“Whiplash”, una película polémica entre músicos; 10 expertos opinan

22/02/2015 - 12:00 am
El maestro implacable, el alumno doliente. Foto: Facebook
El maestro implacable, el alumno doliente. Foto: Facebook

Ciudad de México, 22 de febrero (SinEmbargo).- Sería un hecho realmente extraordinario que el veterano actor de Hollywood J.K.Simmons, nacido en Detroit hace 60 años, no se llevara el Oscar por su trabajo en Whiplash. Está postulado entre un grupo de profesionales tan interesantes y talentosos como él, pero su implacable y manipulador profesor de música ha conquistado a críticos y espectadores.

En el camino quedarán Edward Norton (Birdman), Ethan Hawke (Boyhood), Robert Duvall (The judge) y Mark Ruffalo (Foxcatcher), todo esto –claro está- si se cumplen los pronósticos y la tendencia que encaminan a este profesional de amplia trayectoria –con 150 películas en su haber- hacia su primera estatuilla dorada.

Simmons inició su carrera a finales de los ’80 con apariciones en series y películas para televisión y que vio sus primeras oportunidades en el cine de la mano de Michael Caine (The Cider House Rules, 1999) y Kevin Costner (For Love of the Game, 2000).

Se hizo conocido como prisionero neonazi en la serie Oz y como el policía especializado en psiquiatría en la serie Law & Order. Es un habitual de las películas de Jason Reitman y también trabajó dos veces con los hermanos Coen, en The Ladykiller y Burn After Reading, siempre en papeles secundarios.

En Spiderman, versión Sam Raimi, encarnó al editor J. Jonah Jameson. Lo vimos luego en Juno, (2007), Up in the Air (2009) y The Words, además de su destacado papel en la serie The Closer, que protagoniza Kyra Sedgwick.

En Whiplash, Simmons –el menos conocido por el público entre los postulados en la categoría de mejor actor de reparto- se pone en la piel de un obsesivo y tirano profesor de música que comienza una peligrosa relación con un joven baterista de jazz, decidido a alcanzar la perfección y a lograr el reconocimiento cueste lo que cueste.

La película está dirigida y escrita por Damien Chazelle, quien primero la presentó como cortometraje, hasta que logró financiación para un largo y triunfó en el Festival Sundance de 2014.

Protagonizada por el joven actor de Pensilvania Miles Teller (1987), Whiplash es una gran película. Entretenida, conmovedora, de esas que te dejan pensando…sin embargo, pasado el efecto y en la certeza de que el trío formado por actor protagonista, actor secundario y director tiene calidad suficiente como para ser considerado un verdadero tesoro para el cine contemporáneo, comienza a surgir cierto sentimiento de incomodidad.

Como un galán que a la mañana siguiente perdiera esos brillos encendidos que lo destacaban la noche anterior, el filme que al principio resulta un homenaje por todo lo alto a la música y a los músicos, comienza a perder poco a poco su sustancia para mostrar las costuras y develar algunas trampas en las que muchos instrumentistas no quieren caer.

Hay un debate abierto entre los músicos. ¿Es Whiplash una película tramposa toda vez que basa sólo en el reconocimiento la experiencia musical trascendente? ¿El efecto de la sangre sobre la tarola corresponde a la realidad? ¿Es un filme para los músicos o, por el contrario, pretende saber sobre dicho oficio pero en realidad ignora todo al respecto?

Curiosos como somos y curiosos como sabemos que son nuestros lectores, fuimos a preguntar y aquí están las respuestas.

SD_01JOSÉ MARÍA “CHEMA” ARREOLA, músico, escritor y productor. A punto de soltar su primer disco como Robapalabras (El imperio del ruido), divide su ritmo entre Arreola+Carballo, Alfonso André y el Monocordio Trío.

José María Arreola, uno de los mejores bateristas mexicanos de la actualidad. Foto: Cortesía
José María Arreola, uno de los mejores bateristas mexicanos de la actualidad. Foto: Cortesía

No sé por qué, pero muchos de mis colegas se rasgan las vestiduras al hablar de Whiplash, la película de Damien Chazelle que nos enfrenta a la relación fantasiosa y neurótica de un aspirante a baterista de jazz con su espantosísimo maestro de ensamble. Sí: al personaje interpretado por Miles Teller le falta rigor; todos los que usamos baquetas sabemos que hay que trabajar los dedos en lugar de transitar por la rigidez de una mano muerta. Sin técnica. Sin alma.

Sin embargo, se trata de una puesta visual que busca entretener al espectador –y lo consigue- a partir de esos rasgos exquisitamente estresantes que nos ofrecen profesiones como la del músico que se funde al calor del conservatorio: casi en todos los casos, asistimos al periplo de almas muy sensibles e imprecisas que se dejan maltratar por el bullying de un maestro frustrado. En fin. Veamos a Whiplash como es: una pieza narrativa que nos enfrenta a los asuntos más sórdidos del temperamento humano.

Por otra parte, celebro la presencia de la batería en las salas de cine: ahí está lo de Antonio Sánchez con Birdman, un hecho rítmico que perdurará el tímpano de los días. Y, desde luego, esta cinta de Chazelle de la que sólo me queda un recuerdo más o menos agradable.

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SD_02 ALONSO ARREOLA, “escribajista”, considerado uno de los mejores bajistas de la actualidad, tiene varios proyectos musicales, entre los cuales se encuentra el del trío con su hermano “Chema” y el poeta Mardonio Carballo.

Lo bueno de Whiplash es lo malo de Whiplash para el bajista Alonso Arreola. Foto: Facebook
Lo bueno de Whiplash es lo malo de Whiplash para el bajista Alonso Arreola. Foto: Facebook

El mayor problema de Whiplash son las cosas buenas que tiene, pues confunde comprensiblemente a quienes no son músicos, tanto como Rocky engaña a quienes no son boxeadores. Empecemos diciendo que J. K. Simmons es un gran actor. Reconozcamos que la banda sonora es buenísima. La fotografía y dirección son encomiables también. ¿Qué falla entonces? Para empezar, su inserción en el cine de pseudo-arte que retuerce los cánones de Hollywood en aras de un supuesto experimento que, finalmente, los reproduce con fidelidad pasmosa.

Afortunadamente ya se pueden leer reseñas estupendas (la mayoría de críticos y melómanos neoyorquinos, claro está), que nos dan la razón a quienes salimos decepcionados del cine —rodeados por gente conmovida hasta las lágrimas—. Además de ellos, sólo los colegas músicos comparten nuestra molestia. El público en general, empero, se entretiene e impresiona y nos responde airadamente como si fuéramos unos fundamentalistas del talibán: “cálmate, la película no trata de música sino sobre la relación sadomasoquista entre un maestro y su alumno”. Error. Esa es la tubería que, por dentro, transporta el contenido que la sustenta, y allí están los absurdos: la cinta usufructúa y tergiversa datos históricos bien conocidos (lo del platillazo a Charlie Parker), ignora criterios esenciales del género (para empezar los titanes del género no aprendieron en ninguna academia sino en la calle, gracias a otros colegas), muestra su ignorancia por los íconos homenajeados en su guión (mal elegidos y todos autodidactas), presenta errores técnicos (lo de la velocidad como meta es ridículo), intenta un maniqueísmo bobo en el ambiente del jazz (del club turístico al Carnegie Hall), explota mal la idea del sufrimiento como gasolina del éxito (el sacrificio del joven baterista es de lo más superficial) y, para acabar, resquebraja el propio perfil de sus personajes, quienes terminan en el lado opuesto de una manera torpe con tal de lograr el gran finale.

Únicamente hay que ver en Youtube el solo de batería de Papa Jo Jones en la pieza “Caravan” (multicitados en la cinta) acompañando a Coleman Hawkins en el año 1965, para ver cómo Whiplash se hace añicos con una simple sonrisa. Porque la música de jazz es improvisación, espontaneidad, fraternidad, experimentación y, sobre todas las cosas, un juego que busca la felicidad.

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SD_03 ISMAEL FRAUSTO, músico y periodista. Es editor de Espectáculos de Ovaciones y analista musical. Actualmente toca con la banda mexicana de rock Hilo Negro.

Una película como The Karate Kid, la historia de un alumno y su maestro. Foto: Facebook
Una película como The Karate Kid, la historia de un alumno y su maestro. Foto: Facebook

Cualquiera que sea músico o haya intentado serlo, lo sabe: hay que estudiar como enajenado hasta perder la conciencia, hay que practicar obsesivamente hasta que los dedos sangren, hasta que la pieza musical en turno salga a la perfección.

Cualquiera que sea músico ha presumido ante colegas y profanos los callos en las yemas de sus dedos o las ampollas en las palmas de sus manos, con el orgullo propio del guerrero que vuelve a casa cargando orgulloso las cicatrices de la batalla.

No es exageración, la música es un arte pero también una ciencia exacta, donde el dominio de la técnica es el fundamento sobre el que se construye una obra. La belleza, la interpretación, el sentimiento, todo está cimentado en horas y horas de estudio riguroso y masoquista.

Eso es lo que muestra Whiplash, (Damien Chazelle, 2014) la obsesión de un músico por dominar su instrumento pero, más allá, por ser “el mejor”, adjetivo imposible de definir en este arte-ciencia-deporte, cuya evaluación depende de otros criterios alejados de las matemáticas y que siempre son subjetivos.

Ambientada en el mundo del jazz, la película es una gran oportunidad para los neófitos que piensan que hacer música es solamente rasgar las cuerdas de una guitarra o golpear inmisericordemente un tambor. La persona no adentrada en este mundo descubre los terribles demonios que habitan en la mente de un músico, que lo hacen apartarse de la realidad y enfocarse solamente en un propósito: tocar lo imposible a costa de su propia vida.

“Si no eres lo suficientemente hábil, toca rock”, reza un letrero en la prestigiada escuela de música a la que asiste el baterista Andrew Neyman (Miles Teller). Irónico desdén del músico “culto” al músico popular.

Y en ese desdén hacia la música “sencilla” aparece la figura de Terence Fletcher (J. K. Simmons), ese auténtico látigo de insultos, denostaciones y tortura que encarna a la perfección al maestro tirano que todos –músicos o no- hemos tenido en alguna ocasión de nuestras vidas.

Es este maestro del jazz, de oído exquisito y súper dotado capaz de escuchar lo que el resto de la humanidad no puede sino imaginar, quien hace de Whiplash una delicia y un tormento. Si habría que destacar una actuación es la de J.K. Simmons, si habría que destacar una escena es el furioso lanzamiento del platillo hacia el novel baterista, justo como cuando en nuestra niñez la profesora aventaba el borrador.

Pero, siendo honestos, también habría que ubicar a Whiplash en un género que poco tiene que ver con la música. En realidad, la estructura del guión no dista mucho de El Karate Kid: la historia de un maestro sabio y un joven aspirante que se ve sometido a una férrea disciplina por parte del sensei en aras de obtener lo mejor de él, aunque le sangren las manos.

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SD_04 GABRIEL PUENTES, baterista de jazz. Colaborador imprescindible del recordado Eugenio Toussaint, tuvi proyectos junto a Agustín Bernal, Mark Aanderud, Jorge “Luri” Molina, Alex Mercado, Diego Maroto, Alberto Medina, Iraida Noriega, Tom Kessler, Aarón Cruz y Francisco Lelo de Larrea, entre muchos otros.

Una pésima película para el baterista chileno radicado en México. Foto: Cortesía
Una pésima película para el baterista chileno radicado en México. Foto: Cortesía

Whiplash me pareció pésima película. Llena de inconsistencias y con una idea totalmente alejada de la realidad respecto a lo que significa estudiar un instrumento, la relación profe/alumno, la ética de estudio y forma de practicar, etc. Cualquiera que haya estado en una jam session sabrá que todo anda mal en esta película. En cuanto a lo musical. Eso de los chavitos muertos de miedo porque el profe es muy estricto, el ex-alumno que entró con Wynton (como si eso fuese la epítome del éxito para un jazzista) y luego se suicida, la casi total ausencia de jazzistas afroamericanos, la ligereza con que una bandita de escuela se presenta en -cómo no- Carnegie Hall y que dé igual quién va a tocar o qué van a tocar… Cualquier músico que haya agarrado una baqueta sabe que si te sangran las manos, todo anda mal con tu técnica. Es como la lógica deportiva de Rocky 4 y su “no pain, no gain”, que cualquier deportista entiende como absurda. Como alguien que da clases de música, lo único cercano a real es las ganas de tirarle una silla por la cabeza a algunos alumnos.

Que alguien crea que por ver en youtube un video de Buddy Rich tocando el mismo solo que tocó siempre y querer “ser el mejor baterista de jazz” de alguna escuela para niños de plata (para lo cual, por cierto, parece que no se puede tener novia) bastará para “hacerla”, es como pensar que jugar guitar hero te volverá el nuevo Paco de Lucía.

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SD_05 ANDRÉS “RANA” MEDINA, baterista d eTimmy O’Tool + Americana Soundsystem Drummer // Papá de Max // Amante del Vinyl //  Argentino en MéxicoRed Hot Chili Peppers

Whiplash es sin dudas una de las mejores películas de los últimos años. ¿Por qué?,  porque me movilizó, me llegó, ¡me aplastó! y hacía mucho no me sucedía con una película. Al margen de tocar la historia de un baterista, está muy bien dirigida y filmada y, por supuesto, las ejecuciones musicales son impecables. Si bien no comparto esa obsesión del maestro y el alumno, la película conmueve todo el tiempo.

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SD_06 DAVID CORTÉS, periodista, escritor y crítico de música. Experto en rock mexicano, un tema sobre el que ha publicado varios libros.

Es autor de varios libros de rock, entre ellos la biografía de La Barranca. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Es autor de varios libros de rock, entre ellos la biografía de La Barranca. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

Si no me gustara la música, afirmaría que Whiplash es una excelente película…pero resulta que no solo me encanta la música, la amo tanto que no me gusta que la utilicen como pretexto para felonías. Sí, es una exageración, como exageradas también son ciertas partes del filme.

Si leemos la historia como la de un hombre determinado a triunfar por encima de cualquier obstáculo, el tema resulta el de  una peli promedio estadounidense. ¿Cuántas historias similares nos ha entregado el cine norteamericano? Muchas, sin duda. Y ese es el mensaje que da el profesor de la escuela de música: sus exigencias buscan sacar lo mejor de sus alumnos, llevarlos a alcanzar la excelencia, aunque en el proceso los atropelle y humille o los impela indirectamente al suicidio como sucede con el trompetista que llega a la banda de uno de los hermanos Marsalis.

Sin embargo, me molestan las hipérboles que presenta la cinta: las sangrantes manos del baterista, los platillos de su instrumento chorreantes de sudor, el empecinamiento por tocar a la perfección un tema cuando el jazz es una música que, ante todo, predica la búsqueda de una voz propia, el manejo estereotipado de la figura de Charlie Parker como un junkie, la rebeldía del baterista en el concierto final ante el director de la orquesta.

Sangre, sudor y lágrimas para aprender a tocar la batería en Whiplash. Foto: Facebook
Sangre, sudor y lágrimas para aprender a tocar la batería en Whiplash. Foto: Facebook

¿Quién le dijo al director de la película que mientas más se mueva un baterista, es mejor su manera de tocar?, ¿quién le dice que tocar más notas te acerca a la excelsitud? Esa visión de la música como una carrera de caballos o una competición atlética, únicamente confunde al espectador. Porque si a esas vamos, un baterista como el fallecido Tony Williams era un fracasado, mientras Lars Ulrich se acerca al Olimpo. No, no es necesario tocar “Caravan” para ingresar a la lista de los diez mejores del jazz; tal vez sirva para ingresar al Lincoln Center, pero incluso allí, algo muy importante y que Whiplash nos escatima todo el tiempo, es la proyección de emociones, la transmisión de sentimientos. No siempre la perfección es lo mejor, no importa tu dominio de la técnica si no tienes nada que decir. Charlie Parker no era perfecto, pero su manera de tocar era vibrante y es una paradoja que el icono invisible, el referente que deambula por la cinta sea el de un músico imperfecto y que quien lo invoque sea un profesor tan perfecto que para tocar  en directo solo puede hacerlo en bares de poca monta.

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SD_07 AARÓN CRUZ, contrabajista, integrante del trío A Love Electric, junto al baterista Hernán Hecht y el guitarrista y cantante Todd Clouser.

Trabajó en una herrería y cuando conoció el bajo dejó la Prepa. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Trabajó en una herrería y cuando conoció el bajo dejó la Prepa. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

No he visto Whiplash. Y no la he visto porque con solo ver los cortos, siento que es una vez más una serie de clichés de película gringa, con su dosis de sangre, sudor, lágrimas y alguna broma para aligerar. Algo así como el Karate Kid, pero con baquetas.

No se me antoja verla. Ando totalmente Kaurismaki últimamente en cuanto a cine se refiere.

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SD_08 RAFAEL GONZÁLEZ VILLEGAS,  percusionista, compositor y productor. Con su proyecto Sr. González tiene siete discos; el más reciente: Superviviente de Mí 2014/15. Es integrante de Botellita de Jerez, ha producido una treintena de proyectos musicales de diferentes géneros.

El Señor González, por el placer de la música. Foto: Cortesía
El Señor González, por el placer de la música. Foto: Cortesía

Me gustó esta dramatización sobre la búsqueda de la excelencia. La película trabaja más en función de ese mensaje que el de reflejar la realidad de músicos talentosos. En ese sentido, que sea la historia de un baterista de jazz es el pretexto. No conozco ningún músico hasta ahora, incluyo a mis grandes ídolos, que no estén o hayan estado en la música por una cuestión de placer. En momentos, la película parece que maneja la tesis de que el verdadero reto de un músico es tocar a la máxima velocidad. La música es más que tener una gran técnica, cosa siempre admirable, no lo niego, pero también es creación y comunicación. Afortunadamente, tenemos una muestra de ello en la escena final y es donde yo diría que está el verdadero mensaje de la película, hay un momento en donde uno tiene que tomar las riendas. El papel del maestro es genial, en esa mezcla de sargento, impulsor de talentos, abusivo, ojete, pero con un fin noble, el de descubrir a los nuevos genios. Ahí es cuando digo que la música o la búsqueda por ser el mejor baterista, es solo un pretexto. Nos podrían contar la misma historia con abogados o chefs, aunque nos perderíamos de la maravillosa música del soundtrack. No pude evitar recordar El Cisne Negro y esa especie de sacrificio judeo-cristiano por lograr la gloria. Aun así, en la vida real, tengo la convicción de que para un artista hay de caminos a caminos y de metas a metas. Conozco quien sangró los tambores y aun así lo disfrutó.

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SD_09 EDUARDO PIASTRO, guitarrista de jazz. Ha editado cuatro discos, lidera el cuarteto que lleva su nombre y lleva adelante un dúo con el estadounidense Todd Clouser, entre otros muchos proyectos musicales.

Al querido y talentoso Eduardo Piastro le encantó la película. Foto: Facebook
Al querido y talentoso Eduardo Piastro le encantó la película. Foto: Facebook

Whiplash me parece una extraordinaria película, es intensa y está muy bien contada, creo que refleja claramente una realidad del medio artístico. Desde mi punto de vista como maestro de música prefiero tomar distancia con la idea de ejercer la presión exhaustiva como método educativo, ya que personalmente me importa ser exigente pero respetuoso. Sin embargo, soy consciente de que en las artes escénicas se dan estas presiones, incluso en la autoexigencia, la idea del éxito en la que el artista participa en una zona de competencia descarnada.

Me emociona por otra parte que estas experiencias de la vida de los músicos lleguen al público a través del cine y que se revisen los puntos de vista cliché de algunos círculos sociales que colocan las actividades artísticas como actividades marginales.

Me gustó también la solución del conflicto, la presión que causa una crisis de identidad es resuelta con un exabrupto impulsado por la mirada del padre.

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SD_10 HERNÁN HECHT, baterista, compositor, productor, educador, promotor y artista visual de importantes proyectos en Latinoamérica, ganador de un Grammy Latino en el 2010

Creo que un buen baterista o un buen músico en general es el que hace lo necesario para que la música exista. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo
Creo que un buen baterista o un buen músico en general es el que hace lo necesario para que la música exista. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Whiplash me parece una película dedicada a los bateristas, pero no muy lograda; es decir, me parece que es una película gringa y que en realidad no es para bateristas. Todo gira en torno al chavito buscando aceptación. La película termina cuando el padre lo mira con cara de “¡Oh, sí, mi hijo toca!” Y lo que pasa es que el arte no tiene nada que ver con la aceptación sino con el desarrollo personal, con el disfrute, con la proyección, con lo que eso representa en las otras personas. Si la película hubiera terminado con él tocando solo en su casa, gozando, tocando bien o mal pero en estado de gozo, tal vez me hubiera gustado un poco más. La foto muy buena, el casting muy buena, la música también, ciertas narrativas de la película tienen mucho sentido y de hecho creo que me parezco más al maestro que al alumno, pero siento que es un error fatal mostrar que el objetivo final en un músico es buscar la aceptación.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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