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Jorge Alberto Gudiño Hernández

23/07/2016 - 12:03 am

Escribir y publicar una novela

Escribo mis novelas a mano. Utilizo pluma fuente y cambio el color de la tinta a cada nuevo proyecto.

Escribo, ahora, en cuadernos bastante cómodos. Un buen día, dejo que la tinta se vierta sobre varias páginas. Más tarde transcribo; a veces hasta la semana siguiente. Nunca espero demasiado.
Escribo, ahora, en cuadernos bastante cómodos. Un buen día, dejo que la tinta se vierta sobre varias páginas. Más tarde transcribo; a veces hasta la semana siguiente. Nunca espero demasiado.

Escribo mis novelas a mano. Utilizo pluma fuente y cambio el color de la tinta a cada nuevo proyecto. Salvo por el azul, he cargado cartuchos y émbolos con todos los colores que ofrecen los tinteros. El azul lo evado como consecuencia de la obligatoriedad de escribir con ese tono en particular durante buena parte de la primaria y toda la secundaria; hay traumas de los que uno nunca se recupera.

Escribo, ahora, en cuadernos bastante cómodos. Un buen día, dejo que la tinta se vierta sobre varias páginas. Más tarde transcribo; a veces hasta la semana siguiente. Nunca espero demasiado. Mi paranoia me lo impide: me aterra la idea de perder el cuaderno. Además, el ejercicio me sirve para hacer las primeras correcciones y, sobre todo, para volver a entrar en el ritmo y el tono de la narración.

Al final, tengo un cuaderno lleno de letras de difícil lectura. Siempre he escrito feo; espero que sólo como una cualidad estética. También me quedo con un archivo con más páginas que el cuaderno. Prefiero que sea así, que cada cuartilla escrita a mano represente más a la hora de la transcripción. Es un engaño pero me funciona: siento que he escrito más.

Imprimo todo el manuscrito semanas más tarde. Corregirlo sobre pantalla suele ser un error; al menos con las novelas. Recurro de nueva cuenta a la pluma de tintas coloridas. Marcan bien los errores y los cambios sobre la impresión. Es cuando comienzo a sufrir.

Por regla general le mando el manuscrito a una persona, mi lector más habitual. La consigna es la misma desde hace muchos años: “¡Destrózalo!”.

Nos reunimos cerca de un mes más tarde. La tarde se vuelve noche acompañada de whisky. Siempre es whisky. A veces también café. Durante horas hablamos de mi novela. Es la única ocasión en que no acepto las críticas en silencio. Al contrario, lo que me funciona es el diálogo. Anoto muchas cosas sobre el propio manuscrito lleno de círculos, subrayados y flechas que me lleva mi amigo. Acabamos alegres, habiendo refrendado una amistad de palabras y whisky.

Las últimas novelas se las he envidiado, también, a otros amigos. El ritual no es tan largo. Sugieren cambios por teléfono o por correo. Los agradezco un montón.

Me dedico a incorporar las sugerencias; también a ignorarlas, por supuesto. El sufrimiento llama a la puerta con mayor insistencia: mando el manuscrito a mi editor.

Él es generoso. Comemos juntos cuando ya la ha leído. Suele pedirme cambios menores. Alguna vez, hizo crecer una de mis novelas de forma espectacular. Recuerdo, ahora, con meridiana claridad, algunas de las cosas que me dijo sobre “Tus dos muertos”, mi novela que está llegando ahora a librerías.

El nerviosismo se exacerba. Soy un autor introvertido que resiste bien la crítica. Lo que me da trabajo es vender libros. Me es imposible, por ejemplo, hablar en público sobre la calidad de lo que escribo, como otros colegas hacen. Estoy convencido de que uno no puede opinar respecto a su propio trabajo. Envidio a quienes no tienen empacho en hacerlo en todos los medios posibles.

En cambio, yo intento ser objetivo. Digo las cosas como quien las mira desde afuera, a sabiendas de que mi estrategia no suele traerme decenas de lectores. Lo hago ahora, por ejemplo. “Tus dos muertos” es mi primera novela policiaca. Coincide, felizmente, con el primer libro de la serie Alfaguara Negra escrito por un autor mexicano. Así que entra en la misma colección que aloja obras de autores a quienes admiro mucho. La novela es, pues, policiaca. Sucede en la Ciudad de México. Hay calles conocidas, parajes que recorrí durante mi adolescencia y mi juventud; incluso un personaje que ha desaparecido del mapa. Está narrada en segunda persona, algo un tanto excéntrico para una novela de este tipo. El protagonista no es un héroe ni mucho menos. Acaso, alguien que busca recuperar el poder perdido. Algo más: pretendo que “Tus dos muertos” no sea sólo leída como una novela policiaca sino como una novela en donde el personaje principal debe enfrentarse tanto a los antagonistas como al contexto y a sus propios demonios.

Escribo novelas porque me gusta. Lo disfruto mucho. Aunque no es el gozo arrebatado de quien se abandona en un partido de futbol ni el de quien se enamora por primera vez. Es una felicidad más tenue, acaso complicada. Mucho más compleja de la que yo mismo experimento siendo lector. Tal vez por eso mi esperanza última sea poder provocar en ese lector potencial algo parecido a lo que a mí me provocan otros. Ojalá.

Ya ha comenzado el periodo más complicado de la escritura y publicación de una novela: el de su promoción. Siempre he creído que es la novela la responsable de convencer a los lectores. Sé, empero, que la industria editorial tiene una oferta excesiva. Así que me lanzo a la búsqueda de quienes buscan algo nuevo que leer. Espero encontrarlos.

Si, por algún guiño de la fortuna, uno de mis lectores de estas líneas también lo es de mi novela, sepa que agradeceré toda clase de comentarios. Los positivos y los negativos. A fin de cuentas, siempre he sostenido que no hay mejores lecturas que otras si éstas son bienintencionadas. Agradezco, de antemano, esa posibilidad.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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