LECTURAS | “Pablo Escobar in fraganti”, de Juan Pablo Escobar

22/04/2017 - 12:04 am

En Pablo Escobar in fraganti, publicado por editorial Planeta, Juan Pablo Escobar revela la intrincada red de corrupción internacional que incluyó a su padre, el poderoso líder del cartel de Medellín y a quien el autor fue descubriendo durante sus actividades tendientes a la pacificación de Colombia.

Ciudad de México, 22 de abril (SinEmbargo).- De Pablo Escobar se ha escrito bastante, pero aun hoy hay muchos pasajes de su vida que permanecen en la sombra o de los que se había comentado muy poco, como ocurre con la única prueba que confirma su participación en el narcotráfico, o de que el camino de la droga y el dinero en los años ochenta fue también el de los movimientos contrarrevolucionarios en América Latina, con todo y la amplia participación de las centrales estadounidenses de inteligencia.

“Este nuevo libro es revelador y contiene relatos muy delicados, jamás contados, que dejan al descubierto verdades sobre numerosos hechos en los cuales él (su padre) tuvo una directa participación que hasta ahora permanecía en la sombra”, admite el autor sin ocultar el desconcierto que le provocan sus hallazgos.

Y es que con Pablo Escobar siempre hay varias aristas de un hecho, por más inocente que parezca, porque el capo de Medellín hilaba muy fino, lo mismo si se trataba de las relaciones políticas y de inteligencia, que si planeaba una fiesta infantil en la que el principal atractivo sería la actuación de la estrella de ese momento: Michael Jackson. Por lo mismo, aun conociendo los detalles, al autor no le es posible saber si existió la posibilidad o solo fue una broma  recordar que el intérprete de Thriller pudo haber sido secuestrado.

Ese conocimiento sobre Pablo Escobar, sumado a los resultados de sus investigaciones, se reflejan también en la manera en como el autor trata el tema del éxito de las llamadas narcoseries, donde aprovecha para hacer precisiones a datos que tergiversan la verdad sobre el complicado mundo del tráfico de drogas.

Fragmento del libro Pablo Escobar in fraganti, de Juan Pablo Escobar, Planeta 2017, publicado con autorización de Editorial Planeta México.

Pablo Escobar, una nueva versión de Juan Pablo. Foto: Especial

 

CAPÍTULO 1

Tras el rastro de Barry Seal

“Juan Pablo, muchas gracias por permitirme enviarte un mensaje privado. Me llamo Aaron Seal y mi padre fue Barry Seal. Estoy seguro de que estás tan familiarizado con ese nombre como yo lo estoy con el de tu padre. He leído que has buscado la reconciliación con personas del pasado de tu padre y eres un gran hombre por ello. He contactado a los hombres que halaron el gatillo y mataron a mi padre, y les he dicho que los he perdonado.

“Solo quiero que sepas que hace mucho tiempo perdoné a tu padre por haber —supuestamente— pagado por el asesinato de mi padre. Me acerco humildemente para pedirte que perdones a mi padre por haber estado dispuesto a declarar en contra de tu papá y sus asociados. Mi padre solamente estaba tratando de salvar su espalda y al final él pagó el último precio. Solo quiero que sepas que no hay resentimientos de mi parte ni de mi madre. Juan, yo más que la mayoría puedo entender lo difícil que ha sido tu vida. Mi camino ha sido áspero también, pero el Señor ha sido mi roca. No me ofenderé si eliges no contestarme. Que Dios te bendiga. Aaron”.

En la mañana del 25 de julio de 2016 revisaba al azar los muchos mensajes que recibo por las redes sociales hasta que llegué a uno que me llamó la atención por el apellido del firmante. Fue muy grata la sorpresa que me llevé al leer las nobles y sensatas reflexiones del joven Aaron Seal y desde luego lo primero que pensé fue en contactarlo.

Cómo no hablar con Aaron si su padre, Adler Berriman Seal, fue asesinado por orden de mi padre, en venganza porque en 1984 tomó varias fotografías en las que se ve a mi padre y a Gonzalo Rodríguez Gacha, ‘el Mexicano’, cuando ayudan a cargar cocaína en una avioneta en una pista de aterrizaje en Nicaragua. Esas imágenes son la única prueba existente hasta hoy que relaciona en forma directa a mi papá con el tráfico de estupefacientes.

Adler Berriman Seal, quien prefería que le dijeran Berry Seal, fue un reconocido y joven piloto estadounidense que trabajó para varias aerolíneas comerciales y tuvo la osadía de ser al mismo tiempo agente encubierto de la CIA, informante de la DEA y piloto de mi padre en los primeros años de la década de los ochenta, en la época dorada del cartel de Medellín.

A los 24 años de edad, Seal fue el piloto más joven en Estados Unidos en volar en solitario para la aerolínea estadounidense TWA. Era tan audaz que se hizo miembro activo de la Civil Air Patrol, una organización creada en 1930 por aviadores civiles que ofrecían sus habilidades para defender voluntariamente el territorio estadounidense, aún con sus propios aviones. Dicha entidad fue asignada al Departamento de Guerra bajo la jurisdicción de la Army Air Corps, los cuerpos armados aéreos del Ejército, pero en 1943 el presidente Harry Truman la incorporó de manera permanente como auxiliar de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, U.S. Air Force.

Después de varios años como piloto comercial, Seal ayudó a la CIA con vuelos ilegales que entraron a Estados Unidos cargados con heroína para financiar diferentes conflictos en el mundo, principalmente en operaciones anticomunistas. Pero la ambición lo llevó muy pronto a la cárcel: en 1979 fue detenido en Honduras acusado de tráfico de drogas. Permaneció nueve meses en una cárcel en Tegucigalpa donde conoció al piloto colombiano William Rodríguez, quien le propuso trabajar para el cartel de Medellín. Ya en libertad, Seal se destacó como piloto de sus propios aviones —tenía cuatro DC-10 y le gustaba llamarlos ‘The Marihuana Air Force’— y de los de mi padre y descolló por su audacia en el trasiego de aeronaves repletas de coca desde Colombia hasta el sur de La Florida. En el círculo más íntimo del cartel, Seal era conocido como ‘Mackenzie’.

La cálida relación de mi padre y Seal queda confirmada con esta anécdota: un día mi papá me dijo que lo acompañara a ver el que anunció como el espectacular aterrizaje de un ‘gringo loco’ en la pista de la hacienda Nápoles, que solo tenía 900 de los 1.200 metros de longitud necesarios para el aterrizaje de un avión Douglas DC-3. El aparato venía repleto de animales para el zoológico de la hacienda.

Nos hicimos a un lado de la pista y de un momento a otro en el firmamento apareció un enorme aparato que se precipitó a tierra como si fuera a estrellarse y en un brusco movimiento tocó tierra y se deslizó a lo largo de la pista, que parecía insuficiente. Los frenos se veían al rojo vivo y de un momento a otro el piloto hizo un movimiento que hizo girar el avión sobre la rueda trasera evitando ir a parar a un abismo. Una vez la aeronave se detuvo en medio de una gran polvareda, un hombre gordo, abrió la puerta, bajó y se acercó sonriente a saludar a mi padre. El ‘gringo loco’ del espectacular aterrizaje resultó ser Barry Seal. Estoy seguro de que ese día mi padre lo apreció aún más por la audacia demostrada durante la riesgosa operación en la que además los animales resultaron ilesos.

Seal recibió una buena cantidad de dinero por semejante aventura y regresó a su casa con un regalo bastante exótico que solo podía provenir de mi padre: la cría de una guacamaya azul, originaria de Brasil, empacada en una caja de zapatos. Como ya había contado en mi anterior libro, en un viaje que hizo a Brasil en 1982, recién elegido Representante a la Cámara, mi padre sustrajo ilegalmente una hermosa guacamaya azul. Curiosamente, mi padre hizo ese viaje en un avión Lear Jet idéntico al que tenía Seal en Estados Unidos.

Por lo que me han contado de Seal, es fácil entender por qué se ganó los afectos de mi padre: porque era capaz de todo y porque de alguna manera fue precursor de varios métodos para introducir drogas y armas al corazón de Estados Unidos. Por ejemplo, diseñó un sistema mediante el cual un solo piloto lanzaba la carga al vacío, atada a un paracaídas que se abría al caer; en el alijo iba un rastreador que emitía una señal y al instante aparecía un helicóptero que descendía y enganchaba el cargamento. Luego, con una precisión milimétrica, aparecía un camión que circulaba a velocidad moderada, a la espera de que el helicóptero depositara la cocaína en la parte trasera. La misma operación se repetía con el lanzamiento de la droga en pantanos y era recogida en aerodeslizador. Y también en el mar, donde Ellie Mackenzie —de quien hablaremos más adelante— la recuperaba en un bote pesquero. A la par de estas estrategias usadas para traficar, Seal tenía un sitio preferido para llegar con los cargamentos desde la lejana Colombia: la pista de aterrizaje conocida como Summer Field Road, en Port Vincent, Estado de Louisiana.

Pero la meteórica carrera de Seal fue interrumpida por la agencia antidrogas de Estados Unidos, DEA, que en los primeros meses de 1984 lo arrestó en Miami bajo los cargos de lavado de dinero y contrabando de Quaalude o Metacualona, un poderoso sedante con capacidades hipnóticas que los jóvenes utilizaban entonces como droga recreativa. Según me cuenta Aaron, el cargamento por el cual fue detenido su padre no era de Quaalude sino azúcar. Lo cierto de esta historia es que Seal descubrió que había sido víctima de una estafa, pero cuando intentó deshacerse del alijo un amigo le dijo que él vendería las pastillas en algunas discotecas de Miami. Al final fue procesado por conspiración. Ante la posibilidad de pasar varios años en la cárcel, Seal no tuvo otra opción que firmar un acuerdo con la justicia para delatar a sus socios colombianos. La colaboración de Seal con la DEA inició con un primer episodio que solo se sabe ahora: se le ocurrió proponerles a los capos del cartel de Medellín que los ocultaría en su casa de Baton Rouge, Luisiana, con el argumento de que estarían más seguros en territorio estadounidense que fuera de él. La audaz iniciativa incluía el vuelo en su propio avión. La propuesta fue planteada por Seal en una cumbre mafiosa en Ciudad de Panamá y al comienzo tenía tanta lógica que varios de ellos llegaron a considerarla seriamente. No obstante, la esposa de uno de los capos, cuyo nombre no estoy autorizado a mencionar, intuyó que Seal les estaba tendiendo una trampa. Ella tenía razón y tiempo después se sabría que en realidad Seal pretendía llevar a todo el cartel en un solo vuelo y entregar a los capos para cumplir su parte en el pacto con la DEA. La verdad es que ‘Mackenzie’ nunca le cayó del todo bien a ella y sus dudas sobre él terminarían por sepultar la idea de que los capos se escondieran en Estados Unidos.

El foco de los agentes secretos estadounidenses se concentró entonces en mi padre y ‘el Mexicano’, quienes fueron rastreados en Nicaragua cuando se reunían con enlaces del régimen sandinista para organizar el envío de cocaína desde suelo nicaragüense hacia las costas del sur de La Florida.

Fue así como los norteamericanos montaron una temeraria operación en la que Seal pilotaría un avión con una potente cámara fotográfica oculta en el fuselaje. La idea era probar los nexos del régimen sandinista de Nicaragua con la mafia colombiana.

La historia de esta compleja trama es así: los agentes secretos y Seal concluyeron que la manera más creíble de realizar el montaje era venderle un avión militar a mi padre, pero se encontraron con un obstáculo porque ese tipo de aeronave no tenía catálogo y por lo tanto no era posible comercializarlo. Entonces optaron por tomarle fotografías y publicar un aviso clasificado en una revista especializada de aviación. Mi padre se tragó el anzuelo y cuando se reunió con Seal y este le mostró la publicación, mi padre le dijo que lo comprara porque ese era el tipo de avión que necesitaban para traficar desde Nicaragua.

Una vez recibió un potente turbo hélice C-123, Seal lo bautizó ‘The fat lady’ —la señora gorda—, pero debió reparar la rampa de acceso porque no bajaba bien. Luego, un técnico enviado por la CIA instaló la cámara dentro de un cajón en la parte superior derecha de la entrada trasera del avión, pero tenía el grave inconveniente de que el control remoto era muy rudimentario y la obturación del botón para tomar las fotos producía un clic muy ruidoso. Por tanto, la única manera para que mi padre y quienes estarían con él no descubrieran la maniobra, era manteniendo encendidos los motores de la aeronave.

Así, en la noche del 25 de mayo de 1984, Seal aterrizó y le ordenó a su copiloto acelerar a fondo mientras él buscaba el momento adecuado para tomar las fotografías. Molesto por el ruido, mi padre le pidió a Seal que apagara los motores, pero este respondió que no podía hacerlo porque se habían producido algunas fallas técnicas que hacían riesgosa la salida. Mi padre entendió la explicación.

Finalmente, Barry Seal tomó a escondidas las reveladoras imágenes que captaron el instante preciso en que mi padre, ‘el Mexicano’ y Federico Vaughan, un funcionario de alto nivel del Ministerio del Interior de Nicaragua, colaboraban con varios soldados nicaragüenses para subir cuatro tulas que contenían seiscientos kilos de cocaína. Era el primer cargamento que enviaban desde la pista de aterrizaje del pequeño aeropuerto de Los Brasiles, situado no lejos de Managua, la capital nicaragüense. Seal aterrizó esa misma noche en el aeropuerto de la base aérea de Homestead, en el extremo sur de La Florida.

En aquel momento mi padre y ‘el Mexicano’ eran prófugos de la justicia de Colombia, donde los buscaban para responder por el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, ocurrido el 30 de abril de 1984.

La secuencia fotográfica en la que aparecen mi padre y ‘el Mexicano’ fue publicada a mediados de julio siguiente en varios periódicos de Estados Unidos. El documento gráfico era incontrovertible, pues habían encontrado a mi padre con las manos en la masa. Barry Seal lo había traicionado y ello le costaría la vida.

La filtración de las fotografías a los medios de comunicación hizo un doble daño: puso en evidencia a mi padre y al ‘Mexicano’ y señaló al régimen sandinista de estar aliado con la poderosa mafia colombiana. Tras el escándalo, la permanencia de mi papá y de su socio se hizo insostenible en Nicaragua y dos semanas después regresaron a Colombia.

En la investigación que realicé para escribir este capítulo supe que mi padre se propuso acabar cuanto antes con la vida de Seal y para ello llamó a varios de sus contactos en Estados Unidos. El primero en recibir el encargo de eliminar a Seal fue Max Mermelstein, un ingeniero mecánico oriundo de Brooklyn, Nueva York, que también trabajaba para el cartel y tenía en su haber una bien ganada reputación porque a lo largo de varios años introdujo 56 toneladas de cocaína a Estados Unidos, que representaron ganancias cercanas a los 300 millones de dólares. Mermelstein había ingresado a la organización de mi padre a finales de los años setenta, de la mano de Rafael Cardona, alias ‘Rafico’, un hombre de su confianza en Estados Unidos.

Sin embargo, en la mañana del 5 de junio de 1985, justo cuando avanzaba en la organización del complot contra Seal según las instrucciones de mi padre, Mermelstein fue arrestado mientras conducía su lujoso automóvil Jaguar. Al principio estaba tranquilo, pues pensaba que en cuestión de días el cartel de Medellín se ocuparía de su fianza y del cuidado de su familia, como estaba pactado desde finales de la década del setenta, cuando entró a trabajar para la organización de mi padre. Pero no fue así. ‘Rafico’ cometió el error de no pagar la fianza de US$ 550.000 fijada por el juez, y por el contrario, optó por amenazarlo para evitar que declarara contra él y sus socios.

Por la cabeza de Mermelstein no había pasado la idea de convertirse en testigo en contra de mi padre y sus socios porque en su proceso solo aparecía el hallazgo de US$ 250.000 debajo de una cama en el allanamiento a su casa, un delito aparentemente sencillo de explicar. Pero ante el comportamiento de ‘Rafico’, Mermelstein temió por su vida y la de su familia y no tuvo opción que convertirse en uno de los informantes más valiosos y costosos en la historia de Estados Unidos. Tanto, que la Oficina de Protección de Testigos del Departamento de Justicia ofreció proteger a 31 miembros de su familia, 16 de los cuales la aceptaron.

Una vez fue llevado a la Corte, Mermelstein reveló la existencia del complot para ejecutar a Seal y aclaró que había retardado el plan de manera deliberada porque según las órdenes de mi padre debía ser asesinado por una o varias personas, pero estadounidenses, pues no quería relación alguna entre el crimen y el cartel de Medellín en caso de que los sicarios fuesen atrapados.

En su libro The man who made it snow (El hombre que hizo llover coca), publicado en abril de 1990, Mermelstein escribió que nunca quiso matar a Seal porque a él le gustaba el negocio de traficar, no el de matar. Y agregó que sabía que si no cumplía con tan delicada misión pagaría con su vida. Mermelstein reveló que en el propósito de asesinar a Seal contactó a un hombre llamado Jon Pernell Roberts, quien en el pasado había alardeado de sus nexos con la mafia local estadounidense. Sin duda, dijo, era el hombre indicado para el ‘trabajo’. A su vez, Pernell reunió a Mermelstein con Reed Barton —dos viejos conocidos, porque el uno le alquilaba vehículos al otro para transportar la cocaína— y en un par de ocasiones viajaron juntos a Baton Rouge, a realizar tareas de inteligencia y vigilancia en los sitios más frecuentados por Seal, pero no lo encontraron. El intento había sido fallido.

Para apresurar el plan criminal contra Seal, mi padre envió a reunirse con Mermelstein a un piloto conocido con el alias de ‘Cano’, quien había realizado con Seal varios viajes de narcotráfico en territorio colombiano. ‘Cano’ conocía bien el lugar donde vivía Seal, así como sus rutinas, su restaurante preferido y hasta su sitio de trabajo. La información aportada por ‘Cano’ quedó escrita en papelitos pequeños que fueron a parar a la billetera de Mermelstein, quien entró en pánico porque con seguridad sería acusado si Seal caía asesinado. La posibilidad de aparecer como responsable de un…

Juan Pablo Escobar, hijo de Pablo Escobar. Foto: efe

¿Quién es Juan Pablo Escobar? (Medellín, 1977). Arquitecto y diseñador Industrial. Protagonizó el siete veces galardonado documental Pecados de mi padre, proyectado por la ONU en la Celebración del Día Internacional de la Paz. Como pacifista concretó el diálogo, la reconciliación y el perdón con hijos de las víctimas de la violencia narcoterrorista ejercida por su padre en los años ochenta y noventa. Conferencista e hijo del narcotraficante más conocido de la historia. Por seguridad, usaba el nombre de Juan Sebastián Marroquín Santos hasta que publicó su primer libro. Otros libros publicados: Pablo Escobar, mi padre.

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