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Francisco Ortiz Pinchetti

26/08/2016 - 12:01 am

La nueva Televisa

No puede soslayarse la trascendencia de los cambios ocurridos en Televisa, particularmente en los espacios noticiosos de su canal estelar. Se trata -nos guste o no- de un hecho histórico para el país.

toda reforma que sufra ese medio tiene una repercusión inevitable en la vida de los mexicanos. Foto: Twitter @ntelevisa_com
Toda reforma que sufra ese medio tiene una repercusión inevitable en la vida de los mexicanos. Foto: Twitter @ntelevisa_com

No puede soslayarse la trascendencia de los cambios ocurridos en Televisa, particularmente en los espacios noticiosos de su canal estelar. Se trata -nos guste o no- de un hecho histórico para el país. Si atribuimos a la televisora de la familia Azcárraga la responsabilidad de muchas de las calamidades sufridas por nuestra sociedad a lo largo de medio siglo, estaremos de acuerdo en que toda reforma que sufra ese medio tiene una repercusión inevitable en la vida de los mexicanos.

Lo ocurrido en Televisa hace unos días es mucho más que la sustitución de un conductor de noticieros. Se trata del abandono de una fórmula, un concepto noticioso que prevaleció en esa empresa por lo menos durante 45 años. A los 16 años cumplidos por Joaquín López Dóriga hay que sumar los 27 que estuvo al frente de 24 Horas su maestro, Jacobo Zabludovsky, y los dos que cubrió en una suerte de interinato Guillermo Ortega Ruiz.

Es decir, desde 1970, cuando el entonces Telesistema Mexicano decidió asumir su propio noticiero nocturno en sustitución del que por varios años produjo el periódico Excélsior, el esquema básico del gran noticiero nocturno ha sido el mismo. En ese entonces acababa de asumir la Presidencia de la República Luis Echeverría Álvarez (1970-1976). Zabludovsky estuvo ahí, a cuadro, durante todo su sexenio (1070-1976). Y siguió ahí, detrás de su escritorio, a lo largo de los gobiernos de José López Portillo (1976-1982), Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), Carlos Salinas de Gortari (19888-1994) y los primeros cuatro años de la administración de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000).

Ortega Ruiz asumió la conducción del noticiero en enero de 1998 y se la entregó a López Dóriga en abril del año 2000, en plena campaña electoral. El teacher, como lo llaman sus amigos, atestiguó, negoció y sobrevivió la transición democrática encabezada por Vicente Fox Quezada (2000-2006) y el segundo gobierno panista con Felipe Calderón a la cabeza (2006-2012). Todavía apoyó el regreso del PRI a los Pinos y cubrió los cuatro primeros años del mandato de Enrique Peña Nieto, que ha otorgado al consorcio más de 500 millones de pesos anuales en publicidad oficial.

Durante todo ese tiempo, Televisa ha sido cómplice confeso del PRI y su gobierno. El propio Emilio Azcárraga Milmo se declaró públicamente “soldado” del Presidente y su partido. “Nosotros — dijo en enero de 1988, en referencia a la candidatura de Salinas de Gortari—, somos del PRI, miembros del PRI, no creemos en ninguna otra fórmula Y como miembros de nuestro partido haremos todo lo posible porque el candidato nuestro triunfe. Eso es muy natural”.

Como tal ha actuado Televisa a lo largo de cinco décadas, cuando menos. Durante todo ese tiempo, vital para el destino de México, ha ocultado, distorsionado, omitido y solapado toda clase de atrocidades de los presidentes y el sistema priista: represiones, fraudes electorales, persecuciones, matanzas, negocios multimillonarios, injusticias. Y sobre todo corrupciones, de las que se ha beneficiado. La televisora forma parte de esa historia y de esa historia –con sus culpas y responsabilidades– no se podrá sacudir jamás.

Por eso mismo me parece importante la “reforma” noticiosa del Canal 2, que repercute en la programación de todos los demás. Aunque la motivación de la misma parece fundamentalmente mercantil –obligada por un descenso notable en el rating de los noticieros, de 4.7 a 1.6 en 20 años, y en la “competencia real” de las redes sociales que Emilio Azcárraga Jean ha reconocido– no deja de ser indispensable observar la naturaleza y los alcances de los cambios que se nos anuncian. Si bien es cierto que la televisora no podrá borrar ese pasado ignominioso, es probable que intente iniciar una nueva época de apertura informativa. Y eso sería importante para este país.

Es pronto para evaluar el nuevo concepto de espacios estelares como los de Denise Maerker, a las 10 en punto de la noche, y Carlos Loret de Mola, a las 6:30 de la madrugada. En los primeros días hemos encontrado una tendencia hacia la reducción del número de noticias transmitidas y una predilección por los reportajes, que no es malo. Ha habido algunos indicios que me parecen positivos.

No es poca cosa que Loret de Mola haga mención, así sea sólo eso, del presunto plagio atribuido al Presidente Peña Nieto en su tesis profesional o el hecho de que Denise abra el audio a los dirigentes de la CNTE. Por lo demás, vimos un reportaje bien documentado de Guillermo López Portillo sobre las propiedades y la riqueza nada explicable del Gobernador priista de Chihuahua, César Duarte Jáquez, en el espacio de Loret, y otro sobre las fosas clandestinas de Morelos y los conflictos del mandatario perredista Graco Ramírez con el Obispo, la universidad y los transportistas de esa entidad, en el de Maerker. Me sorprendió también que la conductora pusiera en evidencia a Peña Nieto por el veto de su propio partido a su iniciativa sobre los matrimonios igualitarios, lo que antes sería impensable. Meros indicios, digo.

Lo que de plano no se vale, pienso, es menospreciar, despreciar o ignorar esos presuntos cambios. Estamos evidentemente ante un nuevo paradigma. Para bien o para mal. Azcárraga Jean ya se declaró “soldado de México”. No podemos descartar la posibilidad de que en una de esas se les ocurra empezar a hacer periodismo. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

 

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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