¿Qué se puede hacer, salvo ver películas?

23/07/2016 - 12:02 am
El periodista Pedro Tamayo fue asesinado el miércoles en Veracruz. Foto: Especial
El periodista Pedro Tamayo fue asesinado el miércoles en Veracruz. Foto: Especial

El reciente asesinato de otro periodista en Veracruz, las masacres de Ciudad Victoria en Tamaulipas, las reacciones de indignación de los ciudadanos muchos de los cuales proponen armarse para defenderse. El mundo, el afuera, lo que está más allá de esas cuatro paredes que llamamos hogar, se ha convertido en un sitio hostil, peligroso.

Aun cuando muchos digan que no podíamos esperar menos de esto tremendo que nos pasa, todavía recuerdo con emoción esos primeros días del 2000 que fueron para mí los primeros días en México, un país al que llegué tratando de sanar una herida de amor, con mis treinta y pico de años, viviendo como dice el tango “ese último jirón de juventud”.

Comenzaba el nuevo milenio y en México la palabra democracia se había puesto de moda. Volvían los conciertos al aire libre y en la ciudad que pasaría pronto a ser “mi” ciudad, el Zócalo se convertía en mi nuevo lugar favorito. Allí escuché cantar a Chavela Vargas, a Café Tacvba, a Manu Chao, el francés simpático y lúcido que vaticinó el concepto de “clandestino” para todos esos que buscaban –buscábamos- un mejor destino lejos de nuestro suelo de origen.

Esperanza era otra de las palabras preferidas en México por entonces y había cierta ansiedad positiva en el aire. No se había terminado de un día para el otro la tremenda desigualdad que da carácter a esta tierra tan rica en recursos, cultura y tantas otras cosas, pero fueron tiempos en que se permitía soñar con un país mejor y esa masa de jóvenes que en términos demográficos es la mayor del continente empezaba a asomar la cabeza y a emitir opiniones con voz clara y fuerte.

En el 2000 se juntaron Santana y Maná en un concierto masivo en el Foro Sol. En el 2001 Caifanes y Maná ofrecieron un show histórico que titularon “Unidos por la paz”. Yo escribía para el periódico argentino Página 12 y en mi crónica dedicada al legendario guitarrista de Autlán que volvía a presentarse después de una década en su país, destaqué sus palabras guerreras.

“Tantos años la mantuvimos a ella (la iglesia), que ahora tiene como tresquicientos millones de dólares. Bien puede mantenernos a nosotros”. Al final decidió exhortar a sus compatriotas con un emocionante “Mexicanos, se puede, estamos hechos de luz, nos acompañan nuestros ángeles, luchemos por tener agua, comida y respetemos a la mujer, pongámosla en un plano de igualdad con el hombre”.

Había un Presidente, Vicente Fox, que parecía un standapero y nos hacía reír con sus declaraciones delirantes y ese modo de gobernar ajeno a una realidad que a pesar de todo se las apañaba para producir vértigos cotidianos y confiar en que las cosas marchaban, tal vez a los tumbos, pero marchaban.

La capital crecía oronda rumbo a su condición de gran urbe del mundo, tecnologizada, defensora de los derechos de las minorías, apostando por una modernidad que no carecía de esa arrogancia entrañable que practican los que se saben valiosos, los que se perciben abundantes en historia, costumbres, cultura.

Nunca olvidaré un festival de música metalera organizado por la entonces alcaldesa Rosario Robles y su equipo en el Monumento a la Revolución. El sol ardía, la música tronaba y contra toda esa extrañeza que causaban los recuperados conciertos en los sitios públicos, no hubo un solo incidente que lamentar.

Todo esto que evoco fue hace poco más de una década. Ayer nomás. Se suma, claro, la experiencia personal que absorbía como esponja todo lo que era nuevo –la comida, la ropa, ¡la lluvia!, la bebida: ¡el tequila!-, pero estoy convencida de que ese sentimiento de euforia y esperanza era colectivo, contagioso, compartido por miles y miles de hoy mis compatriotas.

Ya no me resultan graciosas las frases delirantes de Fox. Tengo para mí que ha sido un gobernante que desperdició la oportunidad histórica de conducir un cambio real para México y que dejó el terreno abonado para que su sucesor declarara la Guerra del Narco, esa contienda absurda y demencial diseñada por los Estados Unidos en donde México pone los muertos y el país vecino –cuyo consumo de droga aumenta vertiginosamente año tras año- vende las armas y lava el dinero sucio.

Al ritmo de los muertos, de los desmembrados, de los desaparecidos, construimos un lenguaje donde los levantones, el secuestro, los entambados, comenzaron a ser palabras cotidianas y va de suyo que ya no hay esa alegría en el aire, que hemos desaprendido entre lágrimas y asombros trágicos el significado del vocablo esperanza.

Por si fuera poco –y no es poco- estamos crispados, resentidos, enojados, desorientados sin saber qué hacer. Las redes sociales son ejemplo de ello: el insulto, el ninguneo, la calificación del otro como el malo, el ignorante, el que tiene que rendir cuentas a su prójimo, están a la orden del día.

Me pregunto a menudo cómo es levantarse y con el café de la mañana comenzar a enviar comentarios agresivos a los portales de noticias, acusar con el dedo a quien entrevista a alguien que no nos parece, ocupar grandes espacios en la sección de comentarios para insultar a un periodista porque se equivocó en un dato, tratar de destruir con palabras encendidas que no le diríamos ni a nuestro peor enemigo en la cara el prestigio de alguien con cuyas ideas no acordamos.
Viajo en el camión a menudo y me duele el esfuerzo que hacen los pasajeros que están sentados para fingir que duermen y con ello no dar el asiento a quien más lo necesita. A veces me parece que es una metáfora de este estado de ánimo social que nos convoca: poner la energía en la acción equivocada.

Perder el tiempo insultando no hace más que magnificar situaciones que si las dejáramos pasar nos daría el tiempo para encontrar esas entrevistas que podrían gustarnos más, ese libro olvidado en un estante que podría iluminarnos un poco, esa canción de tres minutos que nos daría más pilas para iniciar la dura jornada diaria.

¿Y si Enrique Krauze tuviera razón? ¿Si realmente la indignación de los 140 caracteres fuera el recurso más fácil y no sirviera para nada?

La realidad, el mundo hostil, sentirse preso en esta presunta libertad de la que alardeábamos: una Europa hecha trizas, una Sudamérica avanzando como al cadalso hacia la noche oscura del neoliberalismo, una sociedad estadounidense aterrorizada por la conciencia del “otro”, matando a las personas de raza negra, erigiendo al racista Donald Trump como candidato a la Presidencia, constituyen el peor horizonte posible.

Tal vez en este panorama tan desventajoso, el silencio, el pudor, la contemplación serena, devengan en una disidencia positiva y nos permitan barajar y dar de nuevo, construir una próxima jugada realmente útil, capaz de aportar algo de claridad a ese deseo de transformación que nunca debe morir cualquiera sea nuestra ideología, nuestra edad, nuestra condición social.

En ese contexto, como dicen las abuelas: si lo que dices no va a ser bueno, entonces no lo digas.

En los tiempos duros de Argentina –y fueron duros de verdad-, el músico Charly García (valorado hoy como el gran cronista de la censura y la represión desperdigadas a manos llenas sobre la población por la dictadura militar y criminal) hizo un disco de apenas 38 minutos.

Se llamó Películas, salió en 1977 y el hombre del bigote bicolor lo hizo junto a su banda La Máquina de hacer pájaros. El disco ocupa el puesto 71 en la lista elaborada por la Rolling Stone destinada a establecer “Los 100 mejores álbumes del rock argentino” y en ella hay una canción paradigmática: “¿Qué se puede hacer salvo ver películas?”.

Sobre la T.V. se duermen mis dos gatos
salgo a caminar para matar el rato
y de pronto yo la veo entre los autos
justo cuando la luz roja cierra el paso
me acercaré al convertible
le diré: “quiero ser libre, llévame, por favor”
Que se puede hacer salvo ver películas.

No sé tú, pero yo, entiendo al tiempo como el oro que no deberíamos desperdiciar en insultos que hacen mucho ruido pero que no cambian de ningún modo el estado de las cosas. Hay golpes en la vida tan fuertes, decía el poeta peruano César Vallejo…

Miremos una película, leamos un libro, escuchemos una canción, demos un abrazo, el asiento a una señora con bastón, pensemos seriamente a quién votaremos en las próximas elecciones, hagamos un minuto de silencio por nuestros muertos –todos son nuestros muertos- y aunque en esa tremenda realidad nos sintamos mínimos, insignificantes, que al menos el caos no destruya nuestra condición humana, compasiva, interesada en el buen destino de los prójimos, los hermanos naturales en este camino de la vida.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video