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Francisco Ortiz Pinchetti

21/04/2017 - 12:00 am

Ese güey

Encontré también un portal en Internet de una fábrica y cadena internacional de tiendas de ropa con un divertido sentido nacionalista que se llama Ay güey y que pondera el valor de lo mexicano por encima de las manufacturas de otros países.

Encontré también un portal en Internet de una fábrica y cadena internacional de tiendas de ropa con un divertido sentido nacionalista que se llama Ay güey y que pondera el valor de lo mexicano por encima de las manufacturas de otros países. Foto: Especial.

No es lo mismo sacar al buey de la barranca que ayudar a ese güey a superar un problema o preferir hacerse güey ante la estridencia informativa y sobre todo opinativa de estos tiempos que corren, como lo hago ahora. Güey, así con ge y con diéresis en la u, es una palabra cuyos significados casi infinitos solamente los podemos conocer y entender los mexicanos. Y no todos.

Estrictamente, si, güey deriva de buey (“macho vacuno castrado”, según la RAE) y en una primera interpretación puede afirmarse que ambos vocablos se refieren a lo mismo: una persona tonta, torpe, lenta como se supone que es la noble bestia tan injustamente difamada. Resulta sin embargo que la palabreja en su mexicanísima acepción se va deshojando como alcachofa en una serie de significados tan asombrosos y variados como contradictorios. Y finalmente cotidianos.

La palabra güey se ha incorporado definitivamente al léxico de los mexicanos jóvenes y no tan jóvenes, particularmente de los chilangos. Es de uso común y cada vez más generalizado. Ocurre con ella lo que con otras palabras que hemos hecho tan nuestras que podemos estirarlas, retorcerlas, manipularlas a nuestro antojo para hacerlas que digan lo que nosotros queremos que digan. Otros ejemplos son la palabra madre y desde luego esa otra a la que Octavio Paz dedicó todo un capítulo de su Laberinto de la soledad: la chingada y sus derivaciones en chingo, chingar, chingón, chingadazo, chingarse, chingaquedito, chingadera, chingonería, chinguero…

Nos confirma la Enciclopedia que güey es una deformación de buey (del latín bos, bovis) y que en una de sus acepciones significa tonto o mentecato. Sorprende que la Real Academia Española reconoce el término güey como un sustantivo, usado también como adjetivo mexicano, para referirse a una persona lerda o para dirigirse a alguien que ha tropezado: “’álzalas, güey”. De acuerdo con el Diccionario Breve de Mexicanismos, güey también puede utilizarse para dirigirse a una persona de confianza. Como ofensa, se relaciona metafóricamente con las características del toro castrado: lento y pesado; pero debido a su uso común, el término ha disminuido su significado peyorativo cada vez más al grado de convertirse en una simple muletilla.

Efectivamente, en el argot mexicano güey puede aludir a tonto, estúpido, amigo, enemigo, inútil, trastornado, valiente, despreciable y un sinnúmero de términos que pueden resultar contradictorios. Güey sirve para insultar, pero también para saludar a los cuates, para reclamarle a alguien, para contarle algo, para darle un consejo, para apapacharlo. “¿Qué pasó güey?”, “¿Qué te traes, pinche güey?”, “Te me largas güey, pero orita”, “Me caes a toda madre, mi güey” son unos cuantos ejemplos de su uso. Y si, en el lenguaje juvenil urbano se convierte en una suerte de estribillo sin mayor sentido, como pudieran ser las palabras “este”, “¿no?”, “digo” o “cabrón”.

En el Metrobús escuché hace unos días parte de una conversación telefónica de un joven que llevaba un móvil y trataba de dar un consejo muy en serio a un amigo, aparentemente víctima de un patrón explotador y cabrón. Fue su perorata la que me hizo reflexionar en estas cosas y me invitó a dedicar mi columna de este viernes de Pascua a tan atractivo término, en lugar de meterme a las elucubraciones ociosas sobre las detenciones de Tomás Yarrington y Javier Duarte, las encuestas electorales y la guerra de spots insulsos entre los candidatos. “No, güey, tú debes exigir tus derechos, güey”, le decía a su cuate con voz firme e incisiva. “No es posible que te exploten así, güey, como si fueras un esclavo, güey; no te dejes, güey. Mira güey: si está en ese plan, güey, mándalo a chingar a su madre, güey, pero no te dejes, güey…”

Al ponerme a indagar un poco sobre la palabra de marras corroboré que en efecto se utiliza para referirse a la persona con la que se está hablando, como es el caso de la conversación a la que aludí, pero también para referirse a uno mismo (“que güey soy, me confundí”), a una persona de la cual no se conoce el nombre (“¿qué es de ti el güey que trabaja en la lavandería?”), o para recriminar (“no te hagas güey”), para advertir (“no me quieras ver la cara de güey”), para afirmar (“sí, güey”) o para negar (“no, güey”). Y también para referirse al compañero o novio de alguna mujer conocida: “¿a poco sigue con ese mismo güey?”.

Encontré también un portal en Internet de una fábrica y cadena internacional de tiendas de ropa con un divertido sentido nacionalista que se llama Ay güey y que pondera el valor de lo mexicano por encima de las manufacturas de otros países. Lo interesante es el uso del término en cuestión como un elemento de identidad nacional. Lo explican ellos mismos: “Hay muchas empresas y mexicanos que hacen las cosas bien y productos de calidad”, postulan. “Deseamos seguir generando un poco de identidad nacional; no orgullo, identidad”.

Tal vez lo que más me sorprendió fue constatar no sólo que el vocablo güey aplica de igual manera al género masculino que al femenino, sino que su uso común y coloquial ocurre indistintamente entre hombres que entre mujeres. Ellas también lo usan en sus conversaciones, generalmente como estribillo, pero también para referirse a alguien de manera peyorativa (“ese pinche güey creído”) o con un sentido de admiración y afecto: “a ese güey me lo como, ¡me encanta!”. Curiosamente en este caso no se diferencía entre “los güeyes” y “las güeyas”

La adopción de términos supuestamente “masculinos”, como es el caso, pareciera ser resultado de una determinación femenina de arrebatar a los varones el uso exclusivo de un término en este caso absolutamente coloquial, pero en realidad me parece que es un caso de simple e irracional imitación… lo que para más de una feminista radical pudiera ser una afirmación ofensiva. No es mi intención, palabra.

Francamente pienso que el uso de términos como el que nos ocupa, parte ya del folclor cotidiano, pervierte de manera grave a nuestra amada y casta lengua española; pero de igual forma estoy consciente que a estas alturas resulta absolutamente irremediable. Válgame, güey.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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