CAPARRÓS: EL GOURMAND DE LOS HAMBRIENTOS

22/09/2012 - 12:00 am
Foto: José Antonio Cruz

Va pasando el tiempo y el escritor argentino Martín Caparrós se ve como un futuro viejo cascarrabias. La edad le aumenta la incapacidad de tolerar cada vez más cosas en la vida. Y no es que siempre haya sido un muchacho suave, la mar de simpático, de esos que llevas a tu casa para presentárselo a la familia, pero a los 54 él mismo admite que el zorro viejo no pierde los tics.

Ahí está, incapaz de someterse a una medida práctica como la de ponerse el micrófono en el cuello de la camisa y asegurar con ello que su voz salga prístina y clara en la grabación de la entrevista. Mientras la reportera se muerde el labio inferior en señal de preocupación, él prefiere portar el micrófono corbatero en la mano y dejar al destino que decida.

Por suerte, el azar decidió que su voz saliera prístina y clara en la entrevista donde entre otras cosas alaba la prestancia del chef Anthony Bourdain y señala, como buen editor al fin que también es, la irónica circunstancia de que mientras realiza una investigación sobre el hambre en el mundo, esté en México presentando un libro sobre comida.

Se trata de Entre dientes, con que la editorial Almadía inaugura su sello de Crónicas Gastronómicas y que mezcla el arte de la cocina con el de la literatura.

También tiene tiempo, el autor de Valfierno, para hablar de lo bien que se come en Oaxaca y de Argentina, tema obligado para un rotundo opositor al muy popular gobierno de Cristina Kirchner.

A simple vista, Martín ha perdido algo de la imponencia física que lo caracterizaba, con sus casi dos metros de altura y su cuerpo robusto, ahora magro. Vestido íntegramente de negro, muy delgado, cuenta que viene de sufrir una extraña enfermedad en Níger, una de las paradas en su investigación sobre el hambre, que lo dejó en los huesos.

Así, flaco, flaquísimo, con su eterno bigote leninista, su calva proverbial, su voz dulce, produce una ternura infinita. Algo de tristeza. Por supuesto, no se lo comentamos. Hay circunstancias en la vida en que la tristeza se parece peligrosamente a la compasión y si algo no está en los planes de Martín Caparrós es que alguien sienta pena por él. Él nació para ser amado u odiado. Nunca compadecido.

Sin embargo, qué injusto resulta que este hombre lleno de talento, una figura que debería inflar de orgullo los pechos siempre inflados de los argentinos, sea ahora objeto de desprecio por parte de gran parte de la población de dicho país sudamericano.

Ha cometido el error de decir lo que piensa y lo que piensa no coincide con el 53 por ciento de sus compatriotas que ha votado por un segundo periodo de mandato de una presidente que por otra parte se ha enfrentado a poderes muy poderosos, suene como suene semejante redundancia.

Como sea, Caparrós es un representante luminoso de su generación, un escritor prodigioso de una obra que pervivirá allende la circunstancia actual. Quizás por eso, hasta sus enemigos lo respetan, mal que les pese.

 “YA QUISIERA YO SER COMO ANTHONY BOURDAIN”

Foto: José Antonio Cruz

 – Su libro de Crónicas Gastronómicas, Entre Dientes, me hizo acordar mucho a Anthony Bourdain, el gran chef estadounidense…

 – Ojalá pudiera hacer acordar a Anthony Bourdain, más bien, a su lado, doy lástima. Me gustó mucho el primer libro de Bourdain, Kitchen Confidential, porque produjo como una especie de fenómeno cultural al cambiar la idea de lo que pasa adentro de una cocina. Antes de ese libro pensábamos en la cocina como un sitio de trabajo, de producción, más o menos organizada, pero a partir de Bourdain empezamos a pensar en la cocina como en lugar lleno de cuchilleros drogados dispuestos a matarse los unos a los otros, mientras que por algún azar de la naturaleza salen platos cocinados rumbo a la mesa del comensal de turno. Después, cuando comenzó con eso del chef alrededor del mundo, Bourdain me gustó menos. Pero me parece un personaje muy gracioso, además tan bonito que da un poco de bronca.

 – Los ligo a ambos por este pensamiento en torno a la extrañeza de lo que comemos. En realidad, todo es extraño. Comer víbora o pollo en un punto es lo mismo, todo depende del contexto cultural…

– Sí, es verdad. Tal vez tendría que haber incluido en el libro un poco más acerca de la extrañeza de lo habitual, porque toda la comida se procesa y se produce de una manera que la transforma en algo un poco monstruoso cuando uno la mira de cerca. Quizás sea una cuestión de facilidad pensar que lo extraño es aquello que nos resulta exótico cuando en realidad lo extraño puede ser lo que está muy cerca, ¿no?

 -¿Qué le ha dado la comida a lo largo de su vida? Por lo pronto le ha dado trabajo…

– Sí, porque dirigí una revista de gastronomía en una época y sigo desde entonces, hace unos 20 años, escribiendo sobre la comida. Me ha dado fundamentalmente mucho placer. La comida es uno de los ejes alrededor de los cuales puedes organizar tu vida. Uno sabe que va a comer más o menos dos veces en el día y eso va a amojonando tus días, ¿no? ¿Dónde voy a comer? ¿Qué? ¿Con quién?  Y lo interesante es haber hecho de una necesidad un placer. Tenemos que comer obligadamente, pero revestimos el acto de comer con un montón de cosas que convierte ese acto en deseable en ciertas sociedades occidentales y ricas. Conozco muchos lugares y últimamente más porque estuve trabajando sobre eso, donde comer no tiene nada que ver ni con el placer ni con la variedad, que son como los dos ejes que le damos ahora a la comida. En esos lugares las personas comen más o menos lo mismo cuando pueden, para alimentarse y reproducir sus energías, no para darse gusto.

 – La alimentación tal como la entendemos ahora es fruto de una sociedad rica, entonces…

– Sí, porque incluso si te fijas en Francia, que es como la cumbre del buen comer, en el siglo XVIII, en la época de la Revolución, el 90 por ciento de la población comía todos los días un kilo de pan. Ahora que estuve en Níger, por ejemplo, sólo comen mijo, así que cuando sube el precio del mijo en la Bolsa de Chicago, allí se vive como una catástrofe.

 – Y estuvo trabajando en Níger…

– Sí y la paradoja es que justo cuando sale este libro sobre los placeres de la comida, escribo al mismo tiempo otro sobre el hambre y por eso estuve en Asia y en África últimamente.

 – “En Barrio Norte (zona muy rica de Buenos Aires) también se pasa hambre”, decía un cartel que portaba una señora en una de las marchas contra el gobierno argentino…

– Ah, mirá, no sabía. Bueno, en Barrio Norte no se pasa hambre, pero en el conurbano porteño sí. De hecho, en el libro sobre el hambre voy a incluir algunas historias de esa zona. Sobre todo porque detesto estos libros que cuentan cosas graves y que funcionan como una especie de reconfortante, que sirven para que uno diga qué cosas horribles pasan lejos, no estoy tan mal. Eso me parece la peor función posible de una crónica o relato de este tipo. Quiero tratar de romper eso contando que acá también pasan esas cosas.

¡CÓMO SE COME EN OAXACA!

Foto: José Antonio Cruz


– Presentó el libro Entre dientes en Oaxaca… ¿Cómo le fue?

– Bien, muy bien, han organizado algo que funciona, el Festival Gastronómico. Comes impresionantemente bien y lo meritorio es sobrevivir ahí, porque cuando te levantas de la comida te falta apenas una hora y media para la cena.

 – ¿Qué es lo más rico que comió en Oaxaca?

– Probablemente un pedazo de puerco como le dicen aquí, de chancho como le decimos nosotros, cocinado a muy baja temperatura, con la piel muy crocante y la carne muy fundida, casi deshecha, una delicia.

 – Argentina, su país, parece vivir de las glorias del pasado, ya no es el pueblo más culto ni más fino de Latinoamérica. Al menos así piensa uno cuando ve a la presidente esgrimir ante los medios una foto del ministro de economía de España diciendo, reiteradamente: – Este pelado…

– No somos nada. Hace apenas unos días salió la noticia de que el ministro de economía saliente de Colombia informó que por primera vez en su historia Colombia superó en PBI a la Argentina. Es fuerte, porque teníamos el orgullo de que fuera de México y Brasil, dos gigantes de Latinoamérica, teníamos la economía más importante del continente y ya ni siquiera. Y como tú dices, tampoco somos particularmente educados, particularmente inteligentes ni particularmente nada. Hay mucho de destrucción. Porque hace unas décadas, efectivamente sí éramos uno de los pueblos más cultos de Latinoamérica, quizás por azares históricos, por cómo se fue armando ese país, pero ya no. Vivimos de esas rentas durante un cierto tiempo, pero ya no alcanzan las rentas. Siempre digo que una de las componentes centrales de la situación política argentina, aunque no sólo de la situación política, sino en general de la vida contemporánea, es la inepcia. Somos muy brutos, hacemos las cosas mal, no malvadamente, sino mal hechas. Cosas que querríamos hacer bien, las hacemos mal. Hay muchos errores todo el tiempo.

 – Hay una cosa de “responsabilidad social” que puede funcionar tanto en Argentina, como en la España que le da mayoría electoral a Mariano Rajoy para luego quererlo echar inmediatamente del gobierno o en México… Por ejemplo, en la época de Menem había cierta “tinellización”  (Se llama “tinellización” de la cultura al gusto por la vulgaridad instituido por el conductor televisivo Marcelo Tinelli en programas banales donde se aniquilan valores fundamentales que hacen a una sociedad sana y en crecimiento) de la cultura argentina, pero hoy, con muchas más opciones televisivas, futbol libre y etcétera, Marcelo Tinelli es el rey de la audiencia. En algún punto, a los argentinos les encanta Marcelo Tinelli.

– Es como relativo. Por un lado, siempre dije que Tinelli es como la medida más siniestra de aquello en que nos hemos convertido. También es cierto, que cuando uno se pone a analizar este tema un poco más piadosamente, que Tinelli hace un programa de televisión que es el más visto de todos en Argentina, pero que en realidad es visto por cuatro millones y medio de argentinos. Todavía quedan 35 millones de personas que no ven a Tinelli, lo cual podría servir para tener una mínima esperanza o para por lo menos morigerar un poco la idea de que esa es la cultura hegemónica del país. Es la cultura hegemónica si uno piensa que todo se traduce a través de la televisión, pero hay mucha gente que durante la transmisión del programa estaba haciendo otra cosa, que uno sabe bien qué es… pero sí, verlo es aterrador. Siempre me río porque cuando mi hijo era chico yo le decía que nuestra televisión no captaba el programa de Tinelli y ahora que es grande me jode. ¿Así que no lo captaba?, me dice.

 – Su hijo es chef. ¿Le gusta cómo cocina? ¿Es crítico con él?

 – Todavía no, todavía me cuesta, es difícil criticar a tu hijo.

 – Usted debe de ser un padre muy consentidor ¿no?

– Más de lo que él se merece, sin duda.

 – ¿Cuáles son sus defectos más visibles?

– Te debería contestar como una estrella de la televisión: mi defecto es que soy demasiado sincera…

– Claro, cuando confunden un mérito con un defecto ante la imposibilidad de encontrarse defectos…

– Lo que más me molesta de mí es que me cabreo muy fácil y eso me hace pasar más malos ratos de los necesarios.

 – ¿La edad no ha atenuado ese mal humor?

– No, creo que lo ha aumentado. Creo que voy a ser el típico viejo cascarrabias, no sé si la marihuana podrá ayudarme…

 – ¿De qué le gusta hablar?

– De libros, de música hablo menos, de comida, de política internacional, de futbol.

 – Cuando lo entrevisté el año pasado en Oaxaca, estaba bastante a disgusto con las entrevistas que en general le hacen…

– Mmm, no me acuerdo. En este viaje me he llevado gratas sorpresas y he tenido unas cuantas entrevistas interesantes. Lo que pasa que es tan distinto cuando alguien te hace preguntas un poco pensadas, más o menos inteligentes, que cuando te pregunta:

– ¿Cómo se le ocurrió la idea de este libro?

 – Eso lo enoja…

– Me aburre. Me parece además como una pequeña falta de respeto. Si alguien está dándote su tiempo para tener una charla inteligente, bueno, pon algo de tu parte. Trabajo de periodista así que sé que nos pagan poco, que nos dan poco tiempo para preparar las cosas, pero habría que pelear un poco contra eso y no justificarse para seguir en la mediocridad. Lo que me cabrea es la mediocridad de los que no se esfuerzan en hacer bien lo que hacen.

Novelista, periodista, conductor de televisión y chef consumado, Martín Caparrós dice no pensar en el lector cuando escribe. Escribe mucho, todo lo que puede. Trabaja todos los días a la tarde. Cuando termina de comer se enciende un cigarro y le da a las teclas durante tres o cuatro horas. “Ese es la hora del día más placentera para mí”, dice. Nunca relee sus libros y a veces tiene la sensación de que salir a presentar una novela que ya escribió “es como bailar con una ex novia. Ya está, ya no quieres bailar más con ella porque entre otras cosas estás pensando en otra novia, que es la nueva novela, el libro que está por venir.

“Creo por otra parte –dice- que escribo para olvidar lo que he escrito y cada vez me olvido mejor”.

De su trabajo sobre el hambre, afirma que la mayor pregunta que se hace es, precisamente, “¿qué se hace con 1000 millones de personas que padecen hambre en el mundo? Yo mismo me lo pregunto, que viajo por todos lados y como muy rico, ¿qué hacer? Es mucha gente a la que le falta lo mínimo esencial y sin embargo hemos conseguido armarnos unas vidas que están ajenas a ese problema”.

Su investigación lo ha encontrado muchas veces al borde de la derrota y no le avergüenza confesar que está metido en uno de los trabajos más difíciles de su vida.

Tanto andar por el mundo, tanto contar historias duras, no lo han hecho cínico. “Si fuera así, no andaría un año recorriendo esos sitios tremendos, estaría en mi casa, cómodo y abrigado”, concluye.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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