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Adela Navarro Bello

25/01/2017 - 12:00 am

Trump arremete, Peña promete

Los escenarios no podían ser más disímbolos. El escritorio tiene nombre. Resolute se llama en relación al origen de la madera que eligieron para labrarlo, misma que fue extraída de los interiores de un barco británico. Llegó a la Oficina Oval de la Casa Blanca en 1880 cuando la Reina Victoria de Inglaterra lo obsequió […]

 A estas alturas vale más la clara firma del gringo que el endeble discurso del mexicano. Foto: Cuartoscuro
A estas alturas vale más la clara firma del gringo que el endeble discurso del mexicano. Foto: Cuartoscuro00

Los escenarios no podían ser más disímbolos.

El escritorio tiene nombre. Resolute se llama en relación al origen de la madera que eligieron para labrarlo, misma que fue extraída de los interiores de un barco británico. Llegó a la Oficina Oval de la Casa Blanca en 1880 cuando la Reina Victoria de Inglaterra lo obsequió en agradecimiento con el gobierno norteamericano.

Sentado frente a ese mueble que representa la solemnidad, la tradición y el respeto a la institución, y con la prensa de testigo, Donald Trump firmó sus primeros memorándums; no fueron decretos u órdenes ejecutivas, pero sí tienen la misma autoridad para convertirse en jurisprudencia. Sucedió el lunes 23, y el republicano emitió sus primeras reformas: la salida de Estados Unidos del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), el congelamiento de las plazas vacantes en la Gobierno, y el cese de presupuesto en el extranjero a instituciones y centros de aborto.

Trump, el Presidente de los Estados Unidos, realizó esas firmas apenas rodeado por el Vicepresidente, Mike Pence, y el jefe de la oficina de la Presidencia, Rience Priebus, cuatro, cinco personas personas más a lo mucho. Sin más rodeos, y con memorándums de apenas una o dos cuartillas de texto, el republicano afectó con sus decisiones, a la tierra propia y a la ajena. Sin aspavientos.

Prácticamente a la misma hora, en México, el otro escenario.

Sin escritorio de por medio, el Presidente Enrique Peña Nieto una vez más convocó a “las fuerzas vivas” del País, empresarios afines, secretarios de estado, colaboradores suyos, sindicalistas y los líderes de las Cámaras Alta y Baja del Poder Legislativo. Además, unas 200 personas sentadas frente a él, que ocupaba el centro de un enorme presídium con todos sus empleados y seguidores, haciendo frente a la comisión de aplausos. El mismo circo mediático de siempre. Empresarios de los medios de comunicación, dueños algunos, reporteros los más.

Una mesa larga de madera con el escudo de México al centro, dio cabida a unos 20 integrantes de la mesa “de honor”. Muchos hablaron. Primero el Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, después el dirigente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, después de éste como ya es costumbre, Carlos Aceves del Olmo, dirigente de la Confederación de Trabajadores Mexicano, más adelante Pablo Escudero, Presidente de la mesa directiva del Senado de la República. Después de ellos, el Presidente tomó la palabra.

Muchos mexicanos esperaban que lo que dijera aquel lunes por la mañana Peña Nieto, fuesen acciones contundentes para enfrentar al gobierno xenófobo y fragmentario que hoy despacha en la Casa Blanca en la persona de Donald Trump. Medidas específicas, contundentes, que le dieran a los mexicanos certeza sobre el futuro económico del País, ante la arremetida del republicano.

Pero nada de eso sucedió. Rodeado de los afines representantes de los poderes, de los empresarios convenencieros, de los sindicalistas gobiernistas, de los funcionarios serviles y de una comisión de aplausos, el Presidente Enrique Peña Nieto no dijo nada. Nada para amortiguar los daños ante la caída del comercio mundial que en el caso de México se exacerba con las medidas Trump.

Nada para detener la depreciación del peso mexicano frente al dólar norteamericano. No dictó un decreto o propuso una reforma para atraer a las automotrices que están abandonando sus planes de inversión en México motivados por el cumplimiento de las amenazas de Trump de elevar los impuestos por importación a su país, o por los beneficios que les provee al hacer más laxas las leyes de protección al ambiente cuando de manufactura de unidades motores se trata.

Ni siquiera la depreciación del peso que suele ser un atractivo para el inversionista extranjero, particularmente para el maquilador, ha tenido efectos positivos en México, ante la falta de acciones por parte del gobierno federal para promover la producción nacional.

No dio a conocer una sola medida, un cambio en la legislación hacendaria, para remontar o recuperar la actividad industrial en suelo mexicano. Ni siquiera se comprometió a establecer medidas de control para las importaciones a México provenientes de los Estados Unidos, como el Presidente de aquel país lo está haciendo. Mucho menos firmó decretos para activar el consumo interno, que es lo que hemos estado sobreviviendo ante la desaceleración en la manufactura y la devaluación del peso.

Enrique Peña Nieto, rodeado de cientos de personas solo tuvo buenos deseos. “Prioridades” y “objetivos” para en algún momento cuando eso se transforme en leyes, reglamentos, normas o decretos, poder hacer frente a la embestida que con la firma de memorándums y rodeado de unos pocos en la Oficina Oval, Donald Trump está tundiendo a México.

No; Peña dijo que iba a “delinear los objetivos de la política exterior que seguirá México los próximos dos años”, pero ante el más grave problema que es la crisis económica, no dio lugar al Secretario de Economía, ponderado eso sí al de Relaciones Exteriores, su amigo Luis Videgaray, a quien se le atribuye el “logro” de tener buena relación con el yerno de Trump, Jared Kushner, y basar en ello el futuro de un país.

Las prioridades que dio a conocer el Presidente fueron una vez más, las clásicas palabras de definición abierta y de contexto, sin acciones definidas en lo particular: “fortalecer la presencia de México…”, “construir una nueva etapa de diálogo…”, “visión constructiva…”, “integración de Norteamérica…”, “negociación integral…”. Ni un decreto, ni una iniciativa tangible, ni una ley.

Y mientras Trump arremete, Peña promete: “garantizar trato humano a migrantes”, “repatriación ordenada y coordinada”, “libre flujo de remesas”, abogar para que los Estados Unidos detengan el tráfico de armas hacia México así como de recursos financieros de procedencia ilícita, ir por la “modernización comercial”, “proteger el flujo de insumos a México”, y, la mejor de todas: “fronteras que unan, no que dividían”.

En resumen, la política exterior de México para los próximos dos años, se reduce a buenos deseos, mejores intenciones y cero acciones.

Incluso el Gobierno de Canadá ha previsto ya y así lo ha hecho saber a la comunidad internacional, que en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre México, Estados Unidos y Canadá, ellos le apostarán a fortalecer una relación bilateral, antes que interceder por los mexicanos, algo que Peña parece está lejos de cometer.

La política exterior, en este caso extremadamente ligada a la política económica de México, parece estar encargada y sustentada en una sola persona. El Secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, quien en un momento de sensatez declaró al tomar posesión del importantísimo cargo, que llegaba a aprender.

De continuar el Presidente Peña sin tomar acciones concretas para activar la inversión extranjera, el consumo interno y la protección del peso, arropado por “las fuerzas vivas” de México, los memorándums de Trump estancarán más la economía mexicana. A estas alturas vale más la clara firma del gringo que el endeble discurso del mexicano.

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