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Alejandro Páez Varela

22/05/2017 - 12:05 am

Noche negra

En el evento en Los Pinos pidió un minuto de silencio. Más de uno pensamos: pues no necesitamos un minuto más de silencio: llevamos cinco años de silencio.

Periodistas durante la protesta en Segob. Foto: Cuartoscuro

–A Javier Valdez (1967-2017)

Enrique Peña Nieto tenía el rostro desencajado. Era una mezcla de ira con ganas de salir corriendo. Los reporteros le habían exigido, a gritos, JUSTICIA. Pero él no pareció estar de acuerdo.

No se permite pedir justicia a gritos al Presidente, decía su expresión facial. Menos en “su casa”, en Los Pinos.

Los elementos del Estado Mayor Presidencial respondieron tomándole fotos a los rebeldes y, un día después, esculcando las bolsas y los pantalones de los reporteros que cubren los eventos. Hay testimonios de lo anterior publicados en distintos medios.

No creo que el Jefe del Ejecutivo estuviera molesto por el asesinato de Javier Valdez. Nunca mostró siquiera interés por los otros reporteros muertos en su mandato. Ni un tuit. Somos menos que calcetines para él, a juzgar: sobre sus calcetines ha tuiteado y sobre los periodistas, apenas un comentario en cinco años. O dos, aunque no estoy seguro. Nada significativo.

En el evento en Los Pinos pidió un minuto de silencio. Más de uno pensamos: pues no necesitamos un minuto más de silencio: llevamos cinco años de silencio.

Un silencio que permite la impunidad.

Una impunidad que permite a los malos, en el gobierno o en el crimen organizado, seguir matando periodistas.

Con el rostro desencajado. Foto: Cuartoscuro

***

Tuve la sensación de que nadie quería irse. Cuando el acto había terminado, algunos nos quedamos platicando frente a las rejas de la Secretaría de Gobernación.

Los que cargábamos veladoras fuimos a dejarlas frente a las puertas de la dependencia, en un altar improvisado para Javier, para Miroslava Breach y para todos los colegas caídos en estos años.

–Es como si el siguiente muerto caminara entre nosotros –me dijo un colega.

Sí, sin exagerar.

Vi a Javier Valdez durante su gira de Malayerba, este año.

Nos vimos en nuestro querido Mazatlán, antes, y nos comimos un kilo de callos de hacha con un tequila blanco.

Me puse de pie y nos abrazamos. Mi vuelo salía en dos horas.

–Cuídate, vato –me dijo.

–Usted también –respondí.

No sabía que sería un abrazo final.

No sabía que nos estábamos despidiendo, para siempre.

No imaginaba nada, nada.

Cuando Mónica Maristain me dijo, con los ojos llorosos, que lo habían matado, caminé a mi escritorio y respiré profundo.

Me fui a una comida y no me pude concentrar en lo que hablaban.

Salí de allí con ganas de dormir. Dormir y no pensar.

Ahora veo y veo y escucho y escucho el video con su discurso del 22 de septiembre del 2011, cuando recibió el Premio Internacional de Libertad de Prensa del CPJ:

“En Culiacán, Sinaloa, es un peligro estar vivo. Y hacer periodismo es caminar sobre una invisible línea marcada por los malos que están en el narcotráfico y en el gobierno. Un piso filoso y lleno de explosivos. Esto se vive en casi todo el país. Uno debe cuidarse de todo, y de todos. Y no parece haber opciones de salvación y muchas veces no hay a quién acudir”, dijo.

Javier Valdez no tuvo opciones de salvación.

Lo mataron.

Y el Presidente es el molesto.

***

El sexenio terminará sin que el equipo en el Gobierno federal haya aprendido algo. Nada.

Se equivocaron desde un principio y así terminan: en el error.

No hubo momentos de reflexión, me parece. Se obsesionaron en cinco temas, entre ellos cubrir el desaseo y tratar de retener el Estado de México: todo el gabinete fue a hacer campaña; todo. Nadie estuvo para atender los imponderables; para ofrecer opciones de salvación.

Pero ni autocrítica. Autocrítica, de hecho, es una palabra que se quedó en Toluca muchos años antes.

El Presidente mantuvo a un burócrata de quinta en la FEADLE, la Fiscalía que debió garantizar que los asesinos de los primeros periodistas que cayeron en su mandato fueran a prisión.

Los periodistas pagaron las consecuencias por Ricardo Nájera y por el desinterés, que llevó la impunidad al 98.7 por ciento de los casos, según datos de Artículo 19.

Y ahora él es el molesto.

No hay, entonces, ni siquiera remordimiento. Ni autocrítica, ni reflexión.

Quizás la administración federal pensaba que esos miles de millones de pesos que ha entregado –de acuerdo con los datos oficiales– a algunos medios de comunicación le garantizaban que no habría gritos; que nadie repararía en que se están asesinando periodistas a un ritmo cada vez más acelerado.

Ni los miles de millones repartidos –de acuerdo con los datos oficiales– detuvieron la vorágine: la imagen del Jefe del Ejecutivo federal toca suelo, y los periodistas de a pie mueren por la indiferencia.

El Presidente del rostro desencajado, claramente, se irá sin haber aprendido algo. Nada.

Su imagen está en el abismo y los periodistas, los de a pie, no le perdonarán jamás esta noche negra y larga.

Y luego, en los albores de su administración, cuando se sepa de qué va el próximo Presidente, la prensa que le acompañó todo el sexenio e incluso los columnistas que lo defendieron empezarán a golpearlo a él, y al Gobierno federal.

Se unirán a un concierto que será despiadado. Como despiadada ha sido la negligencia.

***

En el colmo, Gina Domínguez dictaba cabezas, ordenaba espacios en las portadas, vetaba reporteros y repartía dinero, a raudales, entre los medios fines.

Luego vino su destitución como vocera de Javier Duarte, y una parte de la prensa la acogió.

Luego vino su desgracia. Los tiempos cambiaron y se le vino el mundo encima: hoy está en una cárcel de Veracruz.

Hasta la prensa que más recursos obtuvo durante el Gobierno de Duarte de Ochoa empezará a tundirle a ella. Como ya le tundió al ex Gobernador.

No, no aprendieron nada: pasará con los funcionarios de la administración federal en curso.

Esos a los que les dieron miles de millones en el sexenio les darán la espalda, como lo hicieron con Humberto Moreira, Javier Duarte, César Duarte, etcétera. Como lo hicieron con muchos, antes. Como le hacen cada sexenio.

La prensa afín se llevó una gran tajada, año con año, y el Presidente no cumplió otra de sus promesas: la de transparentar la relación con los medios.

“Se cumplieron cuatro años de la promesa de Enrique Peña Nieto, sobre la creación de una instancia ciudadana que supervise y transparente la contratación de la publicidad oficial en todos los niveles de gobierno. Hasta el día de hoy, ese compromiso no se ha materializado. Y el uso de la publicidad oficial sigue rigiéndose bajo las mismas malas prácticas: escueta información y nula rendición de cuentas sobre el ejercicio de millones de recursos públicos que se asignan sin regla”, dijo el reporte de Fundar en noviembre pasado.

Las cosas siguen igual.

Lástima de dinero tirado a la basura (dinero de todos nosotros, por supuesto): el Presidente no pudo sostener los niveles de popularidad, y tampoco pudo ocultar la realidad: que mientras paga miles de millones a los dueños –que ahora se unen en un concierto para “condenar” los ataques a la prensa– a los de a pie los matan.

Sí, el gobierno de Enrique Peña Nieto ha sido, en todos los sentidos, una noche negra. Noche negra para los ciudadanos; noche negra para los periodistas, también.

Ya vendrá la luz. Cuando venga.

He escuchado desde hace mucho tiempo a colegas decir, entre preocupados y hartos: ya, que se vayan. Que termine este sexenio de una vez por todas y que se vayan a donde quieran, con los millones que hicieron y con su sangrienta fiesta de impunidad.

Que se vayan con su México en la bolsa y nos dejen este, el grande, el que no es de ellos y el que vale más la pena.

Que se vayan, de verdad. Que se vayan ya.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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