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Tomás Calvillo Unna

26/07/2017 - 12:05 am

La semilla de la sociedad bipolar

La posibilidad de manipular células y mares, átomos y cielos y maravillarse de la realidad virtual que absorbe nuestra presencia como representación y la acomoda a su antojo en la percepción colectiva.

Pintura. Tomás Calvillo

Las distancias se acortan, la vorágine de información y de exposición visual y auditiva en nuestro día a día, es ya una constante que nos impide tomar conciencia de lo que está sucediendo, de la aniquilación de un espacio y un tiempo donde el ritmo de nuestras vidas permitía aún el silencio y el vacío necesarios para cohesionarnos con la naturaleza sin intermediaciones, ni discursos de ningún tipo.

Todo ello quedó en la memoria, misma que comienza a desintegrarse, procesada como datos, capturada en secuencias y algoritmos, perdiendo contenidos y su propio tiempo ido. El presente dominado por el instante codifica toda la experiencia desde esa condición. La eternidad misma como concepto se extingue.

La posibilidad de manipular células y mares, átomos y cielos y maravillarse de la realidad virtual que absorbe nuestra presencia como representación y la acomoda a su antojo en la percepción colectiva, sin límites aparentes; todo ello podríamos, al menos como hipótesis de un ejercicio intelectual necesario, ponderarlo al advertir su extravío sin posibilidades de retorno, a corto y mediano plazo.

Desde esta perspectiva, cuyos antecedentes más cercanos son los llamados “locos veintes” del siglo pasado, se apunta a un incremento sin parangón de la violencia y la destrucción. La guerra como destino ya se vive en varias regiones del planeta, aquí mismo en nuestro país, está presente con sus características de intermitencia y fragmentación. Y todo ello no es solo un tema geopolítico, económico y de estrategia y supervivencia, es, en mucho, una consecuencia de la inserción de la condición humana en la lógica del aceleramiento y hegemonía tecnológica que altera por decir lo menos el tiempo y espacio de la conciencia individual y colectiva.

El trastrocamiento  de ritmos biológicos en la cotidianidad y la aplicación científica-tecnológica en toda la gama de la vida (alimentos, salud, movimiento, etc.) provocan la alteración violenta de los entornos  y del hábitat que afectan la articulación de las comunidades consigo mismas y con la propia tierra. Se crean así condiciones que detonan la agresión a manera de catarsis y se enaltece a la misma al convertirla en una expresión del éxito.

El tema de fondo es cultural y parte de una fractura previa que tiene su origen en la propia experiencia del conocimiento, de su entendimiento  y bifurcación; donde el  cuerpo y la mente se separaron al igual que lo hicieron la materia y el espíritu, como componentes sustanciales del ser humano. De ahí proviene la semilla de la sociedad bipolar en que nos desenvolvemos o creemos hacerlo. La llamada era postverdad, es una esquirla de todo ello. Invertir el orden del conocimiento que permita terminar con esa dicotomía es una tarea indispensable para reorientar la dinámica en que nos encontramos y que parecería implacable e inevitable.

 

 

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