COLUMNISTA INVITADO | Hombres y feminismo, de Eduardo Cerdán

21/10/2017 - 12:04 am

A finales de los sesenta, la periodista estadounidense Carol Hanisch escribió un texto que sus editoras intitularon “Lo personal es político”, fundamental para el movimiento feminista. Hanisch explicaba allí que no sólo es importante actuar públicamente, como ella misma lo hacía junto con las Feministas Radicales de Nueva York, para hacer política —es decir, para impactar en las relaciones de poder—, pues hablar de lo que ocurre en el ámbito privado es también un acto político. Ella no satanizaba a las mujeres que no estaban de acuerdo con su grupo activista; al contrario: invitaba a sus compañeras para que escucharan aquellas voces divergentes. “Mientras digamos tienes que pensar como nosotras y vivir como nosotras para unirte al círculo especial, fracasaremos”, escribió.

Por Eduardo Cerdán

Ciudad de México, 21 de octubre (SinEmbargo).- Inmerso en un ambiente y en una muy difícil etapa en México, parto de que «lo personal es político» para hablar de manera íntima, casi hogareña, sobre la relación de los hombres con las manifestaciones actuales del feminismo en México. Sea ésta una reflexión desde el otro lado: el de los opresores. Intentaré urdir este texto de la manera más hilvanada posible. Lo digo porque, ante temas tan apremiantes como éste y ubicado en un duelo compartido —que no adueñado—, me resulta difícil mantener la cabeza fría.

El 15 de septiembre, en Santa María Xonacatepec, encontraron el cuerpo de la xalapeña Mara Castilla, estudiante de 19 años de la UPAEP. Sus familiares la buscaban desde la mañana del día 8, en cuanto Karen Leticia —a quien conozco desde los 13 años— notó que su hermana no había llegado a la casa donde ambas vivían en Puebla. Un par de días después, me enteré vía Facebook de la afanosa búsqueda que Karen había iniciado. El mayor temor se adivinaba cada vez que Mara Fernanda Castilla Miranda (apellidos que oí mil veces en el pase de lista) nos sonreía en las redes sociales al lado de sus características físicas y las circunstancias de su desaparición. Cuando tembló el 19 de septiembre —a dos días de que enterraran a Mara en Xalapa—, estaba yo deslizando el pulgar entre las palabras que el día anterior había dicho Gabriela Miranda, otra “madre mutilada” de nuestro país. “Que el nombre de mi hija trascienda”, pedía.

Estudiantes de diversas universidades de Puebla, se manifestaron por las calles del centro de la ciudad para exigir justicia tras el homicidio de la estudiante Mara Castilla. FOTO: HILDA RÍOS/ CUARTOSCURO

Luego de ver los videos catastróficos en las redes sociales y de leer lo que la prensa publicaba en tiempo real acerca del terremoto, pensé en aquellas personas que se acababan de enfrentar a una sacudida física en medio de la ruina emocional. Karen Leticia penaba por la hermana que le arrebató un feminicida (de nuestra edad, por cierto). ¿Cuántos hermanos estarían en una condición similar? Y mientras temblaba en los lugares que se devastaron, ¿cuántos padres habrán pensado en los restos de sus hijas vibrando bajo el suelo de los panteones? ¿Cuántos habrán imaginado las cenizas de sus muertas sacudiéndose en las urnas? Una nueva desgracia, de otro orden, se cernía sobre muchos mexicanos.

Igual que el feminicidio de Lesvy Berlín este año, el de Mara Castilla se erigió pronto como un emblema de la protesta contra la violencia misógina. En varias ciudades se organizaron marchas en su memoria y en una de ellas, la de la Ciudad de México, ocurrió un desafortunado incidente protagonizado por el periodista Jenaro Villamil y un grupo de mujeres que marchaban en el así llamado “contingente separatista”, que no admite hombres. Entre el coro que gritaba “¡Despídete de tu verga, violador de mierda!”, luego de que algunas mujeres lo empujaran y de que una le arrojara agua, el periodista se alejó. Es verdad que Villamil debía conocer perfectamente las condiciones de la marcha y no tenía nada que hacer adentro del “contingente separatista”, pero no por eso tenían que agredirlo. Y no: él no fue la nota. Me temo que quienes afirman esto tienen el centralismo tan arraigado, que ni siquiera lo atisban. Mientras los capitalinos discutían acerca de Villamil, los familiares de Mara Castilla marchaban, sin “contingentes separatistas”, en Xalapa. Frente a la Catedral donde se había oficiado la misa de cuerpo presente en honor a su sobrina, Claudia Miranda leyó a nombre de la familia una carta abierta dirigida al Presidente, a los gobernadores de Puebla, de Veracruz, y a todos nosotros. “En México —dijo Claudia—, la muerte tiene nombre de mujer”. Amén de señalar la ineficiencia de la fiscalía de Puebla —que se apresuró a cerrar la línea de investigación sobre trata de blancas—, los Castilla Miranda —que prácticamente fueron los investigadores del caso y proporcionaron pruebas contundentes— exigieron a cielo abierto que exista un verdadero Estado de derecho y que se frene la violencia contra las mujeres. Ésa es la nota.

Ahora: sin perder de vista el tema central, también hay que atender todo lo que pasa en manifestaciones como éstas. Por eso, las reacciones de quienes “corrieron” a Villamil merecen discusión y crítica. Muchos aliados del feminismo se abstienen de criticar porque no quieren descalificar un movimiento tan necesario como éste. Pero las críticas no son descalificaciones, sino reflexiones con argumentos. Es imperativo que haya contextos en que los hombres callen y las mujeres hablen sobre sí mismas, pero eso no debe volvernos acríticos. Creo que se puede criticar sin protagonismos. ¿A quiénes les hablan las que marchan en “contingentes separatistas”?, me pregunto. ¿A quiénes dirigen las exigencias para detener la violencia misógina? A la sociedad machista, ¿no? Es decir: a todo el país. ¿De veras creen que polarizar y agredir son las vías para concientizar a los machos? En las redes sociales y en la prensa, aquellas amenaza-vergas aparecen como las caras del feminismo, pero están muy lejos de serlo. Por desgracia, muchísimos mexicanos creen que el feminismo es un grupo homogéneo, ése, y no es así.

La lucha feminista se enfrenta a un contexto lleno de actos violentos que inician a nivel verbal, desde las palabras. La lengua, ya se sabe, también es política; de ahí que haya tantas personas que cambian la segunda “o” de “todos” por una arroba, por una equis o por una “e”. Siguiendo esta premisa, ¿no es incongruente usar un discurso falocéntrico en una marcha que se opone a éste? ¿No es delicado llamar “violador de mierda” a alguien? En esa misma marcha, más tarde, una mujer identificó a un vendedor de pan como su violador. Alrededor de 250 personas lo persiguieron hasta la Plaza Reforma 222, donde aquél se refugió. Una perseguidora, que en el video en el que agreden a Villamil alcanza a verse arrojándole agua —con un collarín puesto, a lo mejor a modo de performance—, aparece ya sin collarín en otro video filmado adentro de la plaza, donde grita: “¡Lo perseguimos porque es un violador de mierda y vamos a ir detrás de cada pinche violador!”. Entonces, ¿Villamil y el vendedor de pan, que sí fue acreditado como acosador por la fiscalía, son lo mismo?

Lo que hacen estas mujeres es sólo un modo de ejercer el feminismo. Sus acciones no definen el movimiento entero, como constatan muchas mujeres que no se sienten identificadas con ellas. Las opiniones de estas últimas son igual de válidas y deben ser escuchadas, como pedía Hanisch hace casi cinco décadas. Hay feministas que se burlan de los varones que, ante la sentencia “Todos los hombres son malos”, refutan: “No todos los hombres…”. Pero ocurre algo curioso: en varios textos escritos por ellas mismas, he encontrado burlas hacia el “No todos los hombres” y, líneas abajo, un deslinde encabezado por la frase “No todas las feministas”. Creo que este ejemplo evidencia muy bien la ineficacia de las generalizaciones. Y, aunque se burlen, la verdad es que no todos los hombres son machistas, no todos los hombres son “malos”. Me alarma que los aliados del feminismo se abanderen bajo esa condena. Invisibilizar a los poquísimos que de veras se oponen al machismo —no en los textos ni en las redes ni en las marchas, sino en la vida cotidiana— es ignorar un área importante de la lucha. “Lo personal es político”.

He hablado acerca del feminismo no en un descarado acto de mansplaining, sino urgido por esa reeducación que con mucha razón se nos exige a los hombres. Les hablo, pues, a mis congéneres. Las feministas no tienen la obligación de explicarnos su movimiento; por eso nosotros debemos leer a las teóricas, escuchar a las activistas, reconocer las varias manifestaciones del feminismo y, sobre todo, hacer un verdadero ejercicio de autocrítica y de introspección para reconocer la desigualdad de privilegios entre géneros y para remediar las muy normalizadas y sistemáticas conductas machistas. Son muchas: bromear entre amigos a costa de las mujeres; ser paternalista tras una máscara de caballero; decir que se «ayuda» con los hijos, en la cocina o en el aseo de la casa; «prohibir» algo a la pareja, celarla, creer que nos pertenece; mal ver a la que bebe, sale de noche o se acuesta con quien se le da la gana; asegurar que una trabajadora asciende por cogerse al jefe, o peor: exigirle sexo a una trabajadora a cambio de un puesto; cosificar a las mujeres, pitarles desde el coche, chiflarles, mirarlas lascivamente en la calle; creer que insistiendo y acosando se puede cambiar un «no»… Y ésas son sólo algunas de las conductas «menores».

Es terrible que la masculinidad hegemónica sea un fin: que “ser hombre” dependa de que se perpetúen las conductas que el machismo ha normado. Las feministas hablan, por supuesto, desde su condición de mujeres, de potenciales víctimas, y por eso ven en los hombres a potenciales agresores. Es totalmente comprensible. Y así como nosotros no tenemos idea de qué es ser mujer en México, las mujeres no saben qué significa ser hombre en un país como el nuestro. Ellas no nos lo van a explicar porque lo desconocen: nos toca a nosotros subvertir la masculinidad machista, entender cómo opera e identificar de qué manera las afecta a ellas en especial —porque las están matando— y también a ellos, a nosotros. «La vida precaria» (diría Judith Butler) y la normalización del machismo han formado hombres que violentan a las mujeres, y también a otros hombres, debido a la frustración generada por descubrir que no tienen el poder que desde niños han creído merecer. Todo el tiempo intentan mostrar al mundo que son fuertes, que «no se rajan». Pero ¿quiénes dicen que los hombres deben ser así? ¿Quiénes nos certifica como hombres? El género masculino se sabotea a sí mismo. Como hombre, no es fácil oponerse a un sistema machista. Lo sé porque lo he vivido. La disidencia es una zozobra constante. Soy un varón heterosexual de 22 años que, acaso por haberme criado bajo un régimen matriarcal —con sus varios actos machistas, eso sí—, siempre he preferido la compañía de las mujeres sobre la de los hombres: mis mejores amistades son mujeres, escribo sobre mujeres, mis modelos a seguir —en la vida, en la literatura— son mujeres. Y por ello, al menos durante mi adolescencia, se me estigmatizó como si lo mío fuera algo malo: “de viejas”, “de maricas”. Sólo porque me hicieron creer que yo no pertenecía, durante aquellos años pensaba dos veces antes de llamarme hombre, a pesar de que nunca he dudado de mi identidad ni de mi orientación sexuales.

Del feminismo hay que rescatar lo importante: la búsqueda de equidad, para que ese “Ni una más” no se lo lleve el viento. Urge erradicar el pensamiento machista. Mientras esto no cambie, seguirá habiendo “Porkys”, jueces indulgentes con los violadores, sexos desgarrados, infancias rotas, caras amoratadas, cadáveres envueltos y arrojados como basura. Que no se nos olvide: por el machismo, siete mujeres no volverán hoy a su casa.

Eduardo Cerdán. Foto: Facebook

 

Eduardo Cerdán (Xalapa, 1995), narrador y ensayista, es profesor adjunto en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue becario de verano en la Fundación para las Letras Mexicanas, ha sido premiado en concursos nacionales de cuento y ha colaborado en publicaciones periódicas como la Revista de la Universidad de México, La Jornada Semanal, Confabulario de El Universal, Punto de Partida, Crítica y La Palabra y el Hombre. Ha participado en libros colectivos de cuentos mexicanos y latinoamericanos (UV, BUAP, UAM-X y Ediciones Cal y Arena), así como de ensayos sobre literatura hispánica (Sussex Press). Colabora en el Grupo Planeta México y edita la sección de narrativa en Cuadrivio. Textos suyos se han traducido al inglés y al francés.

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