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Jorge Alberto Gudiño Hernández

23/06/2018 - 12:00 am

La pérdida de la empatía

Nuestra capacidad de sufrir ante la desgracia ajena, de ahí que la ficción haya tenido tan buena acogida a lo largo de la historia. También, que un día sin más, seamos capaces de sonreír porque dos niños que juegan son felices; o de enternecernos ante una de las tantas imágenes que circulan por ahí. Somos empáticos, de nuevo, y eso está bien.

Hay quien no se conmueve ante la imagen de una niña de dos años separada de su madre que es una inmigrante ilegal.

La cualidad de ser humano no sólo descansa en la genética o en la biología sino en el comportamiento. La empatía puede ser identificada como esa condición que permite a una persona contagiarse de los sentimientos de otra y, en consecuencia, desarrollar a cabalidad su cualidad humana. En términos neurológicos, dicha empatía es producto de ciertas reacciones químicas relacionadas con las neuronas espejo: es decir, estamos capacitados para ejercerla por el simple hecho de haber nacido. Sin embargo, también es algo que se trabaja. El entorno, la cultura y nuestras relaciones humanas sirven para que nuestra empatía se desarrolle. Somos, pues, empáticos por naturaleza y, también, porque formamos parte de un mundo habitado de seres como nosotros mismos que nos construyen al tiempo en que nos relacionamos con ellos.

Prueba de lo anterior es nuestra capacidad de sufrir ante la desgracia ajena, de ahí que la ficción haya tenido tan buena acogida a lo largo de la historia. También, que un día sin más, seamos capaces de sonreír porque dos niños que juegan son felices; o de enternecernos ante una de las tantas imágenes que circulan por ahí. Somos empáticos, de nuevo, y eso está bien.

Aunque no todos. Hay quien no se conmueve ante la imagen de una niña de dos años separada de su madre que es una inmigrante ilegal. Más aún, la culpa a ella, a la madre, por poner en riesgo sus vidas y sus familias. El argumento legal es válido, sobra decirlo: hay un castigo por todos conocido para quien intenta entrar a Estados Unidos sin visa ni permiso. Lo que queda en duda es la capacidad de empatía de quien puede esgrimir una crítica de ese tamaño.

Peor aún, por supuesto, para quienes permiten que se articule tal tragedia. No es sólo el Presidente que lanza invectivas contra los migrantes y cree que está protegiendo a su país: ya sabemos que no es la cordura la que lo caracteriza. También es el oficial que las aprende, junto con otras dos mil familias; o el que se burla del llanto de los niños, cansado por el ruido; o cualquiera que busca justificar el crimen que consiste en separar a las madres y los padres de sus hijos. Insisto: argumentos legales los hay, no humanos.

La pregunta pertinente es en qué momento todas estas personas perdieron su capacidad de empatía. Algunos ya lo han contestado: a partir de la cosificación del otro. Basta revisar los discursos de Trump para comprobarlo: los migrantes han pasado a ser delincuentes, animales, objetos… Nadie digno de empatía. Si firmó una orden ejecutiva para suspender este infierno no fue porque se hubiera conmovido sino porque le convenía electoralmente.

Al margen de todo el dolor causado a las familias, al margen de la crisis humanitaria que se está desarrollando, llama la atención, y preocupa, la existencia cada vez más numerosa de estos personajes carentes de empatía. Rebajar al otro, quitarle su condición de persona, hace que la relación deje de existir. Así, pronto estos seres que abundan van perdiendo eso que desean arrebatar: la humanidad. La propia, por supuesto, pues la empatía nos es natural. Son ellos quienes se convierten en objetos. Objetos poderosos, por supuesto, de ahí que la preocupación sea tal. No se pide que se dejen de aplicar sus leyes; tan sólo que lo hagan de una forma humanitaria. De lo contrario, todos seremos los perdedores. La falta de empatía hará de ésta, nuestra humanidad, una humanidad autómata.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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