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Sandra Lorenzano

23/10/2016 - 12:00 am

#NiUnaMenos

En la foto aparece fumando con una larga boquilla, guantes oscuros y un vestido que acentúa las curvas de su cuerpo; la cabellera pelirroja y la sonrisa entre seductora y misteriosa, volvieron loca a más de una generación. Fue una de las mujeres más deseadas de Hollywood, los soldados llevaban su foto al frente, las […]

Celebro las movilizaciones, la indignación, la exigencia de justicia, la capacidad de unirnos con otras mujeres y con hombres solidarios, los abrazos que permiten hacer más llevadero el espanto. Foto: www.leninimports.com
Celebro las movilizaciones, la indignación, la exigencia de justicia, la capacidad de unirnos con otras mujeres y con hombres solidarios, los abrazos que permiten hacer más llevadero el espanto. Foto: www.leninimports.com

En la foto aparece fumando con una larga boquilla, guantes oscuros y un vestido que acentúa las curvas de su cuerpo; la cabellera pelirroja y la sonrisa entre seductora y misteriosa, volvieron loca a más de una generación. Fue una de las mujeres más deseadas de Hollywood, los soldados llevaban su foto al frente, las multitudes se agolpaban a su paso. Era “la diosa del amor”. Había nacido el 17 de octubre de 1918 y fue bautizada como Margarita Carmen Cansino. La gran Rita Hayworth –eligió el apellido materno para el nombre artístico-, quien protagonizara, como “Gilda”, el striptease más famoso de la historia del cine, murió con Alzheimer, sin recordar prácticamente nada de su vida. Quizás ese olvido fue el único gesto de piedad que la vida tuvo con ella. A pesar del glamour, a pesar de la fama y el dinero, la herida profunda que recibió en la infancia marcó toda sus existencia: un padre que abusó sexualmente de ella, que la prostituyó cuando apenas tenía trece años y comenzaba a bailar en aquel fastuoso Casino de Agua Caliente en Tijuana, al que llegaban los gringos y mexicanos ricos buscando alcohol, juego y mujeres.

Hoy leo una vez más las historias de violencia en contra de las mujeres; leo sobre los cuerpos encontrados en Morelos, en el Estado de México, en Veracruz, sobre las jóvenes violadas en esta chilanga ciudad nuestra, sobra las desaparecidas a lo largo y ancho del país. Leo que “44 por ciento de las mujeres ha vivido algún episodio de violencia en su vida durante una relación conyugal. (…) la violencia intrafamiliar es la décima causa de muerte de mujeres en el país.” (Animal Político, de la serie “La violencia contra las mujeres: (no) es normal”)

Se calcula que en México una violación sexual ocurre cada 4.6 minutos –aproximadamente 120 mil violaciones al año-. El 65 por ciento de las violaciones ocurre en contra de niñas y mujeres de entre 10 y 20 años, y el 13.7 por ciento contra niñas menores de 10 años.

De acuerdo con la ONU, el nuestro está entre los peores veinte países en términos de violencia de género.

En cuanto a la violencia y el abuso sexual en contra de niños (pornografía infantil y homicidios de niños menores de 14 años), México ocupa el primer lugar de los países de la OCDE.

Y así podríamos seguir enlistando datos escalofriantes. ¿Qué nos sucede como sociedad? ¿Somos realmente una sociedad enferma de violencia, enferma de intolerancia? ¿Somos realmente una sociedad “fallida”, como lo decía Emiliano Monge en una entrevista a propósito de su excepcional novela Las tierras arrasadas (Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatwska, 2016)? ¿Realmente tantos encuentran placer en someter violentamente a quienes están en una posición de mayor vulnerabilidad? ¿Tantos necesitan demostrar así su poder? ¿Ante quién? ¿Por qué? Abusos, discriminación, acoso, golpes, asesinatos. Desde las frases ofensivas que escuchamos en el metro o en la oficina, los insultos o golpes “por tu bien” en la casa, hasta las violaciones y los asesinatos, las mujeres somos –junto con niñas y niños- las principales víctimas de una cultura misógina, intolerante, violenta. El contexto de brutales desigualdades socioeconómicas no hace más que agudizar estas características. “…la situación se agrava por la impunidad generalizada que impera en el país, por la inoperancia de los organismos encargados de prevenir, esclarecer y perseguir los crímenes y por el quiebre de la confianza en ellos por la población en general.” (La Jornada, “Ni una mujer asesinada más”, 20 de octubre de 2016)

Hoy leo una vez más los relatos del horror, no sólo de nuestro país sino también los que nos llegan de Chile, de Argentina, de Guatemala, de Uruguay, de El Salvador, de Paraguay, de Bolivia, por hablar sólo de América Latina. Aprendo los nombres de las víctimas, me conmuevo y espanto ante sus historias: Lucía Pérez, de 16 años, violada salvajemente y empalada en Mar del Plata, Karen Esquivel, de 19, violada y asesinada en Naucalpan, Sofía de 10 años, violada y asesinada, Teresa, de 32, descuartizada, Yazmín, de 26, violada y asesinada… La lista es infinita, dolorosa, indignante. La furia y el reclamo por la violencia en contra de las mujeres unió el miércoles pasado (el llamado “miércoles negro”) a nuestro continente. También Estados Unidos, Francia y España se sumaron. Miles y miles de personas salieron a las calles, mujeres la mayoría de ellas, muchas vestidas de negro, guardando luto por las víctimas. En algunos sitios se detuvieron las actividades laborales; paros simbólicos y marchas multitudinarias bajo las consignas “Ni una menos” y “Vivas nos queremos”. La convocatoria nació en Argentina y se extendió rápidamente. “La rabia marchó bajo una lluvia de lágrimas”, decía el titular del diario Página 12 al día siguiente.

En nuestro país, las protestas fueron también por los transfeminicidios. Sólo en el último mes han sido asesinadas diez mujeres transexuales. Como cuenta Genaro Lozano, éramos el segundo país del mundo en crímenes de este tipo, sólo superados por Brasil; hoy ocupamos un vergonzoso y preocupante primer lugar. (“Transfeminicidios”, Reforma, 18 de octubre de 2016)

Y vuelvo a pensar en Rita, como pensé en ella hace unos años cuando comencé a escribir La estirpe del silencio. En su cuerpo de niña mancillado, en las marcas en su piel y en su memoria, pienso en su deseo de olvido. Pienso en ella, en Lucía, en Karen, en Sofía, en Teresa, y en tantas y tantas más, y sé que no debemos callar, nunca más debe imperar el silencio ante el horror.

Por eso celebro las movilizaciones, la indignación, la exigencia de justicia, la capacidad de unirnos con otras mujeres y con hombres solidarios, los abrazos que permiten hacer más llevadero el espanto.

Por eso también me conmuevo con las jóvenes raperas como la oaxaqueña “Mare Advertencia Lírika”, o las juarenses Obeja Negra, Lady Liz, Kiara, Murder, Bawa, Dilema, Candy, Xirena, Xibakbal, Luna Negra, Yazz y Polyester Kat que forman el grupo “Batallones femeninos”.

“Nuestra defensa de la mujer es la palabra. Es hablar. Es hacer rap gritando que nos están matando, que nos están desapareciendo única y exclusivamente por ser mujeres”, dicen. Sé que este proyecto feminista de rap, hip hop y activismo que integra también diseño, arte urbano y educación, merece su propio artículo. Prometo escribirlo pronto.

Les dejo el enlace a una de sus canciones: “Así es ella”, con letra de la poeta María Rivera:

https://soundcloud.com/batallonesfemeninos/asi-era-ella-dilema-y-murder

Porque como nos enseñaron los H.I.J.O.S. de desaparecidos (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), y nos lo recuerdan hoy muchos de nuestrxs compañerxs más jóvenes, la lucha colectiva y solidaria, con la rabia y las lágrimas, también puede vivirse con alegría.

Fuentes:

http://mexico.unwomen.org/es

http://horizontal.mx/no-es-pais-para-mujeres-violencia-de-genero-en-mexico/

http://www.animalpolitico.com/2016/04/presentamos-la-serie-la-violencia-contra-las-mujeres-no-es-normal/

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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