Ciudad de México, 24 de febrero (SinEmbargo).- Mañana de domingo caprichosa. Un sol a plomo. Más tarde acontecerá una especie de tornado en la ciudad y a la tarde noche el granizo hará de las suyas en medio de una tormenta inesperada y la euforia nacional fruto de los premios Oscar ganados por nuestros compatriotas Emmanuel Lubezki y Alejandro González Iñárritu.
Hay algo de misa en el ambiente. Una ceremonia que arde y un silencio que golpea como sólo puede hacerlo la ausencia de sonido estruendosa que se esparce entre los invitados a la ceremonia de premiación organizada por el PEN Internacional en Casa Lamm, La Roma, Distrito Federal, México, Planeta Tierra.
Todos y muchos están allí. La escritora nicaragüense Gioconda Belli, la activista y narradora chicana Sandra Cisneros, el editor Braulio Peralta, la ensayista y académica argentina Laura Valenzuela, la periodista Carmen Aristegui…la lista es larga y esplendorosa, magistral.
Por supuesto, no faltan los galardonados: Los premios PEN México, edición 2015, que reconocen la excelencia periodística, literaria y de labor en los derechos humanos, quedaron esta vez en manos de Elena Poniatowska, quien ha formado parte de la organización desde hace décadas.
Allí la vemos, atrás de todo, como si no quisiera brillar, a pesar de lo cual su presencia concentra todas las miradas y cuando llega su turno de decir provoca todos los aplausos.
“Quienes estamos aquí amamos México y nos resulta imposible desligarnos de las desapariciones de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y de la gran fosa en la que se ha convertido el estado de Guerrero. Estamos convencidos de que si actuamos contra la impunidad, la corrupción y la hipocresía de nuestro gobierno el país entero tendrá mucho que agradecerle al PEN Club, y cada padre de familia en Guerrero, en Michoacán o en Ciudad Juárez podrá ir a dormir con la seguridad de saber que sus hijos están a salvo en la escuela, el parque o la calle”, dijo la autora de La noche de Tlatelolco, con voz quebrada, en medio de vivas fervorosos.
También fueron premiados la reportera anónima de Aristegui Noticias, por su trabajo que reveló cómo el presidente del PRI en el Distrito Federal reclutaba mujeres para servicios sexuales con dinero público.
El periodista italiano radicado en México Federico Mastrogiovanni, quien ha investigado la desaparición forzada en México en un libro imprescindible titulado Ni vivos ni muertos y que conmovió a los presentes con un discurso tan irrefutable como doloroso.
“México es la tumba de los derechos humanos”, dijo. Y todos callaron mirando el cielo y el suelo, observando la nada, atropellándose con un espejo roto que es este país, condenado a la ignominia y a la impunidad por unos pocos sobre unos muchos.
El defensor de derechos humanos Darío Ramírez, director de la asociación Artículo 19 para México y Centroamérica y el periodista Pablo Ferri, quien gracias a su investigación se supo que elementos del Ejército Mexicano ejecutaron a 22 civiles en el municipio de Tlatlaya, Estado de México.
Todos honrados por el PEN Club Internacional y el PEN Club México, organizaciones de escritores que luchan, defienden y promueven la libertad de expresión en el mundo.
VIVIR LA VIDA
Mañana de domingo soleado. Nadie sabe que a la noche habrá tormenta de granizo, pero todos conocen una parte de la realidad mexicana que es el todo: 118 periodistas asesinados, 43 estudiantes desaparecidos, números, números perversos que se multiplican y ciegan como un mazazo en el medio de la frente.
No podemos negar que una congoja colectiva tiñe el aire y lo hace espeso. Pero, a qué fingir cuando se escuchan cifras rotundas como las enunciadas casi en forma de mantra por la poeta y narradora Jennifer Clement: ¿En donde están los 43? / ¿Quiénes eran los 3? / ¿En dónde están los 61? / ¿Quiénes eran los 77?…así hasta llegar a la pregunta definitiva de ¿En dónde esta el 1? / ¿Quién fue el 1?…
Porque esa sea tal vez la pregunta que hay que hacerse: ¿Cuándo empezó todo esto? Y la otra, la fundamental: ¿Cuándo acabará?
Esto es una premiación y una protesta, porque después del sol viene el granizo y detrás de la calma hay la tormenta que asecha sin resolverse, sin mostrarse del todo, pero que se encarama amenazante sobre los rostros de las víctimas reales y de las posibles, es decir, casi todos nos.
“Vivimos en tiempos difíciles. / Nos llega la comida a la mesa, / nos llega el vino, el pan de cada día. / Tenemos sirvienta, buena ropa, / andamos en coche, vamos al cine./ El sol se pone, la luna alumbra nuestros sueños”, describe con voz dulce el poeta Pablo Medina, quien ha llegado desde San Miguel de Allende para recordarnos que “vivimos en el filo de la navaja, / bebemos el jarabe de la ilusión.”
¿Dónde está la suerte,
dónde el abrigo de la verdad?
¿Quién quiere despertar en el destierro,
en la mira de un rifle, en el silencio absoluto de la serpiente?
LAS MATEMÁTICAS PERVERSAS
No hay palabras finas para describir la tragedia. Eso lo sabe bien Ioan Grillo, periodista inglés afincado en México y a quien por más cálculos que haga no le salen las cuentas.
Convocado en los jardines de Casa Lamm, entre 49 escritores, periodistas, blogueros y defensores de los derechos humanos de diferentes partes del mundo, el autor de El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana, reflexionó.
“ Uno dice que, si hay 27 mil homicidios en México en un año, ¿por qué estamos dando un trato especial a periodistas? En el momento no sé cómo contestar. Pero siento que si los compañeros mueren, lo menos que podemos hacer es decir sus nombre en un reportaje. Y que la muerte de un periodista, no solo es la muerte de un compañero, pero es parte de un ataque sistemático contra la libertad de expresión.
Entonces la pregunta de la, “PEN pregunta,” para mí tiene que ser: ¿Cómo podemos cambiar esta realidad?
Si la gente se mueve, ayuda.
En Francia, tres millones van a la calle para defender la libertad de expresión, después de que matan a 12. Es decir 250 mil por cada muerto. Si salieran a la calle 250 mil, por cada uno de los 118 periodistas en México serían 29 millones y medio de personas. ¿Y con esto si cambiarán las cosas?”.
Así pasaba la mañana de domingo, mientras el sol se apagaba, el viento crecía y los desaparecidos seguían sin aparecer y los muertos, nuestros muertos, sin resucitar.
