Potosí

23/10/2016 - 12:01 am

Potosí (2013), el primer largometraje del cineasta juarense Alfredo Castruita, subraya el infierno de todos tan temido: la violencia que hoy aqueja al país no es sólo la perpetrada por el crimen organizado, es un virus letal que se ha expandido en las ciudades y los pueblos más apartados. Vive en los hogares y en las calles y se gesta hasta en los individuos más tranquilos e indefensos.

La película, ganadora como Ópera Prima Nacional en el Festival Internacional de Cine de Guanajuato 2013 (GIFF), se asienta en un pueblo rural cuyo paisaje en la llanura se ha enturbiado por ejecuciones criminales y los múltiples cadáveres abandonados en el paraje. En tres historias convergen las aristas de la intimidación y el sometimiento: un anciano anacoreta dedicado al pastoreo, cuya melancólica mirada recuerda épocas apacibles mientras sus ojos son testigos de ajustes de cuentas y la guerra contra el crimen organizado. Una madre de familia víctima de las agresiones continuas de su cónyuge y, finalmente, un campesino honesto que se verá inmiscuido en un linchamiento.

Las penalidades y tragedias que atraviesan los tres personajes alcanzan a otros más, porque el virus se contagia y de él nacen otros monstruos. Extorsión, secuestro, violencia intrafamiliar y enfrentamientos armados que engendran desesperación, dolor y luto. Ojalá fuera todo ficción pero el guion, escrito por José Porfirio Lomas-Hervert, retoma testimonios reales para reconstruir relatos a los que no somos ajenos porque se leen, se escuchan y se viven a diario.

En su película debut, Castruita se desenvuelve como director versado en una trama compleja, en un tema delicado y con un elenco de altos vuelos: Arcelia Ramírez, Aldo Verástegui, Don Margarito Sánchez, Gerardo Taracena, Sonia Couoh, Gustavo Sánchez Parra, Luisa Huertas, Fernando Becerril, Harold Torres y más. Aunque lo que vemos en pantalla son caminos de sobra conocidos, la articulación de los tiempos en una narración no lineal, los puntos de vinculación entre las historias, el suspenso creado ante la evolución de los personajes y las vigorosas y sólidas actuaciones mantienen la atención cautiva.

Arcelia Ramírez es la esposa devorada por el miedo ante la violencia física y verbal que se vive “en el lugar más seguro”: el hogar. Ramírez en intensos matices: del temor a la rabia, de la pena más profunda a la venganza visceral. Gerardo Taracena, el agresivo marido, verdugo en casa y perseguido en la calle. De martirizador de hierro a individuo vulnerable ante la desgracia y la traición. Gustavo Sánchez Parra, el personaje de la paradoja, quien esgrime la violencia del Estado para combatir la violencia criminal; en su gesto duro, contenido, se adivinan el pesar y las contradicciones internas de ser el encargado de realizar el trabajo sucio en la búsqueda de justicia.

Toda una revelación Don Margarito Sánchez, el anciano ermitaño que ha preferido la compañía de las cabras que pastorea a la de una generación que ya no reconoce. Él representa al México que se ha diluido, es la voz que recuerda al pasado, a los “buenos tiempos” de los que hablan los abuelos con la sabiduría y los principios de antaño: “Aquí en mi casa no hay injusticia”, defiende su personaje cuya honestidad y carisma en mucho remite a Don Plutarco Hidalgo, el músico octagenario de El Violín (2005, Francisco Vargas).

Sonia Couoh, la esposa infiel devuelve con engaños la honestidad de su intachable consorte; no hay personajes de menor peso: la tranquilidad y fascinación con la que cuestiona a Sánchez Parra sobre los muertos del día es para helar la sangre; la violencia como lo cotidiano y los muertos como cifras de triunfo. Aldo Verástegui, un hombre honesto cuyo infortunio lo pone al alcance de la ira de la muchedumbre; la sociedad que repudia la violencia infectada de violencia.

Merecidas nominaciones al Ariel 2014 para Arcelia Ramírez como Mejor Actriz, a Sonia Couoh en Coactuación Femenina y a Gerardo Taracena por Mejor Coactuación Masculina. Luisa Huertas, al igual que Don Margarito Sánchez son las voces de la conciencia, del rescate de lo bueno y lo justo, “Las cosas sencillas es lo único que nos queda”, “hay que seguir soñando”.

Filmada en el estado de San Luis Potosí a mediados del 2012, con una fotografía impecable de Santiago Sánchez (Somos lo que hay, Semana Santa) quien busca la belleza en ese panorama espléndido que se ha visto ensombrecido por la tragedia. La trama se ubica en el periodo calderonista, a decir por el reproche del personaje interpretado por Arcelia Ramírez, cuando reclama a un soldado la guerra absurda contra el narcotráfico y las víctimas inocentes, el costo social del ineficaz enfrentamiento.

La Real Academia Española define Potosí como “riqueza extraordinaria”, a razón de la riqueza mineral del estado explotada desde la época colonial. No sólo el estado sino el territorio mexicano es eso, una riqueza extraordinaria de gente y naturaleza que se ha visto mermada en todos sentidos. Ese paisaje semidesértico que se ofrece en la película es símbolo de una nación donde convergen zonas fértiles con terrenos áridos, como en el interior de todos sus personajes. Tres años ha esperado para llegar a cartelera.

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.
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