Ni un ajo

21/11/2016 - 12:05 am
¿Se acuerdan? ¿Sí? Fue en septiembre de 2014. ¿Se acuerdan, o ya ni eso? Foto: Cuartoscuro
¿Se acuerdan? ¿Sí? Fue en septiembre de 2014. ¿Se acuerdan, o ya ni eso? Foto: Cuartoscuro

La mujer me halló seleccionando un aguacate (¡66.90 pesos el kilo!). Tenía (tiene, que fue ayer) unos 75 o más años. Me dijo con buena voz, extendiéndome un chayote:

–¿Me puede decir si es mexicano?

Nunca había visto chayotes importados, la verdad. Hallé de inmediato la pequeña etiqueta que decía: “Product of México”. Se lo dije y me reí, porque yo hago lo mismo cuando voy al mercado.

Aunque sé perfectamente en dónde están las manzanas, y que las de Chihuahua casi siempre se venden en costalitos de 12, 14 piezas, pregunto con buena voz:

–¿En dónde están las manzanas de Chihuahua? –enfatizo en el “de Chihuahua”.

Sólo compro manzanas de Chihuahua hace años, pero desde hace una década, cuando Felipe Calderón desató la guerra en mis tierras, he procurado incluirlas necesariamente en mi dieta. Las de Delicias o las de Cuauhtémoc, que hoy son la capital nacional del secuestro. Esas ciudades han vivido escenas de horror durante diez años.

–Me parece muy bien que compre chayote mexicano –le dije–. Allá están las manzanas de Chihuahua.

Pues le di cuerda.

–Yo no les compro ni un ajo a esos –movió los ojos hacia arriba y hacia un lado. “Esos”, claro, son los gringos.

–Yo tampoco les compro verduras. Aunque hay cosas que, ni modo, son de allá –hice los ojos hacia arriba y hacia un lado.

–Mire –me dijo–, esos no lo sienten, pero yo no les compro nada. Bien que nos necesitan. Si toda esta gente les dejara sus verduras aquí para que se pudran, se darían cuenta. No lo notan, pero yo pongo mi granito de arena. Nada a esos.

–No lo notan ellos allá, pero aquí bien que lo notan los del Edomex. Los chayotes son de algún lugar del Estado de México. Les damos empleo a esos cultivadores –le dije.

Nos despedimos y cuando llegué a la caja, pensé que tengo familia con las dos nacionalidades; que jamás afectaría a mis hermanos y sobrinos que viven allá. Que tampoco hablaría de ellos con menosprecio ni les llamaría “gringos”.

Las cosas han cambiado en la demografía gringa, razoné: ahora los “gringos” no son los estadounidenses, en general. Son esos cabroncitos que decidieron correr a 5.8 millones de indocumentados mexicanos con una mano adelante y otra atrás, sin indemnización, sin seguridad social, sin ahorros y sin pensión; son esos cabroncitos que se la viven saqueando pueblos para mantener su estilo de vida; son esos cabroncitos, y entre ellos hay morenos como yo, que votaron por el cara de naranja magullada: Donald Trump.

Son esos que bien que se tragan nuestros aguacates y que ahora, con el dólar caro, pagan mucho menos por ellos aunque acá nosotros paguemos cada vez más y nuestros bosques estén cediendo para que ellos tengan una producción garantizada en sus mesas.

“Ni un ajo”, pensé en lo que me dijo la abuela. Sí, no deberíamos comprarles ni un ajo. Y deberíamos aplicarles un impuesto a los aguacates. Y deberíamos dejar de luchar contra el tráfico de drogas y concentrarnos en la seguridad y en el consumo local.

Si les gustan los aguacates, que paguen un arancel alto que bien puede dedicarse a rescatar los bosques, pensé; y con todo y arancel, les saldrá barato. Y si les gustan las drogas, que se atasquen; pero que no muera un solo mexicano más por esta guerra estúpida y sin sentido que libramos básicamente porque los cabroncitos quieren.

***

Si Petróleos Mexicanos (Pemex) fuera la empresa poderosa que fue en el pasado; si no la hubieran convertido en chatarra los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto (principalmente), el cabroncito de Trump se la pensaría para enfrentarse con nosotros. Pero no. Les hicimos caso y desmantelamos no sólo esa empresa estratégica para la Soberanía Nacional, sino todas. Las mandamos a la tiznada para entregarles a ellos el negocio –y a los amigos de los presidentes mexicanos– a bajo costo.

Pero cuando estaban con la Reforma Energética, apenas un puñado protestó. Un puñado que fue y gritó en el Congreso para que los diputados y senadores no cometieran tal atrocidad, que no desbarataran el negocio estratégico de la energía. Sólo un puñado protestó; el resto aplaudió “la modernización del país”. Así es la gente.

Ahora nos damos cuenta qué tan estratégico era mantener las empresas estratégicas nacionales. Nos damos cuenta justo cuando nos ponen la pata en el pescuezo.

Cuando vi las fotos del Buen Fin, este fin de semana, dije: ah, pinche gente. Ya atascaron las tarjetas otra vez. De veras que no entendemos.

Hágale entender todo eso a la gente. Inténtelo, por favor. Dígale lo importante que es defender lo nuestro y no vivir con deudas. Dígale a la gente que estamos en serio peligro y que, obvio, nadie nos va a defender (mucho menos el gobierno, que ése está para hundirnos más). No, la gente no entiende. Vota por corruptos y rateros, y luego se queja. En sus narices deshicieron la industria azucarera y abrieron las cuotas de maíz a los gringos para que nos cebaran con su mierda transgénica; nadie movió un dedo. Apenas un puñado de gente protestó contra la Reforma Energética; apenas un puñado mantiene la lucha por el maíz nacional. Y así, al infinito.

Ya no tenemos forma de presionar a los gringos porque antes les hicimos caso en la necesidad de desmantelarnos completos. Idiotas que somos.

Ahora sí, ándele pues, a ver qué les damos de comer a esos 5.8 millones que vienen de regreso. No serán aguacates, por supuesto, porque esos son caros y son caros porque se los mandamos a los gringos; los servimos en la mesa de Trump y sus amigos.

Da coraje, mexicanos. Pero no pasa de allí. No pasamos de allí.

Ni un pinche ajo deberíamos comprarles a los cabroncitos. Ni un ajo. Coincido con la mujer.

No pasará nada que no hayamos visto: nos podrán la pata en el pescuezo como lo han hecho en el pasado. Y luego, nos convencerán para que pongamos en venta los árboles de aguacates; nos dirán que “nos modernicemos” y les vendamos el Zócalo de la Ciudad de México porque “está mal administrado”. Y allí, en el corazón de nuestro “orgullo nacional”, pondrán un basurero. O un estacionamiento.

Sí, un estacionamiento en el Zócalo. Ya verán que sí.

Al fin y al cabo fue idea, antes que de nadie, de Enrique Peña Nieto y sus amigos.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx
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