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Jorge Alberto Gudiño Hernández

24/09/2016 - 12:00 am

Encontrarse con lectores

Es bien sabido que, ante un mismo hecho, diferentes personas ven diferentes cosas. Más aún: dan testimonios tan diversos que, en ocasiones, parece que el hecho atestiguado es, en realidad, otro. Esto no sólo es comprensible sino deseable. Sucede porque somos parciales y subjetivos. Tanto, que cuando alguien puede proporcionar detalles insignificantes sobre lo contemplado, […]

Es justo en la ampliación de posibilidades, en el estiramiento del texto por medio de la lectura, donde sucede el diálogo. Por esa razón me niego a hacer aclaraciones. Foto: Cuartoscuro
Es justo en la ampliación de posibilidades, en el estiramiento del texto por medio de la lectura, donde sucede el diálogo. Por esa razón me niego a hacer aclaraciones. Foto: Cuartoscuro

Es bien sabido que, ante un mismo hecho, diferentes personas ven diferentes cosas. Más aún: dan testimonios tan diversos que, en ocasiones, parece que el hecho atestiguado es, en realidad, otro. Esto no sólo es comprensible sino deseable. Sucede porque somos parciales y subjetivos. Tanto, que cuando alguien puede proporcionar detalles insignificantes sobre lo contemplado, otro sólo es capaz de hablar de ambigüedades.

Lo mismo pasa con la lectura. Siempre he sostenido que, cuando ésta es sincera y desinteresada, resulta tan valiosa la de un experto como la de un lego. Pese a ello, también existen asuntos relacionados con la capacidad de los lectores. Algunos somos incapaces de entender ciertos conceptos, de desentrañar la verdad profunda que se esconde en la simple sucesión de las palabras. Cuando se trata de algo más simple, que no requiere una preparación especial, entonces se puede entrar de lleno al juego de las interpretaciones. Y justo eso es lo que posibilita el diálogo tras la lectura.

He dicho en muchas ocasiones que ese diálogo puede ser tanto o más interesante que la lectura misma. A veces imagino a una pareja o a un grupo de amigos saliendo de una película. Intercambian opiniones en torno a lo que acaban de ver. Es lo deseable. Saber por qué le gustó a unos y a otros no. Entender las razones por las que se concentraron en determinadas escenas y no en otras. Cuando se trata de especialistas, ese diálogo lleva a una discusión que sólo puede contribuir a un mejor entendimiento de la obra.

Por esas razones me encanta reunirme con lectores. En este caso, con mis lectores. Hubo una época en que me molestaba un poco que dijeran cosas de mis novelas que yo no había escrito: cambiaban aspectos de la trama o alteraban la secuencia de los hechos. Pronto comprendí que, si acaso, ése era un problema sólo mío. Resulta ridículo y soberbio ponerse en la postura del autor infalible: si los otros no me entienden es por la cortedad de sus lecturas. Nada más falso. Si acaso, la culpa era mía por haber sido incapaz de comunicar lo que quería. Pero eso tampoco es lo importante.

Lo es, en cambio, cada una de las lecturas. Cuando escucho a alguien decir cosas de algún libro mío, caigo en la cuenta de que, en realidad, está ampliando lo escrito. No sólo por ese lugar común que sostiene que los libros se completan con su lectura. Es cierto por donde se le vea. Sobre todo, cuando se lleva a cabo el fascinante proceso de la apropiación. Entonces es cuando lo escrito se convierte sólo en el pretexto para que el lector lo habite, lo convierta en algo propio. He ahí una de las maravillas de la lectura.

Cada que tengo oportunidad, me reúno con mis lectores. Es cierto, algunas veces confunden detalles, escenas, secuencias de la trama. Poco importa. Conforme los escucho, me doy cuenta de que mis palabras llegaron más lejos de lo que yo pretendía. Y sí, a veces ese nuevo sitio es radicalmente distinto a lo que yo pensaba. Entonces me alegro más, mucho más. Si bien no creo que de un texto se pueda decir cualquier cosa, tampoco considero válida la postura opuesta: la que sostiene que sólo existe una lectura única.

Es justo en la ampliación de posibilidades, en el estiramiento del texto por medio de la lectura, donde sucede el diálogo. Por esa razón me niego a hacer aclaraciones. Eso sería tan violento como imponer mi propia postura autoral. Prefiero, por mucho, escuchar y callar. En serio, darme cuenta de todas esas nuevas aproximaciones a un mismo texto, a mi propio texto, me pone de muy buen humor.

Sé que hablo de mi experiencia y eso vuelve a estas líneas aún más subjetivas que de costumbre. Parciales y subjetivas. Pese a ello, sueño con esos diálogos. Los que se propician en torno a mis novelas pero también, y sobre todo puesto que son muchos más, alrededor de libros que leo, disfruto y comparto con otros lectores. Ojalá pudiéramos ser así de civilizados con las posturas de los demás.

***

            Aprovecho para agradecer a Bruno Bichir y a Fernando Rivera Calderón por haberme acompañado en la presentación de “Tus dos muertos”, mi más reciente novela. Agradezco no sólo lo que dijeron de ella. Agradezco, sobre todo, sus lecturas, las que me regalaron una visión más profunda de mi propia novela. Agradezco, también, al resto de mis lectores. Ellos contribuyen a mi mejor entendimiento y comprensión de mis propias palabras.

Aprovecho para mandar un abrazo solidario a Rafael Pérez Gay. Bajo ninguna circunstancia una amenaza como la que él ha recibido puede encontrar justificación. Por permisiva que sea su lectura.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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