uno de los últimos referentes de la filosofía que todavía podía reconocer alguien fuera de los círculos especializados.

Por Álvaro Arbonés

Ciudad de México, 21 de enero (SinEmbargo).-Pocos filósofos consiguen llegar al gran público. Y es normal. Entre lo especializado de su lenguaje, heredado de la tradición académica, y que suelen tratar temas más bien poco agradables, ya que rara vez aparece un filósofo para dar buenas noticias, salvo algunas muy particulares anomalías pop, la sociedad tiene preferencia por otra clase de pensadores. Algo en lo que Zygmunt Bauman no fue una excepción.

Muerto a la venerable edad de 91 años, su obra incluye 57 libros y más de cien ensayos tratando, de forma particular, la relación entre modernidad, burocracia e identidad. Si bien fue profesor filosofía y sociología de la Universidad de Varsovia, además de profesor de la Universidad de Leeds hasta el año 1990, ninguno de esos logros fueron los que le alzaron, a ojos del público, con la corona del campeón contemporáneo del pensamiento filosófico. Fue su libro Modernidad líquida, publicado en el año 2000, el que le puso en el mapa del pensamiento internacional.

Bauman argumentaba allí que no ha habido ninguna clase de superación de la modernidad, como pretenden hacer ver algunos autores posmodernos, sino que vivimos en un mundo donde la modernidad ha devenido en una forma cambiante. Líquida. Toda identidad, que antes era sólida e invariable, ahora se ha convertido en un valor inconstante. Antes, al nacer, sabías que toda tu vida sería algo estático. Siempre vivirías en el mismo lugar. Tendrías un trabajo para toda la vida. Sólo te casarías (y probablemente tendrías una relación amorosa) con una persona.

Pero ese mundo ha cambiado. Ahora, a ojos de Bauman, sólo nos quedan relaciones inestables en el contexto de unas instituciones desmantelando el estado de bienestar a la par que se preocupan más de vigilar cada uno de nuestros pasos que de mantenernos con vida.

Se podría argumentar que todo eso ya lo vieron mucho antes no pocos autores. Y es cierto. Pero la diferencia es que el polaco logró hacerlo llegar al público general. Hacerse inteligible. Donde los otros, tal vez más prospectivos o profundos, sólo lograron hacerse oír entre los corrillos de la academia o, en el mejor de los casos, de escritores o artistas —sí, te miramos a ti, Jean Baudrillard—, él logró llegar hasta un público más amplio. Algo a lo que ayuda su prosa ligera, su análisis en profundidad y, muy especialmente, una terminología que hizo fortuna.

No por nada, poco a poco no sólo la sociedad, sino también sus libros, sufrieron de un evidente proceso de licuefacción. Tras la modernidad líquida llegó el amor líquido y con él la vida líquida y por supuesto el miedo líquido y los tiempos líquidos para pasar por el arte… ¿líquido? -aquí, al menos, ya se cuestionaba lo adecuado del término- para acabar en uno de sus últimos libros, Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida.

Con todo, sería injusto reducir toda su vida y obra a la liquidez de su metáfora. Sus reflexiones sobre las instituciones, la crisis de los refugiados y su reflexión general sobre la identidad son tanto o más valiosos que la creación de un término afortunado.

A fin de cuentas, no se consigue llegar al público no especializado sin conseguir conectar con los intereses y síntomas que ellos pueden reconocer en sí mismos. Y si bien esa no es la labor de la filosofía, ¿cómo despreciar la labor de divulgación que ello supone? Y teniendo en cuenta que tras Bauman todos los filósofos públicos que nos quedan son prácticamente parodias pop, ¿cómo no sentir pena por la pérdida?

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