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Jorge Alberto Gudiño Hernández

22/07/2017 - 12:00 am

En torno al emoticón

Es claro que los emoticones ya han superado el nivel de la interjección. Desde cierta perspectiva, se han convertido, también, en un adorno. Participo en grupos de conversación textual donde muchos de los mensajes van acompañados de florecitas, de corazones, de plumas revoloteando. Si pienso en ciertas funciones del lenguaje, estos ornamentos hacen las veces de marcadores de intención. Así es más sencillo activar los sarcasmos o saber que una frase agresiva es una mera broma. Funcionan bien y, pese a ello, sigo sin atreverme a plasmar un dibujito en el lugar de una palabra.

” Los emoticones, como signos cargados de intencionalidad, buscan quitarle la solemnidad a la escritura, volverla charla simple y llana, natural”. Foto: Especial

Nunca he enviado mensajes de texto con emoticones (salvo los que uno de mis hijos envía por entretenimiento). Lo confieso más como una debilidad que como una crítica. Fui testigo de su surgimiento: esa combinación de teclas consistente en dos signos de puntuación para crear caritas acostadas. Pronto se convirtieron en caracteres en los teclados más avanzados de la época. Ahora hay un arsenal para dialogar con todo mundo. Sigo sin usarlos.

Me queda clara su utilidad. En un principio fueron simples interjecciones. Quien los utiliza así, sabe que son buenos para finalizar una conversación en la que queda poco por decir. Un amigo nos manda a nuestro grupo un video sorprendente o curioso. Varios responden con caritas de diferente tipo, en las que se manifiesta la admiración o la sorpresa, la tristeza o el enojo, dependiendo de la situación. Yo, casi siempre, me quedo callado porque no me alcanzan las palabras para responder. A veces lo hago con un simple “ok” que, a estas alturas, tiene el mismo valor interjectivo. Pero no siempre es “ok” lo que quiero decir y tampoco me gusta lanzar exclamaciones por doquier.

Es claro que los emoticones ya han superado el nivel de la interjección. Desde cierta perspectiva, se han convertido, también, en un adorno. Participo en grupos de conversación textual donde muchos de los mensajes van acompañados de florecitas, de corazones, de plumas revoloteando. Si pienso en ciertas funciones del lenguaje, estos ornamentos hacen las veces de marcadores de intención. Así es más sencillo activar los sarcasmos o saber que una frase agresiva es una mera broma. Funcionan bien y, pese a ello, sigo sin atreverme a plasmar un dibujito en el lugar de una palabra.

No me queda duda, es un defecto de mi personalidad o una suerte de resistencia petulante que se esgrime a partir de la idea de que me gusta respetar el lenguaje. Pero los emoticones también son lenguaje. Eso es cada vez más evidente. He atestiguado diálogos enteros en los que sólo se utilizan dibujitos. Y funcionan. Sé, incluso, que hay poetas que los han incorporado a su obra. Narradores también, por supuesto.

Sigo reacio a utilizarlos. Me da la impresión de que me he quedado atrás. Nunca he sido un buen conversador. Toda mi vida he tenido problemas para platicar con un desconocido y, en las reuniones tumultuarias, siempre busco a una persona como asidero para mi introversión. Si eso es frente a frente, lo mismo me sucede con los mensajes. Voy más lejos, me da trabajo contestar con un “ja ja ja” a un mensaje aunque eso sí lo he hecho alguna ocasión.

Me parece que es ahí donde radica mi problema. En la traslación a la oralidad de los diálogos textuales. Los emoticones, como signos cargados de intencionalidad, buscan quitarle la solemnidad a la escritura, volverla charla simple y llana, natural.

No me cabe duda de que quien está mal soy yo, dado que soy incapaz de adaptarme al lenguaje de la época. Eso me entristece un poco pero sé, casi de cierto, que será difícil que cambie en ese terreno. Simplemente no va conmigo. Así que, si algún día, a alguien le respondo un emoticón, será porque he cedido, porque alguien se hizo de mi teléfono o porque, tal vez, mi aprendizaje ha vencido a mi resistencia. Mientras tanto, me seguiré quejando por mi incompetencia para las relaciones humanas. Una queja contra mí mismo, por supuesto. Tal vez haya una carita que pueda explicarlo con mayor claridad.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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