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Ernesto Hernández Norzagaray

26/05/2017 - 12:00 am

Los periodistas

Al unísono todos elevaron la voz. El sacrificio de Javier Valdez llegó a cada uno y como dice Alejandro Sicairos con él se murió “algo de todos nosotros”. El don de gente buena, sencilla, alegre y la visión de un periodismo ceñido a una línea ética le habia granjeado amistad, reconocimiento, respeto y admiración. En Sinaloa, pero también fuera del estado incluso, más allá del país.

“No cabe duda que con Javier se va uno de los cronistas más sólidos de nuestra vida pública. Quien desde muy joven quería algo mejor para todos”. Foto: SinEmbargo

A la memoria de Javier Valdez

Al unísono todos elevaron la voz. El sacrificio de Javier Valdez llegó a cada uno y como dice Alejandro Sicairos con él se murió “algo de todos nosotros”. El don de gente buena, sencilla, alegre y la visión de un periodismo ceñido a una línea ética le había granjeado amistad, reconocimiento, respeto y admiración. En Sinaloa, pero también fuera del estado incluso, más allá del país.

Su trabajo, síntesis de periodismo y literatura, hacía de cada uno de sus escritos una pieza para documentar el presente. La columna “Malayerba” en RioDoce registraba la vida y la muerte en esas avenidas anchas de la violencia ligada al narcotráfico. Los reportajes en campo son obras inevitables para comprender y documentar la tragedia mexicana. La de todos los días, la de aquí o allá. Esa que le quito la vida. Y que ahora, sin él continúa su curso frenético tumbando bastos, como una suerte de fuga hacia adelante. Quedan sus libros que son verdaderos testimonios de las historias que nunca debieron ocurrir pero sin embargo están ahí silenciosas, horadando el tejido social, exaltando el miedo.

Historias que se repiten incesantes sin llegar nunca a su término pues todos los días aparecen nuevas que son igualmente inquietantes, poco esperanzadoras y tristes. Solo diferentes por la escenografía y sus protagonistas generalmente de jóvenes. Historias que buscan quien las narre, quien las testimonie, para que no se olviden y no dejen de ser una enseñanza para el futuro. Aunque este sea igual o más incierto.

No cabe duda que con Javier se va uno de los cronistas más sólidos de nuestra vida pública. Quien desde muy joven quería algo mejor para todos. Para esa Sinaloa rota, para su Culiacán sangrante, para esa generación sin esperanza.

Esa franja generacional, que todos los días desafía al mejor de los periodismos para que cuente sus historias, donde la mayoría de ellas queda como una mala pasada. Como un triste recuerdo. Por eso Javier deja un hueco difícil de llenar y ahora con lo sucedido, más. Vivimos tiempos sombríos. Tiempos de asesinos, adelantaría Henry Miller, en uno de sus títulos, y eso mete miedo, modula conductas de empresarios en medios de comunicación, editores y periodistas.

Hay, quienes afirman certeramente, que una información periodística no justifica la pérdida de una vida. Y tienen razón, ninguna de ellas. Pero, igual es injusta esta tesis, con los que ya no están para contar su historia y dar pista del móvil que les quitó la vida. Hoy la vida es más frágil que nunca. La muerte sorprende en cualquier esquina, en cualquier momento, por el más baladí de los motivos. Hoy, ni los santos están exentos de que les pase algo, menos para los que tienen que salir diariamente de su casa a trabajar.

Vamos, para los periodistas que trabajan con un insumo que se volvió peligroso, letal. Que basta que alguien se sienta afectado para que vayan por él y con la seguridad de que no pasará nada. Las balas acaban con el mejor periodismo, la impunidad carcome a la sociedad y el miedo lleva al aislamiento. Cuando lo único que se hace es narrar hechos, verdades públicas.

Un adelanto de esa impunidad la hemos escuchado penosamente esta semana, cuando el Fiscal General del Estado, quizá por el miedo que nos atraviesa a todos y en el ánimo de evadir las verdaderas causas que están detrás de la muerte de Javier, sale a decir que no descarta la hipótesis del robo de su auto. Un auto que arrebatado para abandonarlo a unas calles del lugar del crimen. Nadie roba para luego dejar el botín.

Esa hipótesis, es una forma de renunciar a una verdadera investigación y abrir la puerta para que en el mejor de los casos entre un chivo expiatorio. Bien, lo dicen los periodistas, cuando se les pregunta sobre quien podría ser el culpable y responden que eso habría que preguntárselo a la autoridad judicial, ellos son los responsables de hacer la investigación, no el periodismo, que en el mejor de los casos analiza los hechos. Que no aceptaran otra hipótesis que no sea la ligada al trabajo periodístico.

Y ese es el problema de nuestro sistema judicial que nunca funciona ante este tipo de casos tremendamente mediáticos. Y es que los cargos públicos siguen siendo cuotas de los factores reales de poder y para los cuates que se hicieron en la juventud. Y esa es la otra tragedia. El insumo de la impunidad. No es casual que el día en que los periodistas encararon al gobernador la frase que se hizo oír y fuerte: ¡No queremos discursos, queremos hechos!, y eso es mucho pedir a un gobernante, acostumbrado a salir al paso con retórica y promesas de las que al día siguiente seguramente no se acuerda.

Que estará en otro tema, quizá reeditando promesas, sobando esperanzas. Nada más que hoy es distinto. El gobierno de Sinaloa está con los reflectores encima. La prensa nacional e internacional escucha, mide, evalúa las palabras y las acciones a través del método de fact checking, verificando los dichos y los hechos. Lo que en democracia es una de las formas de rendición de cuentas. De saber de qué está hecho un gobernante o un funcionario público designado que esta obligado a ofrecer resultados. De presionar a la autoridad. Hacer ciudadanía desde dentro y fuera del país.

Y eso, debemos ser capaces de leerlo en los medios de comunicación, la muerte infame de Javier ha convocado a muchos que deploran el estado de la justicia en México y la desprotección del gremio de periodistas. Exigen en distintas formas, tonos e idiomas que esto termine y que los gobiernos cumplan lo que mandata nuestra Constitución y sus leyes reglamentarias.

Nada más, nada menos.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Ex Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., ex miembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política y del Consejo Directivo de la Asociación Mexicana de Ciencia Política A.C. Colaborador del diario Noroeste, Riodoce, 15Diario, Datamex. Ha recibido premios de periodismo y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político electorales.

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