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Tomás Calvillo Unna

24/01/2018 - 12:00 am

Elecciones sin fin

La ansiedad como precipitación y vértigo que domina nuestra cotidianidad. La ilusión y engaño en el discurso que asume la perversidad como instrumento sine cuan non para acceder al poder político a cambio de lo que sea.

En Memoria de Luis Mesa del Monte,

por su ejemplar coraje para sostener la vida hasta su último aliento;

por sus enseñanzas al elaborar el pensamiento estratégico

 como el eje analítico para buscar el balance y la paz en los conflictos internacionales;

por su amistad, pautada de ironía y dulzura.

Pintura: Tomás Calvillo

La ansiedad como precipitación y vértigo que domina nuestra cotidianidad. La ilusión y engaño en el discurso que asume la perversidad como instrumento sine cuan non para acceder al poder político a cambio de lo que sea.

La renuncia tácita al pensamiento que comparte la condición de encontrarse, en la encrucijada que obliga a compartir la honestidad de saberse obligado a renunciar a la retórica de la promesa vacía.

Tiempos de canallas, “los electorales”, donde el pensar se reduce al aplauso o a la diatriba, se renuncia a la reflexión y se asume el desprecio, el insulto, la simplificación.

Los problemas se mediatizan en adjetivos que pretenden desaparecer la complejidad.

Se congela el tiempo y el espacio, la dinámica social se ignora. Los discursos buscan sumar adeptos, sin importar otra consideración más relevante para entender los desafíos. La verdad se posterga, afirman, para el tiempo del poder, cuando se alcance este, entonces sí, se podrá desplegar.

Todos son medios que el fin justifica.

Las redes son la resonancia exacerbada de fantasía política que se oferta, no hay matices, la realidad no interesa, se moldea con la mercadería política.

Héroes y villanos se acusan, se señalan. Los defectos y cualidades proyectan la desproporción de campañas que justifican todo.

Después ya vendrá la cruda, así se extienda por otro sexenio.

De alguna manera toda la parafernalia electoral, es ya un pesado anacronismo que no logra abonar a la solución de los problemas. Es un desperdicio de recursos que no se aprovechan; y en medio de ese fango se tiene que caminar.

No se equivocaba Chava Flores con aquel: “A que le tiras mexicano….”
La licuadora puede ser la metáfora que represente lo qué pasa hoy en día en política, una confusión generalizada.

Una historia política reciente que en realidad erosiona su capacidad de representación y cuyo poder disminuye velozmente.

Los ciudadanos enajenan su potencial, al aceptar la representación de los políticos, que han encontrado su modus vivendi en el juego que todos jugamos.

En el fondo se intuye que son los últimos reductos de un quehacer cuyo centro de gravedad se ha desplazado, a tal grado que las decisiones fundamentales del país se toman en otros lugares ajenos a los institucionales de la república.

Los gobernantes están reduciendo su papel al de administrar el capital y el crimen, y las elecciones se están convirtiendo en un costoso y gastado proceso, que termina solo por renovar con dificultad la distribución de territorios de un circuito donde la democracia se tritura y no alcanza a constituirse como régimen político. Lo que tenemos es otra cosa, habrá que buscarle nombre.

 

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