Registro volcánico a pinceladas; paisajistas hawaianos, Siglo XIX

26/04/2015 - 12:06 am
Ambrose Patterson, "Mount Kilauea, The House of Everlasting Fire" (1917). Foto: Honolulu Museum of Art
Ambrose Patterson, “Mount Kilauea, The House of Everlasting Fire” (1917). Foto: Honolulu Museum Of Art

Ciudad de México, 26 de abril (SinEmbargo).- En la actualidad los grandes eventos de la naturaleza (llámense tormentas eléctricas, auroras o cualquier otro fenómeno de gran magnitud) es registrado por infinidad de recursos tecnológicos. Desde una simple cámara de smartphone, hasta grandes aparatos especializados, sirven para que la humanidad haya logrado en el último siglo una enorme colección de registros en audio, video y foto de todo lo que ocurra en la Tierra.

Sin embargo, ¿cómo era esto hace más de 100 años?

Mucho antes del descubrimiento de la fotografía a color y cuando las cámaras eran estorbosos armatostes de complicada operación los artistas se encargaron de dar fe de muchos fenómenos naturales por medio del paisaje.

Entre las décadas de 1880 y 1890, el Mauna Loa, el volcán más grande de Hawai realizó una erupción tan grande que su lava se aproximó como nunca antes al pueblo de Hilo. Entonces, residentes y turistas por igual acudieron en masa a la isla para tener la oportunidad de ver el resplandor anaranjado que se alzaba sobre Hilo y los pintores estaban entre los más ansiosos por presenciar y recrear las columnas de lava explosivas y los flujos vibrantes.

Charles Furneaux, "Eruption of Mauna Loa, November 5, 1889, as Seen from Kawaihae". Foto: Wikimedia Commons
Charles Furneaux, “Eruption of Mauna Loa, November 5, 1889, as Seen from Kawaihae”. Foto: Wikimedia Commons

Artistas como Jules Tavernier, Charles Furneaux y Joseph D. Strong, impulsados por un creciente interés comercial en pinturas de paisajes, viajaron a Hawai y caminaron a través del terreno rugoso en viajes de varios días de duración. Los gases sulfúricos y el intenso calor de las chimeneas volcánicas hicieron imposible la creación de caballetes y lienzos en el lugar, pero los artistas esbozaron y memorizaron las imágenes que luego recrearían en sus estudios.

Conocida ahora como la Volcano School (Escuela del Volcán), su trabajo en la isla estadounidense es la versión más aproximada a lo que sería la pintura al aire libre. De igual manera, ellos son los responsables de haber llevado al resto del mundo las imágenes fantasmales y maravillosas de las erupciones volcánicas de Hawai hace 135 años. Según David Forbes, en su libro Encounters with Paradise: Views of Hawaii and its People (Encuentros con el Paraíso: Visiones de Hawai y su gente), el grabador isleño Huc-Mazelet Luquiens considera este periodo como “un despertar bien marcado … un pequeño renacimiento hawaiano”.

Los pintores de la Volcano School celebraron lo que percibieron como una de las maravillas naturales del mundo”, dijo Healoha Johnston a The Huffington Post.

“El trabajo de los pintores de la Volcano School ejemplifica una fusión entre la estética europea Sublime, el paisaje romántico y las tradiciones del paisaje estadounidense, caracterizadas por representaciones escénicas del mundo natural (en turbulencia o grandeza) y la relación del ser humano con la naturaleza en el tiempo de la expedición”, agrega.

Actualmente, el Museo de Arte de Honolulu, el Bishop Museum y el Lyman Museum (todos en Hawai) exhiben orgullosamente pinturas de la Volcano School en sus colecciones.

ERUPCIÓN MEXICANA

Los volcanes no sólo han sido objeto de interés en el Pacífico, nuestro país cuenta con la obra de uno de los mayores paisajistas de este siglo como muestra: Gerardo Murillo, mejor conocido como Dr. Atl, a quien su interés por la vulcanología lo llevó a presenciar el nacimiento del Paricutín en 1943.

El Paricutín devastó la región purépecha y estuvo activo por nueve años, tiempo suficiente para que Dr.Atl realizara la mayoría de sus obras más representativas. “Frente al volcán, Atl no sólo encontró la representación física de los potentes sentimientos que lo poseían, sino que tuvo la oportunidad de vivir un genuino idilio con la tierra y su violento parto de fuego”, escribe el artista Miguel Canseco para el Siglo de Torreón.

Finalmente, la relación le cobró factura a Murillo y los vapores tóxicos del volcán se encargarían, eventualmente, de afectar su salud, culminando con la amputación de su pierna izquierda. No obstante su legado sobrevivió a cualquier efecto secundario

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