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Óscar de la Borbolla

22/08/2016 - 12:00 am

El arte por el arte

La gente ya no quiere, deserta, toma lo que viene, no lucha, no se esmera, deja que la vida le pase y ya no pelea por hacerse una vida que valga la pena: viven el día a día.

Recuperar aquella vieja visión del mundo que hacía que ciertas actividades valieran más allá de lo que el mundo nos diera por ellas. Esto me lo dejo escrito a mí mismo como tarea. Foto: Especial
Recuperar aquella vieja visión del mundo que hacía que ciertas actividades valieran más allá de lo que el mundo nos diera por ellas. Esto me lo dejo escrito a mí mismo como tarea. Foto: Especial

Hay una pregunta que parecería estar en la base del generalizado desánimo que hoy recorre nuestro país -y tal vez el mundo-; es una fórmula simple que fulmina el empuje y lo abate: el peligroso ¿para qué? Parece, así, a ojo de buen cubero, que las personas -un buen número, al menos- y sobre todo los jóvenes, sienten que esforzarse es un despropósito.

No se trata de una actitud gratuita o de una simple indolencia, sino del resultado de una circunstancia estrangulada económicamente y donde la generalizada corrupción muestra que son más eficaces los caminos paralelos, que el arduo y siempre empinado camino del esfuerzo para lograr las metas. La gente ya no quiere, deserta, toma lo que viene, no lucha, no se esmera, deja que la vida le pase y ya no pelea por hacerse una vida que valga la pena: viven el día a día.

Entiendo que la circunstancia desinfla el ánimo de cualquiera y que cuando las oportunidades, además de ser malas, ralean, uno se vuelva apático. Pero también entiendo que hay asuntos que más allá de la ganancia secundaria: éxito, dinero, poder o lo que sea, valen por sí mismos. Estos asuntos, sin embargo, hoy son vistos bajo el imperio de lo secundario y se les ha eclipsado su verdadero sentido y beneficio. Me refiero al arte y al conocimiento. No se hacía un poema por la recompensa de una beca ni se buscaba el saber para conseguir un mejor empleo, sino por el mero gusto de expresar lo que uno sentía y por la satisfacción que daba el mero hecho de entender mejor el mundo.

No niego que haya muchos que lo siguen haciendo, pero en una sociedad de millones, unos cuantos cientos no hacen primavera. Y más bien pienso que durante siglos Occidente tuvo como divisas: “el arte por el arte” y “el saber por el saber”, y que ahora la generalizada actitud es, para todo, la expectativa de éxito: no sólo entender o crear por la satisfacción que dan, sino por el reconocimiento que se traduce en éxito y que se tasa en ingresos. Casi podría decir que hasta los místicos esperan que sus estados de éxtasis de comunión con dios se traduzcan en depósitos en sus cuentas bancarias. No es menos grosera la expectativa del poeta que valora más su poema cuando recibe por él un premio o una beca.

Pero no me preocupan los comerciantes, sino quienes se apartan del afán porque calculan que nada que hagan los va a sacar de pobres. Me preocupan los que por confundir lo principal con lo secundario piensan que no alcanzarán lo secundario y abandonan lo principal. Me preocupan los artistas y los buscadores de saber que están desanimados, porque este “mundo cruel” no les paga sus esfuerzos, y dejan de esforzarse. Para ellos, habría que resucitar la vieja visión que venía de la Grecia clásica del arte por el arte y el saber por el saber. Porque el arte, en cualquiera de sus formas, materializa ante el artista lo que él es; y el saber, porque al margen de los dividendos, es portador de un goce: saber equivale a sabernos, a descubrir nuestro puesto en el cosmos.

Y es que en estos tiempos brutos del capitalismo sin contrapesos andamos confundidos: confundiendo los medios con los fines y los fines con su consecuencias. El arte no es el medio, ni el saber es el medio, ambos son fines en sí mismos; no son un momento intermedio, ni lo que importa de ellos son sus ulteriores consecuencias. Importa la obra: la pieza escultórica, la pintura en el lienzo; no la esquina o la plaza pública donde es colocada a cambio de una jugosa suma, no el momento cuando el galerista entrega el cheque, sino cuando se aporrea la piedra hasta convertirla en lo que uno quiere o cuando el óleo da el matiz exacto y uno retrocede ante la milagrosa aparición de lo que se ha creado.

Recuperar aquella vieja visión del mundo que hacía que ciertas actividades valieran más allá de lo que el mundo nos diera por ellas. Esto me lo dejo escrito a mí mismo como tarea.

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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