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Alma Delia Murillo

26/08/2017 - 12:00 am

La inútil cultura y la feliz mediocridad

Las preguntas que hacemos son tremendamente reveladoras del arco de nuestra inteligencia, de nuestra capacidad de comprensión, de cómo ha sido construida nuestra identidad.

“Para qué sirve ver una buena película, leer un buen libro o conmoverse con un poema o un montaje de Shakespeare. Para nada, no sirve para nada”. Foto: Diego Simón/ Cuartoscuro

Escribo desde la tristeza, desde el enojo.
Escribo, sobre todo, desde el hartazgo.
Cada vez que alguien me pregunta para qué sirve la cultura, me dan ganas de responder cuestionando para qué le sirve su nombre o venir de la familia que viene, para qué le sirve el lazo con su padre y su madre, con sus hermanos.
Cada vez que me preguntan para qué sirve el arte, me dan ganas de responder para qué sirve que alguien te ame.
Las preguntas que hacemos son tremendamente reveladoras del arco de nuestra inteligencia, de nuestra capacidad de comprensión, de cómo ha sido construida nuestra identidad.

Me jode, hasta la médula, el triunfo indiscutible del discurso del éxito que lo ha conquistado todo: el terreno de los vínculos emocionales, el de la capacidad de elegir y de pensar; y el de los presupuestos federales, ni se diga.
Esa jauría que corre jadeante tras el éxito, dejándose la piel por una entelequia llamada calidad de vida y por una medalla de triunfadores le ha declarado una guerra sin cuartel a todo lo que considera inútil. Entre otras cosas, el arte y la cultura.
Aceptados sin regateos mi sesgo y mi postura parcial, excuso decirles, queridos lectores, que algo hemos perdido: ahora que pusimos el poder en manos de los ignorantes y de los incultos, nos entregamos a los mismos riesgos de quien construye una casa con materiales de dudosa calidad.
Ahí está el ejemplo inmejorable de ese simio naranja llamado Donald Trump que con notable esfuerzo puede hilar una letra con la otra y alcanza apenas a comprender las ideas que se alejan de su circunferencia corporal. ¿Cómo es que semejante bruto de espíritu tan burdo pudo llegar a presidente del país más poderoso del mundo? Tal vez porque el mundo ha encumbrado precisamente esas cualidades.
Nuestro país no se queda atrás, cada vez se ven más lejos aquellos años en que los políticos tenían cierta intersección con la cultura y al menos pretendían que les interesaba la literatura, el cine, el teatro o cualquier expresión artística. Aquellos años en que los políticos leían, eran miembros de la academia, humanistas.
Esto ha sido una guerra silenciosa para que el bando del lado gris, autoritario, clasista, tecnócrata y mediocre pero funcional vaya ocupando la prioridad en el mundo. Esa pandilla de los que son hábiles pero no inteligentes, no puede comprender el entorno si no es desde lo utilitario. Y es una pena, carajo, porque ellos mandan.
Asaltan el Cine Tonalá y a quién le importa, ¿qué funcionarios se desgarran las vestiduras como sí lo hacen cuando algún acto de la misma naturaleza violenta ocurre fuera de México?

Para qué sirve ver una buena película, leer un buen libro o conmoverse con un poema o un montaje de Shakespeare. Para nada, no sirve para nada.
Y como no sirve, ahí están los recortes presupuestales al fondo de cultura o a la televisión y la radio públicas, la indiferencia ante las agresiones, el sistema que hace padecer un vía crucis a quienes pretendemos publicar un libro, conseguir temporada para una obra de teatro, filmar una buena historia… Se pasan años dejando el alma y los recursos personales de todo tipo por un proyecto artístico que, a este sistema, le resulta prescindible como no sirva para inflar una cuenta y robarse una partida presupuestaria. Trabajar meses o años sin recibir un pago, aceptar invitaciones a participar en eventos siempre en colaboración gratuita, cubrir jornadas imposibles para lograr un producto artístico que alguien podría borrar de un plumazo en una junta trimestral porque el presupuesto ha sido cancelado.
Lo que jode, amigos, es pensar que así como en el video del asalto al Tonalá nos vamos a quedar agachados, calladitos, mirando al piso. Víctimas de unos cabrones armados, sí; pero también víctimas de un sistema político que desaparecería cualquier expresión artística porque no le interesa, víctimas también de un sistema de seguridad que sólo asegura los botines con los que los funcionarios corruptos saquean al país que derrocha uno de los presupuestos más caros a nivel mundial en uno de los procesos electorales menos confiables.

Somos todos víctimas de la ignorancia y la incultura, dos de las formas más poderosas y dañinas de la violencia.
Ojalá que a pesar del miedo, pronto nos atrevamos a levantar la mirada.

@AlmaDeliaMC

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