Las historias que el gobierno ya ni escucha: Los migrantes mutilados a su paso por México, a bordo de “La Bestia”

21/04/2014 - 12:04 am
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Migrantes mutilados por “La Bestia” solicitan al Presidente Enrique Peña Nieto visas humanitarias para evitar daños en su camino. Foto. Cuartoscuro

Ciudad de México,21 de abril (SinEmbargo).– Un grupo de 15 migrantes mutilados por “La Bestia” viajaron desde Honduras con sus prótesis de mala calidad, sillas de ruedas viejas y sus camisetas raídas por la pobreza.

Sus pieles morenas y quemadas por el sol, los pelos de sus barbas y la delgadez de sus cuerpos, denotan el cansancio del camino: noches en autobús, días a pie por las carreteras,  todo, para llegar hasta el Presidente de la República Enrique Peña Nieto y contarle sus historias.

Llegaron al Distrito Federal hace una semana y pidieron una audiencia con Peña Nieto, pero el Presidente muy ocupado no los recibió y en su nombre envió a la Subsecretaria de Gobernación Paloma Guillén Vicente.

“Queremos que él vea con sus ojos nuestra problemática y las consecuencias de la migración. Que él nos atienda, que tenga un poco de humanidad hacia nosotros que venimos de tan lejos, con nuestros propios medios. Que no deje pasar tanto tiempo”, dice José Luis Hernández, presidente de Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad (Amiredis).

Los migrantes sin piernas, brazos y manos sólo querían una reunión con Peña Nieto para pedirle que gire instrucciones para que el Instituto Nacional de Migración (INM) les otorgue visas humanitarias y dejar así de ser violados, mutilados, no sólo por el tren, sino por el crimen organizado que los secuestra para cobrar rescates.

Norman Saúl Varela, vicepresidente de la organización, dice que la reunión en la Secretaría de Gobernación con la Subsecretaria Paloma Guillén, es insuficiente. Ellos quieren ver al Presidente de la República.

“Pero nosotros nos gustaría que él personalmente nos recibiera, que no le vayan a contar, que nos vea. Estamos cansados, tenemos una discapacidad no sólo del cuerpo, sino también económica. No nos vamos a ir hasta que lo veamos, sabemos que es una persona humana, que no se tarde tanto en recibirnos”, pide.

En Honduras hay más de 450 mutilados. Los migrantes quieren pedirle a Peña Nieto, personalmente, que cambié la situación para los indocumentados que tienen que pasar por México para llegar a Estados Unidos y les evite subirse a “La Bestia”  o al que muchas llaman “el tren de la muerte”.

Justo el miércoles cuatro inmigrantes fueron asesinados en los kilómetros 62 y 52 entre los parajes conocidos como Reforma de Pineda y Las Palmas, Oaxaca, por los criminales que asaltan sistemáticamente el tren para cobrarles cuotas que van entre los 100 y 500 dólares.

Los activistas que trabajan por los derechos humanos de los migrantes aseguran que la situación empeoró durante 2013 y lo que va de 2014.

El crimen organizado los mutila, los secuestra, viola a las mujeres, vende a los niños, los despedaza, los lanza del tren en marcha, pero Enrique Peña Nieto, simplemente, no los escucha.

Algunos de los hondureños que hicieron el viaje para entrevistarse con Peña Nieto relatan sus historias a SinEmbargo. Todos ellos no lograron su sueño de una vida mejor en Estados Unidos y apenas sobreviven en su país.

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La Asociación Amiredis asegura que la situación de migrantes mutilados empeoró durante 2013 y lo que va de 2014. Foto: Cuartoscuro

 

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Wilfredo Filis García tiene 47 años y está mutilado. “La Bestia” le cortó el pie izquierdo en Coatzacoalcos, Veracruz y cuando fue deportado a Honduras por el Instituto Nacional de Migración (INM) tuvo que arrastrarse por el pavimento, porque en México ni siquiera le dieron una muleta.

La tragedia de Wilfredo se empezó a escribir mes y medio antes de su accidente en las vías del tren, cuando fue secuestrado en Tierra Blanca, Veracruz, junto con su hijo por seis hombres obesos, una AK-47 y una pistola nueve milímetros.

Los golpes que recibió en la cabeza y en el cuerpo durante el traslado en una camioneta a las casas de seguridad de los secuestradores, no se compararon con lo que le esperaba en el interior de las dos viviendas que recorrió durante el tiempo que duró su secuestro.

“La primera acción que me hicieron para obtener el dinero que ellos querían, fue que me llevaron a ver a muchas personas que estaban en unos cuartos, en servicios, niños sin calzoncillos, hombres sin calzones, todo el mundo mutilado de sus dedos, de sus orejas. Me pusieron a ver cómo mutilaban con unos alicates a una mujer de Guatemala y me dijeron ‘esto te va a pasar a ti’, yo pensé que había llegado la hora de mi muerte”, recuerda.

Pero la muerte para él y su hijo no llegó. En cambio arribó la tortura durante tres semanas. Física y psicológica.

Wilfredo vio fosas comunes en  el patio de las casas de seguridad, donde había cuerpos y restos de las víctimas secuestradas.

“Me dijeron que si no pagaban el rescate me iban a matar. Me llevaron a unas fosas que hacen adentro de las casas, donde tiran los pedazos de las personas y les echan sal y yo miraba lo que me iba a pasar y miraba a las gallinas comiéndose los desperdicios de las personas. A mí ya me habían reventando completamente, estaba tirando sangre hasta por el recto, con perdón se lo digo, pero lo que yo pasé lo tengo que contar. Mi hijo también tiraba sangre por los oídos, ojos, ya no soportaba esa pesadilla, mientras más les decía que me mataran más me pegaban en las nalgas con unos clavos larguísimos; en lugar de meter la punta del clavo en la tabla, meten la cabeza, para que la punta se encaje en las nalgas de uno”, narra.

La voz de Wilfredo cambia. El hombre menudo y moreno revive esos días. El cautiverio se le sale por los ojos y en cada una de sus palabras.

A su hijo no podía mirarlo, ambos estaban vendados del rostro. El último día secuestrados pudieron tocarse hombro con hombro y ahí el muchacho le preguntó si morirían.

Wilfredo estaba listo para morir, pero no para dejar morir al hijo. El rescate llegó, 3,000 dólares que la familia había ahorrado para comprar un terreno y construir una casa se quedaron en México, en los bolsillos de los criminales que operan con total impunidad a lo largo de la ruta del migrante.

“Nos fuimos destrozados a Honduras, pero a los 15 días regresé a México yo sólo y dejé a mi hijo, le dije que no se preocupara que yo lo iba a ayudar a salir adelante, pero mi tragedia fue otra, porque antes de llegar a Coatzacoalcos también viví un secuestro en el tren: los criminales empezaron a bajar de La Bestia a las personas y yo me escapé y ellos se fueron con las personas secuestradas. Yo me quedé ahí escondido en un cerrito, cuando vi que se fueron, salí. Faltaban ocho horas para llegar a Coatzacoalcos, entonces caminé”, dice.

El hondureño caminó acompañado de otro inmigrante que también logró escapar de los secuestradores. Al llegar a la Coatzacoalcos se alegró al ver las luces de las refinerías, pero el cansancio lo venció.

Sin comer, ni beber, se desmayó en las vías del tren y despertó cuando el silbato de La Bestia lo alertó, pero era demasiado tarde. El hombre soportó la embestida del tren sobre su cuerpo y perdió un pie.

“Me pasaron varios vagones y perdí mi piecito. Después amanecí en un hospital y la migra a los dos meses me mandó para Honduras. En México no me regalaron una muleta, ni una silla de ruedas, me tuve que arrastrar en el pavimento de los aeropuertos. Cuando llegué a Honduras fui discriminado, de esa forma, perdí todo”, dice.

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De acuerdo con la Asociación Amiredis, en Honduras hay más de 450 migrantes mutilados. Foto: Cuartoscuro

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Hace 13 años José Ifraín Vázquez Izaguirre se imaginó que cruzar México para llegar a la frontera de Estados Unidos, sería tan fácil como tomar un autobús y viajar de una ciudad a otra como lo hacía en su país.

El joven perdió su empleo en una maquiladora y con el dinero que le dieron de indemnización por seis meses de trabajo, emprendió el viaje hacia México.

“Se me hizo fácil tomar el autobús, salir de una ciudad a otra, pero al llegar a México me bajaron en Tenosique porque entré como ilegal, primero me asaltaron y luego la policía me dio una paliza y me acusaron de un robo”, dice.

José tenía 21 años cuando sucedió aquello, en 2001. Luego de estar detenido por unas horas, le ofrecieron una disculpa y lo soltaron.

“Estuve tres días asustado, escondido de la gente, todo me daba miedo. Yo sólo quería llegar a Estados Unidos para mantener a mi hija que dejé en Honduras”, dice.

El joven ahora, de 33 años, recuerda que después de permanecer tres días escondido decidió subirse a “La Bestia” y fue ahí, donde perdió su pierna izquierda.

“El tren iba en marcha y al subirme me agarré del tren pero me caí. Si hubiera estado bien alimentado yo pienso que hubiese subido mi cuerpo, porque por  falta de potencia y de fuerza no pude, pasó lo que jamás me imaginé, uno sale de su país y piensas que las cosas te van a salir bien, no consideras una desgracia de esta magnitud: perdí mi pierna izquierda cuatro dedos arriba de la rodilla”, narra.

El resto, su regreso a Honduras, es similar a todas las historias: deportado sin una prótesis, su un peso en el bolsillo, golpeado, asustado y con el “sueño americano” hecho pedazos.

Durante los últimos 13 años, José sólo ha trabajado tres, debido a que no hay trabajo para un mecánico sin una pierna.

“He trabajado en armado de hierro de construcción, en viveros, maquilas, lo que sale, para una persona como yo, no hay trabajo”, dice.

José Ifraín quiere ver a Peña Nieto para pedirle una oportunidad para los migrantes de pasar con visas humanitarias o libremente por el país, para evitar la tragedia de “La Bestia”.

Se considera una carga para su país y para su familia, porque sin una pierna, no hay posibilidades de desarrollo para él en Honduras.

“Aconsejo a los que viajan que tengan mucho cuidado, que no se confíen, el hecho de que sean jóvenes no quiere decir que no se les agoten las fuerzas, porque en ese caso, a mi si se me agotaron. Una persona discapacitada si tiene familia, fomenta la pobreza. Si van a tomar el tren, duerman bien, coman bien, para que no se desmayen en esa travesía tan dura”, dice.

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Migrantes acusan que el crimen organizado en México los mutila, los secuestra, viola a las mujeres y los lanza del tren en marcha Foto: Cuartoscuro

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Ese día, 6 de septiembre de 2005 estaba lloviendo en Orizaba, Veracruz y había lodo y el hondureño José Manuel Medina ni siquiera sintió cuando “La Bestia” le rebanó las dos piernas.

Corrió al paso del tren en marcha y se lanzó encima. Se sujetó de donde pudo, pero los fierros mojados abonaron a que sus piernas no se sujetaran tan bien como sus brazos y resbaló.

José Manuel cayó de espaldas e inmediatamente quiso ponerse en pie, pero no pudo. El tren le había pasado sobre ambas extremidades. Fue entonces que se percató que las había perdido.

“Cuando quise levantarme no pude: tenía mis piernas destrozadas, las dos piernas, tuve que esperar a que pasara todo el tren para poderle gritar a la patrulla que estaba al otro lado de la vía. Inmediatamente cuando les hablé llegaron, llamaron a una ambulancia y me trasladaron a un hospital que estaba cerca de ahí”, recuerda.

En el hospital permaneció dos meses, porque las heridas en sus piernas se infectaron.

Las autoridades de migración no lo apoyaron, ni tampoco el sistema de salud mexicano. Lo deportaron sin silla de ruedas, sin muletas. Totalmente inválido.

“Cuando regresé a Honduras mi familia se destrozó. Es difícil que nos den empleo a las personas como yo. No hay trabajo para los que están bien, menos para uno”, dice.

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Migrantes mutilados piden hablar personalmente con EPN para que escuche sus historias y los ayude. Foto: Cuartoscuro

 

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Marco Tulio Cruz perdió su pierna izquierda en 1989. En esa época no había tanto peligro en las vías del tren. El crimen organizado no operaba como lo hace ahora, pero las familias hondureñas, estaban igual de pobres y necesitadas como en la actualidad.

Tulio tenía hijos que mantener y una esposa y decidió emigrar a Estados Unidos para trabajar y enviar dólares para comprar una casa.

Nada de eso sucedió. Cuando trató de subirse a “La Bestia” cayó de bruces sobre la tierra y el tren lo atrajo hacia él.

“Tuve mala suerte. Tengo nueve hijos y mi mujer trabaja para mantenerlos porque no puedo ayudarle. El sueldo que gana no alcanza para darle comida a todos”, dice.

La esposa de Marco hace tortillas en el comal y gana 60 lempiras hondureños al día, unos 30 pesos mexicanos.

La mitad de sus hijos están en edad escolar y la mayoría no estudia: sólo el que tiene siete y 11 años van a la primaria.

“A veces no van a la escuela porque hay que dar 50 lempiras por niño, no tenemos como darles ese dinero. Viene el día del padre, o de la madre y hay que darles sus 20 lempiras por niño. No podemos”, dice.

Marco Tulio vive en el Progreso, Honduras y desde allá viajó hasta México en caravana con otros 14 hondureños con la esperanza de reunirse con Peña Nieto.

El migrante cree que si Peña Nieto escucha sus historias y constata personalmente los estragos que dejó en cada uno de ellos “La Bestia”, se conmoverá porque es humano y emprenderá acciones para evitar que los indocumentados sigan corriendo la misma suerte.

“Porque es humano, creemos en su humanidad y que nos reciba. Si nos recibe habrá valido la pena todo este camino”, asegura.

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