Ciudad de México, 21 de abril (SinEmbargo).- Hace poco menos que 15 días otorgó al periodista mexicano Juan Carlos Aguilar una entrevista deliciosa, de esas destinadas a producir una pequeña explosión en el gueto literario local, donde –como se sabe- siempre hay mucho ruido. Eso. Y nada más.
Increíble que un hombre de 84 años, como los que ostentaba el crítico literario Emmanuel Carballo, tuviera semejante lucidez, tanta vitalidad, para decir sin miedo cosas como que Xavier Velasco (autor de Diablo Guardián), o Laura Esquivel, la famosa escritora de Como agua para chocolate, eran escritores de “cuarta categoría”.
Quien haya tenido la oportunidad de estar cerca alguna vez de este crítico literario al que le gustaba que lo llamaran escritor y que iba para abogado, pero un día decidió “quemar las naves” y dedicarse a escribir, a leer incansablemente, sabrá de que hablamos al destacar su carácter expansivo, su lengua vivaz, su sonrisa pícara.
LA DEFINICIÓN DE INCANSABLE
Había nacido el 2 de julio de 1929 en Guadalajara, donde a menudo recibía homenajes, y murió a causa de un infarto de miocardio este domingo de Pascuas, a la tarde, luego de regresar de Valle de Bravo, informó su hijo Pablo.
Incansable es una palabra para definir cabalmente a este historiador, pero sobre todo, un amante irredento de la cultura de su país, que difundía y criticaba con una ferocidad juvenil, muy contagiosa, alejada del habitual besamanos en que se ha convertido el ambiente del arte y de la creación literaria en nuestro país.
Para decirlo en buen romance: Carballo hacía y decía lo que le parecía adecuado, sin medir las consecuencias, pues carecía de ese afán mefistofélico con que muchos de sus colegas buscan prebendas en los conatos de poder.
Al saberse la noticia de su muerte, el escritor Juan José Rodríguez, autor entre otras de la novela Sangre de familia, contó una anécdota que pinta a Carballo de cuerpo entero.
“Le regalé en una feria del libro una novela mía y al rato, delante de mi, compró dos en el stand de Mondadori. Teníamos poco de conocernos y me dijo que cuando conocía a un autor nuevo, procuraba “acabárselo” de inmediato, para poder hacerse un juicio y formar un criterio de su obra.
Al día siguiente, hice un chiste en el desayuno y me dijo que eso ya estaba en uno de mis libros y donde. El viejo los había leído los tres en esa misma noche. Ya me contaría luego que, desde sus 60 años, sólo dormía una media hora, al filo de la madrugada, y mejor se ponía a leer para no desesperarse y hacer algo de provecho, sin necesidad de tomar sedantes”.
En diciembre de este año, uno de nuestros 25 libros esenciales a destacar en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara fue, precisamente, el tercer tomo de sus memorias, editado por CONACULTA: Párrafos para un libro que no publicaré nunca.
En él se recopilan crónicas, ensayos breves, cartas y apuntes varios, llevados a cabo entre 1958 y 2011, por quien en 1956 recibiera la medalla José María Vigil al mérito literario, por parte del gobierno tapatío.
Realizó estudios de derecho en la Universidad de Guadalajara, en cuyo Departamento de Letras fue profesor, investigador de tiempo completo y Maestro Emérito.
Fue precisamente en la capital tapatía donde empezó su labor en las letras, al fundar las revistas Ariel y Odiseo; mientras que en la Ciudad de México creó, junto con Carlos Fuentes, la Revista Mexicana de Literatura. Dirigió el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre! y colaboró en múltiples publicaciones culturales, como La Gaceta del Fondo, El Gallo Ilustrado, Ovaciones, Punto, Revista de Occidente, Revista Sur de Buenos Aires, Sábado y Unomásuno. Durante varios años fue columnista del periódico El Universal.
Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y de El Colegio de México. Como editor dio origen al sello Diógenes y fue director literario de Empresas Editoriales, también formó parte del Sistema Nacional de Creadores y antes del Sistema Nacional de Investigadores. Fue miembro del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México.
Fue jurado en numerosos concursos de narrativa en varios países de Hispanoamérica, además de conferencista tanto en México como en el extranjero.
Escribió poesía: Amor se llama y Eso es todo.
Cuento: Gran estorbo la esperanza
Ensayos: Los dueños del tiempo, Agustín Yáñez, La narrativa mexicana y participó junto a Mario Benedetti y el genial Ángel Rama, entre otros, en el libro colectivo Nueve asedios a García Márquez, sobre el famoso Nobel colombiano que acaba de morir también en Ciudad de México.
Entre sus antologías destacan Cuentistas mexicanos modernos, El cuento mexicano del siglo XX, Las fiestas patrias en la narrativa nacional, El periodismo durante la Guerra de Independencia y El periodismo del siglo XIX.
“Soy una figura molesta pero necesaria. Mi papel se presta más a la censura que al elogio. Y es natural, el crítico es el aguafiestas, el villano de película del Oeste, el resentido, el amargado, el ogro y la bruja de los cuentos de niños, el viejo sucio que viola a la chica indefensa, el maniático, el doctor Jekyll y Mister Hyde: en pocas palabras, el que exige a los demás que se arriesguen mientras él mira los toros desde la barrera”, inicia un texto con que se abre su página oficial en Internet (www.emmanuelcarballo.com)
Frente a tanta floritura verbal, uno no puede dejar de pensar el valor que hay que tener en un mundo por momentos tan pacato decir que ser crítico literario equivalía ser “el viejo sucio que viola a la chica indefensa”.
Pero él lo decía. Como dijo en la mencionada entrevista a Juan Carlos Aguilar que los cinco maestros de la literatura mexicana son Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, José Gorostiza y Octavio Paz (constátese que no mencionó a Juan Rulfo), todos personajes que “no se leen”.
“Son de escala mundial, pero nuestros lectores son de escala mexicana”, afirmó.
“Ahora se lee a Laura Esquivel y Xavier Velasco, escritores de segunda, tercera y cuarta categoría, facilones, para secretarias que mascan chicle y para muchachos que no tienen la menor cultura literaria”, recontraafirmó.
Si la lista pedida hubiera sido de 10, Emmanuel Carballo hubiera puesto en sexto lugar a Salvador Novo y luego vendrían Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes y Jaime Sabines.
UN JOVEN SE PITORREARÁ DE MÍ
El crítico, según Carballo, “tiene el derecho de decir lo que piensa tal como lo piensa, sin eufemismos, sin presiones, en voz alta y con toda la boca”, a la vez que se mostraba convencido de que la función de la literatura en la sociedad moderna posee alcances “modestos, nada espectaculares”, consumida en un sistema burgués donde “todo queda en familia”
“A lo largo de 60 años he tratado de ser fiel a mí mismo y congruente con las ideas en que sustenté y sustento mis tareas como escritor y hombre preocupado por sus semejantes”, dijo este hombre que repugnaba el elitismo y alababa la voluntad de ruptura artística.
En política, era un disidente que encontraba siempre un lugar cómodo en el lado de la oposición y cuando tenía que vanagloriarse de algo, lo hacía de su honradez.
A la hora de su muerte, no viene mal recordar lo que podría considerarse su propio epitafio: “Como crítico me sucederá lo que un día observó Alfonso Reyes: llegará un joven en el último barco y pondrá en tela de juicio todo lo que pensé y edifiqué y se pitorreará de mí.
Y yo ya estoy esperando a ese joven que va a tener razón como yo la tuve cuando fui irrespetuoso con mis mayores”. Adiós, Emmanuel Carballo, el profesor entrañable, el crítico de la sonrisa luminosa.