MERCADOS CAPITALINOS: ¿LOS DEJAREMOS MORIR?

24/04/2012 - 12:00 am


En su desesperación, José Irigoyen Zamora trepó al techo y uno por uno, cerró los tanques de gas. Bajó con la misma prisa. Las llamaradas ya habían llegado a los dos metros y ahora la techumbre empezaba a echar pedazos de lámina. Antes de subir, el vigilante pensó en escapar de ese infierno. Pero tenía un problema: estaba solo.

¿Debía salir corriendo por una de las puertas laterales o quedarse a salvar algo? Irigoyen sabía que ese algo podía ser muy poco. Y la madrugada avanzaba y el prehispánico mercado de legumbres de San Juan-Arcos de Belén, frente a la fuente del Salto del Agua, ardía en llamas. Esos 400 locales, repartidos en unos 125 metros cuadrados, eran responsabilidad suya. De él, que es vigilante del Gobierno del Distrito Federal y no porta armas, ni cuenta con extinguidores.

Al principio, pensó que el tronar del techo era porque una cuadrilla de rateros intentaba agujerarlo. Sintió miedo, pero recorrió el terreno. No había ladrones. En cambio, un fuego se arrastraba por las cocinas, entre los anchos pasillos, y empezaba a agredir al puesto de semillas de la señora Fortunata Sirenia Flores Padilla, y el de flores de Isabel Velasco. La lumbre avanzaba sin piedad y subía; subía al techo. Acababan de dar las cuatro de la mañana del martes 3 de abril, en el Centro Histórico de la ciudad de México.

El vigilante José Irigoyen Zamora confesaría después:

-No soy un héroe. Yo me hubiera ido corriendo. Pero yo estaba solo con todo el mercado.

Poco antes del amanecer, el Heroico cuerpo de Bomberos del Distrito Federal logró extinguir el incendio del mercado de legumbres San Juan-Arcos de Belén, que destruyó 22 locales y dañó a otros 15.

ISABEL Y FORTUNATA

En el local 140 no queda nada.  Hubo aquí –alguna vez- nutridas montañas de nueces, pistache, ajonjolí, almendra, avena y semilla de girasol.

Aquí vendía Fortunata Sirenia Flores Padilla quien ha pasado los últimos cincuenta años en San Juan de Letrán, los primeros 30 con un puesto en la banqueta y los últimos veinte con un local dentro del mercado. Nació el 14 de octubre de 1938 y al D.F. llegó con 19 años. En la ciudad se convirtió en madre soltera de tres, en una época en la que esa condición no era nada fácil. Cuando tuvo a su primogénito empezó a vender semillas. “Luego, mis hijos fueron a la escuela y me ayudaban. Porque viera que yo no sé hacer cuentas, y para esto se necesita hacer cuentas. Muchas cuentas”.

Pero Fortunata Sirenia no quiere acordarse de eso. Acaso porque está parada sobre escombros siente que su pasado se ha extinguido. Y en el presente, lo único que queda es la espera. Todos los días, como si aquí no hubiera ocurrido un incendio, se presenta en su local de semillas. Se detiente, acaricia las paredes y espera.

-¿Qué espera, doña Fortunata Sirenia?

-Quiero que me regresen mi modo de vida. LLegué yo a las ocho de la mañana, como todos los días. Y ya no encontré nada. Pura negrura. Este fue mi modo de vida. Mi único modo de vida. Porque yo aprendí a amontonar  semillas y venderlas, y sé hacer eso muy bien. No sé hacer otra cosa. Así que me tienen que regresar mi modo de vida.

Han pasado veinte días y la oficina de Siniestros del Gobierno del Distrito Federal no ha completado el trámite para hacer válido el seguro de desastres que los locatarios adquirieron con una casa privada. Esta área del gobierno capitalino requería el peritaje de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal. El lunes 23, el organismo dio a conocer los resultados de su investigación: el siniestro se inició por un corto circuito, sin que hubiera intención de provocarlo.

En el local 140 y pese a todo, hay una certeza. Fortunata Sirenia sabe que desde hace tiempo –“años, quizá”- la techumbre de su local no estaba bien, que siempre pensó que un día, iba a caerse. La veía desvencijada y en las tardes de lluvia, más maltratada que nunca. No dijo nada. Pero los estudios de la Secretaría de Protección Civil del GDF le daban razón a sus presentimientos: desde 2008, San Juan estaba catalogado entre los mercados de “alto riesgo” y de acuerdo con ello, requería ser reestructurado de inmediato.

“No me quiero acordar. No me quiero acordar”, dice Fortunata Sirenia. Cuando se repone del sollozo, hila: “Espero la ayuda de Dios. Esto es lo único que tenemos. Mis hijos no tienen trabajo. Y yo, en la vida, ya no tengo ningún familiar. No sé hacer cuentas. Y ya no soy nadie porque en mi local, mis documentos se perdieron”.

Invoca al olvido y a la vez, empieza a contar dos recuerdos: uno es cuando presenció la instalación de Teléfonos de México en las calles de Ernesto Pugibet y Buen Tono y otro es cuando conoció a Isabel Velasco, una mujer muy parecida a ella: también crió a sus hijos y nietos aquí, también los educó con la venta de su local en el mercado ( flores frescas, con un color rosa y rojo que pocas veces palidecía por ese rociar de Isabel)  y también lo acaba de perder todo en el incendio.

Isabel es una mujer que no desea hablar. Pone el dedo en el oído para indicar que no escucha bien. Es cuando su hijo, Roberto, el mayor, interviene con la vista hacia arriba: “Lo importante es que hay que cambiar el techo de inmediato. Hay hoyos. Está entrando el agua. Esperemos que ya se apuren y nos den una solución porque ¿Quién nos va a pagar estos días de no vender? ¿Quién nos va a pagar todo esto?”

EL DESASTRE ANUNCIADO

En noviembre de 2011, la entonces secretaria de Desarrollo Económico, Laura Velázquez, informó en comparecencia ante la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) que los 318 mercados de la capital del país estaban en agonía.

De acuerdo con ese estudio, elaborado por la Secretaría de Protección Civil, el 71 por ciento padecía de malas instalaciones hidrosanitarias (baños en mal estado o carencia de ellos); el 64 por ciento de electricidad deficiente; el 75 por ciento no contaba con medidas y programas de seguridad  y el 50 por ciento tenía las techumbres a punto de caer.

Desde entonces a la fecha, ninguna autoridad volvió a darle relieve al tema de los mercados capitalinos. Pero el de San Juan-Arcos de Belén se convirtió en emblema fatídico de esos datos. Leticia Ramírez, la administradora, dice: “Para el suministro de gas tenía tubos galvanizados cuando la norma exige que sean de cobre. Y no hay mal que por bien no venga. Ahora sólo una empresa suministrará el gas. Está comprometida a poner tubos de cobre”.

El incendio del mercado de San Juan no ha sido el único incidente. En octubre de 2011, otro siniestro ocurrió en el techo de la nave menor del mercado de La Merced, en la delegación Venustiano Carranza, sin que hubiera lesionados. En febrero de este año, una descarga eléctrica cobró la vida de Ignacio Maldonado Aguilar, un locatario del mercado Morelos de la misma delegación. Y la noche del 9 de marzo, el mercado Moctezuma, en la misma demarcación política, se cayó por una granizada. 143 marchantes afectados pusieron sus locales en la calle.

El diagnóstico de Protección Civil indica que los mercados públicos de la ciudad de México necesitan de por lo menos 513 millones de pesos, sólo para mantenimiento. No obstante este análisis,no hubo presupuesto especial ni medidas extraordinarias en tres años. A los mercados, en 2010 se les destinaron 120 millones de pesos; en  2011, 57 millones y este año, poco más de 163 millones.

Hay 45 establecimientos en alto riesgo y sólo para estos se requieren 232 millones de pesos, se indica en el diagnóstico de Protección Civil. 14 de estos mercados se encuentran en la delegación Gustavo A. Madero y nueve en la Venustiano Carranza. Ocho están en Coyoacán y otros ocho en Cuauhtémoc. En esa lista de alerta roja están las romerías de La Merced con sus distintas naves; el de San Cosme, Sonora, Mixcalco, Granaditas y el propio San Juan-Arcos de Belén.

 

¿EN 2012, QUIÉN RESPONDE POR LOS MERCADOS?

Del deterioro en los mercados capitalinos no hay quien responda. Si bien Laura Velázquez entregó diagnósticos a los diputados de la ALDF, dejó su cargo para convertirse en precandidata a una diputación por el distrito 3, en Azcapotzalco. La titularidad y varias direcciones de la Secretaría se encuentran acéfalas. Una de las posiciones sin nadie a cargo es la dirección de Abasto, Comercio y Distribución.

La única funcionaria a cargo de mercados es Rosario Luna Salgado, directora de Mejoramiento de los Canales de Distribución. Su principal tarea, ahora, es completar el Programa de Regularización de Cédulas de Empadronamiento de los Mercados Públicos, iniciado por el jefe del Gobierno del Distrito Federal (GDF), Marcelo Ebrard, el año pasado.

Este programa, según la Gaceta Oficial del GDF, tiene como objetivo dar certeza jurídica a 45 mil comerciantes permanentes que carecen de la titularidad del local en el que trabajan. Ello permitiría que los comerciantes estén en posibilidades de heredar.

La capital tiene 69 mil comerciantes permanentes en los mercados; sin embargo, el 65.29 por ciento del padrón -unos 45 mil locatarios-, no tiene cédulas ni documentación que avale la propiedad. En algunos casos, las pruebas de pertenencia datan de entre 1900 a 1910.

En 1951, el entonces regente Ernesto P. Uruchurtu, edificó la red de mercados. Intentaba darle orden a las concentraciones callejeras, al libre albedrío de la oferta y la demanda. Los sitios para construir los locales fueron rifados. Pasó el tiempo y los dueños de los locales hicieron su vida en torno a esta actividad económica, que durante décadas significó el 70 por ciento del abasto de la ciudad de México. Tres generaciones de capitalinos se forjaron en los mercados. Ahí están los ejemplos de Isabel Velasco y Fortunata Sirenia Flores.

En 2012, no todos están de acuerdo con el empadronamiento. Según Fernando García Vargas, dirigente de Mercados y Concentraciones del Distrito Federal, hay más de dos mil amparos con suspensión definitiva otorgada por los jueces del Poder Judicial de la Federación ante el programa. Para este líder, la cédula única tiene “el objetivo tramposo y oculto” de la privatización. El dirigente piensa que los mercados capitalinos padecen dos problemas principales: la infraestructura y la competencia de las grandes cadenas de autoservicio.  Es difícil contradecirlo.  Alrededor de los mercados públicos hay una cadena de autoservicio a menos de cien metros, según un recorrido. La propia Sedeco calculó en 2011 que en un año y medio, en el entorno de los mercados se instalaron entre 80 y 100 tiendas de conveniencia, lo que contribuyó de que la cifra del abasto descendiera a 20 por ciento.

Rosario Luna Salgado, exclama: “En lo que estamos trabajando es en que los mercados sobrevivan y para ello se requieren orden. Nos critican. Creen que queremos privatizar, pero el trabajo que realizamos tiene el objetivo de que puedan competir  con las tiendas de conveniencia y las cadenas de supermercados.  Yo soy una mujer que cocina en molcajete, ¿voy a querer que desaparezcan los mercados?”

 

FUERA DE LOS DEBATES

Ernesto P. Uruchurtu quería acabar con el ambulantaje. Se proponía que los comerciantes, grandes y pequeños, recibieran el mismo trato. Esos fueron sus motivos para instalar la red de mercados. Así surgió la Ley de los mercados públicos del Distrito Federal en 1951. Es la misma que rige ahora.

Hay cuatro iniciativas para reformar esta ley en la ALDF. Ninguna fue aprobada por la V legilsatura, que este año concluirá en ese órgano legislativo. Los mercados públicos de la ciudad de México están, de nuevo, fuera de los debates.

En 2009, el diputado Leonel Luna Estrada presentó un punto de acuerdo en el que expuso que los mercados competían en condiciones de profunda desventaja en los rubros normativo, mercantil y operativo. En 2011, insistió en la urgencia de una nueva ley. En marzo del mismo año, la comisión de Abasto y Distribución de Alimentos no pudo dictaminar otra legislación para los mercados. No hubo quórum.

Hasta ahora, ninguno de los precandidatos al Gobierno del Distrito Federal los ha incluido en su agenda. Y en general, pocos diputados desean hablar de ellos debido a los tiempos electorales. En el local 140 del mercado de San Juan, Fortunata Sirenia está parada sobre escombros, con el temor profundo de que “su modo de vida” no le sea devuelto. Del vigilante que subió al techo a cerrar los tanques de gas, dice: “Ese hombre es un héroe”.

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