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Francisco Ortiz Pinchetti

24/06/2016 - 12:00 am

El Colegio Madrid, ¡escondite del PRI!

Nunca en mis años estudiantiles tuve algo que ver con el Colegio Madrid

Colegio Madrid en 1942
El Colegio Madrid, en 1942. Foto: Especial

Nunca en mis años estudiantiles tuve algo que ver con el Colegio Madrid. Sin embargo, la vida me habría de acercar a esa admirable institución educativa fundada por el exilio republicano español en México hace justamente 75 años, que no es poca cosa. Primero, porque mis dos queridos hijos, Francisco José y Laura Elena, fueron alumnos de esa escuela y Lua, mi nieta, prácticamente nació en el campus de Coapa que en 1979 sustituyó el viejo plantel de Mixcoac: ella, que ama y respeta a su escuela, ha estado ahí durante diez años, desde el preescolar, y acaba de superar el primer año de secundaria. Y luego, porque mi irremediable espíritu metiche de reportero me llevó a descubrir un día, en los que fueran salones de la Primaria del Madrid, una inmensa bodega de propaganda del PRI para su campaña presidencial de 1982.

El proyecto pedagógico del Colegio Madrid, según se precisa en el sitio oficial del plantel, se basó en los valores republicanos de justicia, equidad y democracia y tuvo como antecedentes directos las ideas de la Escuela Nueva, así como la Institución Libre de Enseñanza y el Instituto Escuela, centros educativos emblemáticos de finales del siglo XIX y principios del XX en España. Estos antecedentes resaltaban la importancia de una educación centrada en el alumno y su formación, de carácter liberal en sus dimensiones política y social, estrictamente laica y hacia una comprensión científica y humanista del mundo.

El colegio no sólo cumplió su papel educador de los hijos de los republicanos exiliados en nuestro país sino que enraizó fuerte en la realidad mexicana cuando se abrió a un alumnado mexicano y posteriormente acogió a los hijos de los exilios sudamericanos. Son incontables los egresados del Madrid que han destacado en la vida pública de nuestro país, en los ámbitos artísticos, deportivos o intelectuales. Basta mencionar como meros ejemplos al cineasta y guionista Carlos Cuarón, al escritor Juan Villoro, al antropólogo y sociólogo Roger Bartra, a la directora de orquesta Alondra de la Parra, al comunicador Sergio Sarmiento, al actor Juan Ferrara o a la periodista y activista Lydia Cacho.

Originalmente, el Colegio Madrid se ubicó en Mixcoac, en un predio de siete mil 476 metros cuadrados que fue asiento un chalet de verano en la época porfiriana, estilo suizo afrancesado de tres pisos, que perteneció a la familia Scherer. El 24 de abril de 1941, según consta en escrituras, fue comprado por José Andreu Abelló a Hugo Scherer en 120 mil pesos. Era un terreno muy arbolado, ubicado en Avenida Revolución 849, entre Andrea del Sarto y Giotto. El chalet, al que los alumnos llamaban El Castillito, albergó a la dirección del plantel. Y el 21 de junio de ese mismo año, el profesor español Jesús Revaque, su director fundador, hizo sonar la campanilla por primera vez para dar inicio a las clases, entonces sólo a nivel de primaria. El miércoles pasado se cumplieron 75 años de ese acontecimiento.

A raíz de la construcción de la estación Mixcoac de la línea siete del Metro, el Madrid tuvo que desocupar los terrenos de Mixcoac y mudarse al sur de la ciudad, a unos predios ejidales que expropió y le donó el entonces presidente José López Portillo. Los terrenos y las instalaciones del colegio pasaron a ser propiedad del entonces Departamento del Distrito Federal, que procedió a su demolición.

Y les cuento como anécdota que en diciembre de 1981, como reportero del semanario Proceso, llegué por alguna razón hasta lo que quedaba en pie del viejo Colegio Madrid. Me acompañaba el fotógrafo Juan Miranda, amigo querido. Logramos colarnos a un ámbito alucinante y tricolor: era la bodega secreta de la propaganda del PRI para la campaña de Miguel de la Madrid en todo el país, un tesoro escondido en diez aulas escolares de 40 metros cuadrados cada una, y tres salones mayores, de unos 200 metros cada uno. En total, más de un millar de metros cuadrados, en dos plantas: todo ese espacio, atiborrado de propaganda.

Las tarjetas de inventarios que los almacenistas habían colocado en las paredes de cada salón nos permitieron constar que había, por ejemplo, 20 mil 950 “tiiracalles” de polietileno con las siglas de la CTM y 18 mil 750 de la CNC; 160 mil carteritas de cerillos, 45 mil viseras, 34 mil 200 abanicos. Ocupaban casi un salón completo 100 cajas con 36 sombreros de palma cada una, elaborados por los tejedores de Guerrero. En cada sombrero, al frente, la MM verde-roja.

Se escondían asimismo, entre recovecos, carteles de “bienvenida” a cada estado –”Bienvenido a Sonora”, “Bienvenido a Colima”, Bienvenido a Aguascalientes”, “Bienvenido a Zacatecas”, “Bienvenido a Michoacán”, Bienvenido a Chihuahua”, “Bienvenido a Jalisco”, “Bienvenido a Guerrero”, “Bienvenido a Nuevo León”– igualmente bien impresos. En ellos aparecía invariablemente una gran foto a color del candidato y su esposa, sonrientes ambos.

En otro salón de clases estaban los retratos de hojalata, perfectamente empacados en madera. Medían 80 por 60 centímetros y eran exactamente tres mil 900. Capítulo aparte merecían las pancartas. Ocupaban tres salones de la planta alta y uno más de la planta baja. De piso a techo. Eran de cartón –de 40 por 30 centímetros– con su palito de madera. Los había de cada uno de los tres sectores del partido: CTM, CNC y CNOP, y también los del PRI como tal. Sumaban 145 mil. Hice el cálculo de que si se colocaran sobre el piso una al lado de la otra, esas pancartas cubrirían una extensión de 17 mil 400 metros cuadrados: suficientes, por ejemplo, para tapizar dos veces la explanada de la Plaza de la Constitución.

Y en un rincón, junto a la pared descascarada en la que los almacenistas habían dibujado viejas encueradas y colgado muestras de los carteles y banderines, estaban las cajas. “Usher”, se leía en ellas. En cada una, 30 paquetes de 100 sobrecitos con dos pastillas de menta, impresos la MM verde-roja y el nombre del candidato en el celofán. Eran 110 de esas cajas: 330 mil sobrecitos: ¡más de medio millón de mentaditas!…

Eran los años felices del PRI, que… ¿ya pasaron? Lo más divertido fue la entrevista que a raíz de mi hallazgo en las instalaciones del Colegio Madrid, sin decírselo, le hice al entonces subdirector de Propaganda del CEN priista, Martín Reyes. “No”, negó muy orondo. “Nosotros no producimos propaganda”. Y explicó como si de veras: “Cada uno de los sectores del partido, cada una de sus organizaciones, cada comité estatal elabora su propia propaganda. El CEN nada más dicta algunas normas, para orientar el contenido y darle cierta imagen uniforme a la propaganda”. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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