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Tomás Calvillo Unna

24/08/2016 - 12:00 am

La investigación inconclusa (Parte I)

                                                                                                                                                                                       Para Ignacio Padilla Quien se sumergió en el hondo silencio del océano, Donde la luz de la vida se oculta. Lo seguimos leyendo.

En esos momentos empezó para mí un nuevo trabajo y una valiosa experiencia. Comencé a imaginar, con la ayuda de los estudios y documentos de la época, las condiciones y leyes que rodeaban y determinaban la escritura de aquellos hombres, a los que bauticé como “Los Pensadores de los Mosaicos”. Foto: Jesús Ramos
En esos momentos empezó para mí un nuevo trabajo y una valiosa experiencia. Foto: Jesús Ramos

                                                                                                                                                                                       Para Ignacio Padilla

Quien se sumergió en el hondo silencio del océano,

Donde la luz de la vida se oculta.

Lo seguimos leyendo.

 

José Hernández Ruiz llevaba con orgullo su nombre y así se lo hacía saber al público selecto que asistía a sus conferencias, ávido de enterarse de sus descubrimientos arqueológicos. Lo más sorprendente de todo es que José Hernández Ruiz era uno de los últimos investigadores del planeta que no se incomodaba ni se sentía deshonrado de llamarse de esa manera.

La última vez que se tuvo noticias de él, fue el día Uno X 2 del Sexto, fecha en que se impartió una conferencia en el Centro de Información de lo Pasado, sobre sus recientes hallazgos en la zona norte de la mítica ciudad de México. Por suerte se conservan en una grabación sus palabras:

El mes anterior se confirmó públicamente lo que algunos de nosotros ya sabíamos, me refiero al invaluable hallazgo de los papeles del Lago Titicaca, que han puesto en evidencia que sólo en dos lugares del planeta se salvaron los testimonios en papel. Hay que advertir que a pesar de que el Consejo Internacional de Seguridad ha conservado los papeles bajo su custodia, impidiendo así estudiosos minuciosos, se han logrado filtrar copias de los textos, y aunque son incompletas, nos permiten inferir una relación intrínseca entre esos papeles y los hallazgos a los que haré mención.

La hecatombe de hace un milenio aniquiló principalmente todo vestigio de ese material proveniente de la pulpa de los árboles. Los nuevos descubrimientos del Lago Titicaca están vinculados a los realizados en el Tíbet, debido a la altura en que se encontraron (más de 4 mil metros sobre el nivel del mar), además de reflejar semejanzas en ciertos caracteres de sus respectivas escrituras. Sin embargo, en lo que a nuestra investigación atañe, son los papeles del Titicaca los que podrán dar luz sobre la antigua lengua arcaica que se difundió en nuestro continente.

Sirvan estas palabras como breve introducción y tengámoslas presente a lo largo de la exposición para subrayar que toda investigación está abierta a novedosos encuentros y variadas teorías. Sin más, pasemos a nuestro asunto. Recientemente hemos encontrado en el norte de la mítica ciudad de México, las ruinas de un edificio que, debido a sus proporciones y detalles, considero es el recinto más sagrado de los antiguos hombres de conocimiento, de los sabios, literatos, filósofos, consejeros y príncipes de la cultura.

El recinto al que hago referencia era un lugar accesible únicamente para aquellos que había alcanzado un elevado grado de desarrollo científico. No en vano su mismo acceso físico era prácticamente un laberinto subterráneo. En dicho sitio, nobles sabios dejaron impresos sus conocimientos en muros de mosaicos que, para fortuna nuestra han permanecido casi intactos por siglos bajo una capa de tierra fangosa de casi veinte metros de espesor.

Los caracteres descubiertos al norte de la mítica ciudad son similares, como ya lo mencioné, a lo que presentan los papeles del Titicaca; esto nos ha permitido elaborar las primeras interpretaciones de la lengua arcaica y empezar así a develar sus valiosos secretos que nos podrán –y no peco de optimismo- aclarar algunas de las razones del fin de aquella civilización.

Sabemos que existen estudios serios de las escasas obras escultóricas que se salvaron de los sucesivos incendios e inundaciones que destruyeron la gran metrópoli, pero nunca antes se habían localizado signos grabados en mosaicos. Quisiera advertir aquí que tenemos la certeza, por ciertas referencias de otros estudiosos, de que signos similares se han encontrado en diversos materiales como la madera, el vidrio y la piedra. Hay que señalar que hasta la fecha, no se han podido interpretar con precisión debido a su deterioro, y como un investigador amigo afirma: “Son signos, sólo signos en pedazos de corteza; tan sueltos, tan escasos, que únicamente nos queda la hipótesis de que existieron bosques-libros, es decir, en cada árbol estaba escrita alguna frase que encontraba su sentido en el conjunto de los demás árboles”. Bien, pero nos estamos desviando del tema de mi conferencia y es mejor que volvamos a él.

Afirmaba yo que el hallazgo de los mosaicos nos puede acercar a una interpretación más completa del significado de la antiquísima escritura, ya que en el área explorada han aparecido frases enteras que nos describen pensamientos precisos. Si es cierto que en un principio nos fue difícil reconstruir dichas expresiones, al cabo de un semestre de trabajo constante se nos facilitaron las tareas al descubrir, sorpresivamente, un muro de mosaicos en perfecto estado de conservación; suceso que no podíamos prever y que nos modificó nuestros añejos modelos teóricos sobre la fragilidad y la destrucción. No tardé en darme cuenta que tenía ante mis ojos los pensamientos de antiguos habitantes de la mítica ciudad de México; y esos pensamientos estaban ahí, asombrosamente conservados en signos que simétricamente recorrían el muro de mosaicos.

En esos momentos empezó para mí un nuevo trabajo y una valiosa experiencia. Comencé a imaginar, con la ayuda de los estudios y documentos de la época, las condiciones y leyes que rodeaban y determinaban la escritura de aquellos hombres, a los que bauticé como “Los Pensadores de los Mosaicos”.

Pero detengámonos un poco, no nos adelantemos al describir la atmósfera, el ambiente de aquella época, al fin que todo ello ya forma parte de la cultura general de todos nosotros. Más que nada, lo que me propongo dar a conocer en esta conferencia, es la traducción de los signos; creo que es más honesto decir: la interpretación de lo que nos dejaron los Pensadores de los Mosaicos.

Sin entrar en minucias, voy a leerles lo que he interpretado de esa escritura arcaica, tratando de ser fiel a su factible entonación original. La primera frase se pronuncia así:

Sostén bien tus merengues.

Antes de proceder a una explicación detallada de los pensamientos, prefiero continuar mencionando los principales:

El Borolas es Puto

Yo Puto

Lo que haces es lo que eres

Límpiate bien el…

No pienses mientras…

Ojo que te cojo

Puja puja que es burbuja.

Pasemos ahora a iniciar la exégesis de cada una de las frases, comencemos por la última: “Puja puja que es burbuja”

Lo primero que nos atrae, es el ritmo de la oración; nos hace pensar que pertenece a una composición más extensa y probablemente de carácter poético. Los estudios filológicos no concuerdan aún en el significado exacto de la palabra “Puja”. Me atrevo a sugerir que por su repetición y sonoridad, hace referencia a alguna acción constante y decisiva. Voy a tratar de probarlo con las otras tres palabras: “que es burbuja”. En ellas denoto una reflexión de orden filosófico, el “que es”, puede ser entendido como una afirmación, es decir, como un acto de fundación del cual no hay duda alguna. Expresión raíz que sirve también de puente para unir filosófica y semánticamente la sonoridad de la oración al enlazar “Puja” con “burbuja”. Esta última nos reafirma la intención metafísica del pensamiento al emerger con su ligereza rítmica de la fundamentación y gravedad del “que es” anterior.

“Burbuja” nos crea la sensación de fragilidad, de algo que se encuentra al borde de la desaparición; de ahí que la tensión interna de toda la oración sea extrema, subrayada aún más por la repetición del “puja puja”. Así, dicho pensamiento nos revela un verdadero drama cósmico: el del ser y la nada, o mejor aún sería decir, el del ser o no ser. Sin embargo, rebasa esos mismos enunciados ya profundamente estudiados y los trasciende porque, a diferencia de ellos, no sólo plantea un antagonismo e incertidumbre metafísicos, sino que además los supera confirmando al ritmo, a la musicalidad como la más alta esfera del conocimiento humano. Confirmación que realiza no ya con enunciados teóricos, sino con la misma experiencia, con la misma práctica que significa su propia pronunciación, anulando toda dualidad. Permítanme repetirles el pensamiento para poder apreciar esta última reflexión: “Puja puja que es burbuja”.

Espero más adelante regresar sobre esta admirable expresión para precisar otras consideraciones ya no de orden filológico y filosófico. También existen intuiciones estéticas que nos revelan una avanzada sensibilidad.

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