Evasión, silencio y retórica… es el discurso de la guerra

24/02/2016 - 12:00 am

¿Se puede hacer la Guerra sin pronunciar la palabra Guerra? Ninguno de los dos Presidentes de la República que han gobernado durante la década de política en contra del crimen organizado ha reconocido el término. Uno dijo que no lo dijo. El otro de plano no lo ha pronunciado. Tanto Felipe Calderón Hinojosa como Enrique Peña Nieto lo evitan de manera sistemática. Si se siguen sus discursos, en México jamás ocurrió un conflicto bélico a partir de 2006. Si se siguen los números, el resultado en muertos y desaparecidos se parece al de las guerras de Irak y Afganistán juntas. Evasión, silencio y retórica es lo que identifican analistas en los discursos de ambos gobernantes.

El 1 de diciembre de 2012, EPN recibió de Calde´ron la banda presidencial; también heredó su guerra contra las drogas. Foto: Cuartoscuro
El 1 de diciembre de 2012, Enrique Peña Nieto recibió de Felipe Calderón Hinojosa la banda presidencial, y también heredó su guerra contra las drogas. Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México, 24 de febrero (SinEmbargo).- “Guerra” es una palabra que une a Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto. Los dos huyen de ella. El primero, Presidente de México de 2006 a 2012, negó incluso haberla pronunciado cuando la revisión de sus discursos arroja que la dijo decenas de veces. En cuanto a Peña Nieto, en los tres años que lleva su Gobierno, jamás la ha usado.

Pero la escapatoria de ambos está entre cifras de guerra. Y de formas de guerra. En seis años de Gobierno de Felipe Calderón, el presupuesto para Seguridad se incrementó en 76 mil 711 millones 874 mil 763 pesos, según el Presupuesto de Egresos de la Federación. En cuanto al sexenio de Peña Nieto, ese rubro subió en 23 mil 838 millones 822 mil 762 pesos.

A la par, según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), de 2007 a 2014, hay 164 mil víctimas mortales, lo que supera a las de las guerras de Afganistán e Irak juntas en el mismo periodo, según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

En muchos paisajes de México, se encadenaron las escenas de la decapitación, quema en ácido o despedazamientos. Millones de personas se desplazaron de sus sitios de origen en un fenómeno que aún no es estudiado. Otras 27 mil personas desaparecieron. Todo, mientras se desarrollaba una política para combatir a los grupos delincuenciales, iniciada por el panista Felipe Calderón en diciembre de 2006 y continuada por Enrique Peña Nieto hasta el día de hoy.

“Guerra”, según analistas del discurso, es una palabra que seleccionó el ex Presidente Calderón como parte de una política que le traería legitimidad después de que ganó el proceso electoral con más impugnaciones de la Historia. Pero es un término –dicen- que después daría miedo pronunciar.

¿POR QUÉ ESA PALABRA Y NO OTRA?

Todo empezó con una batalla. La ganaría Felipe Calderón Hinojosa. El Presidente electo buscaba legitimidad después de que los resultados del Programa de Resultados Preliminares (PREP) del sistema electoral le dieron una ventaja de apenas 0.56 por ciento sobre su más cercano competidor, Andrés Manuel López Obrador, postulado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El porcentaje de la votación que obtuvo también lo agobiaba: 35.89.

El 1 de diciembre de 2006, el Congreso de la Unión amaneció con candados y cadenas en sus cinco accesos. Los pusieron algunos perredistas que se proponían impedir la toma de protesta de Calderón Hinojosa. El PRD en ese tiempo era el partido emblema de la izquierda mexicana y en su entraña se creía que las elecciones habían seguido el guión del fraude.

Al Presidente electo lo protegían los miembros del Partido Acción Nacional (PAN), el instituto político al que pertenece desde adolescente. Durante los días y noches anteriores, la tribuna legislativa fue en unos momentos de los perredistas y en otros, de los panistas. En su turno, la izquierda levantaba imágenes de Benito Juárez. En el suyo, la derecha cantaba entre risas y gestos de ironía letras de Joan Sebastian como “Eres secreto de amor”.

Varias veces, llegaron a los golpes. Algunos diputados arrancaron sillas del recinto y las hicieron volar. Fueron trifulcas de horas en las que nadie alcanzaba la calma.

Calderón tuvo que buscar estrategias. No había manera de tomar posesión. De modo que pidió el apoyo del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Y por eso ganó: rodeado de panistas y priistas –la mayoría legislativa-, ingresó por las puertas traseras, subió a tribuna y en tres minutos, se ciñó la banda presidencial. La suya, pasaba a la Historia como la toma de protesta más breve. Un “¡Sí se pudo!” continuó en la escena. Cuando saludó a los legisladores de su partido, estaba sereno, con un gesto decidido; pero apurado a salir de ahí cuanto antes.

“Espurio”, lo llamó desde ese momento, López Obrador. El hecho de que ni la mitad del electorado le hubiera dado su voto lo colocaba también al filo de la desconfianza. En este punto y con el desconcierto sobre sus espaldas, Felipe Calderón debía elegir sus palabras de Presidente. Su impronta. La forma en que se comunicaría con los gobernados.

Que la legitimidad le importaba está claro en el gasto de 141.6 millones de pesos que hizo en encuestas en sus primeros dos años de Gobierno. Según los archivos del Instituto Nacional de Acceso a la Información, el 1 de diciembre de 2006 mandó preguntar a la población sobre: “Para usted, ¿quién es ahora el Presidente legítimo de México? Las respuestas le susurraron: “Calderón con 93.1 por ciento y Andrés Manuel López Obrador con 4.8 por ciento”.

Enrique Toussaint, analista político, formado en la Universidad de Guadalajara, acota: “La posibilidades para buscar la legitimidad eran muchas y diversas. El Presidente debía escoger una”.

¿Pero por qué la guerra? Si se siguen los números y los hechos, no había elementos suficientes. Cierto que en 2006, Michoacán –la tierra del flamante Mandatario- era la escena de una disputa. El cártel de Los Valencia, asociado por Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, se enfrentaba al del Golfo y una organización delincuencial apenas efervescente: La Familia Michoacana. Cuando tomó posesión, Calderón recibió un informe: Jetzabel Abarca Parra, de 27 años, había sido asesinada a balazos en el municipio de Coalcomán, y dos personas más habían sido ejecutadas a balazos en los municipios de Aguililla y Cotija.

Crueldad, misterio y muerte en Michoacán. Todo era cierto.

Pero si se revisan las cifras del INEGI, retomadas por Fernando Escalante Gonzalbo en su artículo “Homicidios 2008-2009. La muerte tiene permiso” en la revista Nexos, la tasa nacional de homicidios había bajado ese año a ocho por cada 100 mil habitantes, de 19 homicidios en 1992. En realidad, no había un despunte de inseguridad a nivel nacional.

Hasta ahora, los mecanismos de Transparencia del Gobierno Federal no han mostrado si Felipe Calderón recibió un diagnóstico que avalara su decisión para emprender una estrategia en contra del crimen organizado. Toussaint, estudioso de la política mexicana, recuerda que como opción estaba también un discurso para impulsar una Reforma Energética, pero asesores como Germán Martínez Cázares y César Nava se empeñaron en una estrategia armada.

Aquí, en este punto, surgió “la guerra”. Una palabra que sonaba fuerte, estratégica, atractiva para los ciudadanos. Pero que hasta ese momento, no pasaba de ser eso: una palabra dentro de una política diseñada para que el Presidente se afianzara en el Gobierno.

Nadie imaginaba lo que estaba por venir.

“YO NO DIJE ESO”

El 4 de diciembre, de los labios de Felipe Calderón Hinojosa salió por primera vez la palabra “guerra”. Estaba en la inauguración de los trabajos del Quinto Foro de Inversiones y Cooperación Empresarial Hispano-Mexicano a la que acudió el príncipe español Felipe de Borbón (Hoy Rey Felipe VI de España):

“Tengan la certeza de que mi Gobierno está trabajando fuertemente para ganar la guerra a la delincuencia, de que se aseguren y respeten los derechos de cada quien, los derechos de propiedad y de inversión, de que se combata sin tregua la corrupción y se resguarden los derechos patrimoniales de vida y de libertad de todos”.

Seis días después, el entonces Secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña, anunció que siete mil efectivos de las fuerzas federales ingresarían a Michoacán en el llamado Operativo Conjunto Michoacán.

Además, se enviaría equipo de seguridad y transporte aéreo. Ahí estaba el Gabinete de Seguridad en pleno: los secretarios de la Defensa, Guillermo Galván Galván; la Marina, Francisco Saynez Mendoza; Seguridad Pública, Genaro García Luna; así como el Procurador General de la República, Eduardo Medina Mora.

Aquí, las palabras de Ramírez Acuña fueron, entre otras: “Reiteramos a la opinión pública que la batalla contra el crimen organizado apenas comienza y será una lucha que nos llevará tiempo. Son instrucciones del señor Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, que este esfuerzo coordinado de las diferentes dependencias del Gobierno Federal en el combate a la delincuencia se informe de manera permanente a la sociedad mexicana por conducto de la Secretaría de Gobernación”.

El 22 de enero de 2007, el Presidente de México se volvió a referir a la “guerra”.

Esto ocurrió en la primera reunión del Consejo Nacional de Seguridad Pública.

“Hoy más que nunca, México demanda de nosotros corresponsabilidad para salvaguardar la seguridad e integridad de los ciudadanos. Para ganar la guerra contra la delincuencia es indispensable trabajar unidos, más allá de nuestras diferencias, más allá de cualquier bandera partidista y de todo interés particular. La sociedad espera mucho de nosotros, espera resultados tangibles”, dijo Calderón ante 29 gobernadores del país y representantes de la sociedad civil.

Cuatro años después –en 2011- ocurrieron 27 mil decesos. El año anterior habían sucedido 25 mil. Los cuerpos de hombres, mujeres y niños aparecieron en casas, carreteras o centros comerciales. A veces estaban colgados, decapitados, desnudos, desmembrados o amoratados. Ese año, las instancias oficiales dejaron de actualizar las cifras.

“No es que una palabra impulse el hecho de la guerra. El punto es que el hecho debiera llamarse como lo que es, una guerra”, expresa Carlos Bravo Regidor, profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y quien hizo una recopilación de las menciones que Calderón hizo de la palabra. “Le interesaba pasar la página del conflicto electoral. Esa fue la manera de tratar de cambiar el tema. Quería proyectar una imagen de fortaleza. Lo vio como una salida coyuntural que terminó convirtiéndose en un problema estructural. Durante la campaña, nunca dio color que esa fuera una de sus preocupaciones. Fue un golpe de timón que esperaba tener un efecto rápido para mostrarse como un líder. Pero el tema cobró una vida propia y se le salió de las manos”.

El 20 de enero de 2011, el Presidente Felipe Calderón dijo: “Yo no he usado el término guerra. Y sí puedo invitar a que se revisen todas mis expresiones públicas y privadas. Yo no elegí el concepto de guerra. Yo he usado permanentemente el término de lucha contra el crimen organizado y lo seguiré usando”.

Ese año fue el más violento de su sexenio.

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Enrique Peña Nieto ha cumplido con creces la prohibición del uso de la palabra “guerra”. “Es una palabra perdedora”, le aconsejaron en Los Pinos, al tomar posesión, según una versión para este medio digital. En los hechos recientes estaba la experiencia de Calderón Hinojosa con una calificación de aprobación de 7.5 en 2009, cifra que disminuyó a 6.8 en el primer semestre de 2010, una tendencia a la baja que llegó a cinco al final del sexenio.

¿Y de quién era la culpa sino de la comunicación? El mismo Calderón reconoció que se había equivocado en su selección de palabras. En septiembre de 2013, en un foro de la Escuela de Salud Pública de Harvard, dijo que si su política de seguridad se interpretó como una “guerra” y no como “una estrategia en contra de las drogas”, fue debido a una falla comunicacional.

Desde que se colocó la banda presidencial, Peña Nieto rompió con el discurso de Guerra y así, con el estilo del Gobierno que lo precedió.

Pero, más allá de una palabra expulsada del vocabulario presidencial, en el tema de inseguridad –el que el mismo Inegi reconoce como el crucial para los mexicanos– el silencio se convirtió en la clave de la Estrategia de Comunicación del Presidente Enrique Peña Nieto.

Para Bravo Regidor, “la guerra continuó per sé, pero el Presidente ya no se atrevió a llamarla por su nombre. En un principio, para Peña Nieto fue muy exitoso el silencio para cambiar de tema. El llamado “ejecutómetro” que reproducían los medios resultaba muy perturbador para Peña Nieto.

Entonces, cuando el Presidente calló, los medios se alienaron a su estela y dejaron de hablar durante el primer año de hechos cruentos. Pero la violencia continuó tan campante como siempre o incluso, más fuerte”.

En general, según el especialista en Análisis del Discurso, Carlos Páez Agraz, Enrique Peña Nieto es un Mandatario evasivo, incapaz de ver de frente a sus gobernantes, poco proclive al uso de datos, pero derrochador de emociones. Un Presidente al que sólo le importa comunicar su agenda; es decir, los logros por las reformas estructurales. “Por eso, la desaparición de los 43 lo toma por sorpresa y su discurso es tardío. Y por eso, frente a las escenas violentas, no hay una sola palabra”.

Los homicidios y sus formas han superado ya los años de Calderón. El Secretariado Ejecutivo reportó 20 mil 005 homicidios dolosos del 1 de diciembre de 2012 al 30 de noviembre de 2009. Del 1 de diciembre de 2012 al 30 de noviembre de 2015, el mismo reporte dio 54 mil 454 asesinatos. Es decir, una diferencia de 34 mil 449.

Carlos Bravo Regidor dice de Peña Nieto en este punto de su sexenio: “La estrategia de comunicación sirvió en un primer momento. Fue muy exitosa. Tuvo un primer resultado inmediato palpable”.

El 24 de febrero de 2013 –el primer año del Gobierno peñista-, un grupo de hombres armados apareció en la Tierra Caliente de Michoacán. Eran rancheros que durante años habían sido chantajeados y amenazados por Los Caballeros Templarios. Se hicieron llamar “autodefensas”. Meses después, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en su recomendación 51/2014, militares ejecutaron a 15 de 22 personas que aparecieron muertas en una bodega de la población de Tlatlaya, en el Estado de México. Vino luego otra noche maldita: la del 26 de septiembre de 2014. Esa fecha, 43 estudiantes normalistas de la Escuela Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa Guerrero, desaparecieron en un camino de Iguala. Seis murieron en ataques cuyo origen y motivación se desconocen.

Esos hechos obligaron al Presidente Peña Nieto a hacer lo que no quería: instruir acciones similares a las de su antecesor, Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012). Y a hablar de la Guerra, sin hablar de ella. Este sitio digital procesó los mensajes que con motivo de sus Informes de Gobierno, el Presidente Peña Nieto dirigió a la Nación. En el primero, no mencionó las palabras “narcotráfico”, “muerte”, pero mencionó tres veces el concepto de “Derechos Humanos”. Lo mismo ocurrió en el mensaje con motivo del Segundo Informe. Para su Tercer Informe, el número de veces que pronunció la palabra “violencia” se incrementó a siete, “derechos humanos” a diez, aunque “violencia” o “guerra” no fueron dichas.

Para Bravo Regidor, “el Presidente Peña Nieto tuvo muy mal control de daños. Se vio reactivo, lento, no supo proyectar empatía. Y eso se debió a que es un gobierno bueno para escribir guiones y malo para improvisar sobre la marcha cuando las circunstancias lo obligan. Peña Nieto no es un tipo dotado de recursos retóricos”.

LA RETÓRICA

Foto: Cuartoscuro
Familiares de los 17 jóvenes asesinados por un comando en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 31 de enero de 2010. Foto: Cuartoscuro

El 31 de enero de 2010, un comando armado asesinó a 17 jóvenes, casi todos adolescentes, que celebraban una fiesta en Villas de Salvárcar, en Ciudad Juárez, Chihuahua. Era de madrugada. Estudiantes del plantel 9 del Colegio de Bachilleres y del Centro de Estudios de Bachillerato Técnico Industrial y de Servicios (CBTIS) 128 celebraban el cumpleaños de uno de ellos. Tres cayeron acribillados afuera de la casa número 1306, otros tres frente al 1308 y cuatro más en el 1310. Cuatro más fallecieron durante el traslado.

Felipe Calderón, Presidente entonces, se enteró de la masacre mientras realizaba una gira de trabajo por Japón. Sin que se hubiera realizado una averiguación previa, el Mandatario dijo: “Los jóvenes fueron cobardemente asesinados, probablemente por otro grupo con el que tenían cierta rivalidad”. Días después, el 11 de febrero, la madre de dos de los jóvenes lo increpó y le exigió que se retractara.

Pronto, frente a las viviendas, los padres de las víctimas colgaron cartulinas con leyendas en las que se leía: “Señor Presidente, hasta que no encuentre un responsable, usted es el asesino. Señor Presidente, qué haría si uno de estos jóvenes fuera su hijo, ¿qué haría?”

“Cuando hay una guerra, culpabilizar a la víctima es un recurso retórico. Sean asesinados o desaparecidos. Y Salvárcar es el emblema de esta retórica de guerra en la que los afectados resultan ser los culpables”, indica el analista político, Enrique Toussaint.

Además de la demonización del otro, el discurso de Felipe Calderón siguió el hilo de un discurso evangélico, de una lucha entre el bien y el mal en el que el primero debía vencer a toda costa. “¿Sabe qué? Si estuviera en la posibilidad de evitar un crimen y no tuviera más que piedras en la mano, lo haría con las piedras, esperando que, por lo menos, tuviera un momento, el aliento de David, para hacerlo”, le respondió a Javier Sicilia el 23 de junio de 2011 en el Alcázar del Castillo de Chapultepec cuando el activista y poeta le solicitó que pidiera perdón.

“Perdón” fue un concepto al que jamás acudió el ex Presidente. En esa misma ocasión del Alcázar, la respuesta del Mandatario fue que no lo haría y que en todo caso, pediría “perdón” por no proteger la vida de las víctimas y no haber enviado antes a las fuerzas federales.
Llámese guerra, batalla o lucha, la crisis de seguridad continuó en el país.

Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional presentó un reporte con motivo del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, que revelan que desde 2007, casi 25 mil personas habrían desaparecido en México durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto.

El discurso no se trata de usar o no una palabra. Se trata de lo que no se dice. O de lo que se dice con otras palabras. Enrique Toussaint identifica en el silencio de Enrique Peña Nieto respecto a las víctimas de la violencia un elemento también enmarcado por la Retórica. “Al no mencionarlos como víctimas, los pone a la par que el crimen organizado, ese ente tan efímero al que a veces no se le ve ni el rostro ni el cuerpo, pero es el culpable de todo”.

Y al final, de acuerdo con los discursos de Los Pinos, ¿está claro si hay guerra? El especialista en Discurso, Carlos Bravo Regidor, expone: “Estuvo claro con Calderón. Por lo menos sabíamos que había una decisión de dar esa batalla. Podría uno de no estar de acuerdo. Con este Gobierno no ha habido esa claridad. Desaparecer al tema de la agenda o tratar de minimizarlo no abona con el entendimiento. Si se siguen las palabras de Peña Nieto, no hay nada claro en este sentido”.

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