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Óscar de la Borbolla

27/03/2017 - 12:00 am

¿Qué clase de persona eres?

Hay personas, y yo soy una de ellas, a quienes les cuesta muchísimo trabajo llegar a lo mismo que otras que, sin tantas vueltas, arriban de inmediato. Por ejemplo, descubrir que simplemente se trataba de disfrutar la vida es algo que he descubierto hace muy poco. Me pasé décadas -no exagero- tratando de entender cuál […]

Pero de todos modos, invertí un tiempo precioso procurando entender el sentido que, según mi ingenuidad, debía estar muy por encima del común de la gente que de inmediato se lanza sin más cuestionamientos a pasársela bien. Foto: Especial.

Hay personas, y yo soy una de ellas, a quienes les cuesta muchísimo trabajo llegar a lo mismo que otras que, sin tantas vueltas, arriban de inmediato. Por ejemplo, descubrir que simplemente se trataba de disfrutar la vida es algo que he descubierto hace muy poco.

Me pasé décadas -no exagero- tratando de entender cuál era el asunto. Y si no hubiera sido por la advertencia de Goethe (esa fue la moraleja que extraje de su Fausto) habría parado en el mismo “desenlace triste” que su personaje, cuando al principio de la obra la decepción de la vida teorética lo lanza al mefistofélico negocio de la venta de su alma. Lo supe a tiempo y mezclé en mi vida dosis fuertes de vida que son, finalmente, de lo único que no me arrepiento.

Pero de todos modos, invertí un tiempo precioso procurando entender el sentido que, según mi ingenuidad, debía estar muy por encima del común de la gente que de inmediato se lanza sin más cuestionamientos a pasársela bien.

Y así, como con este caso, en muchos he comprobado mi lentitud para desembocar en lo mismo a lo que llega la mayoría sin buscarle tantas patas al gato. Qué fácil habría sido este viaje si me hubiera sometido al sentido común; ese que dice que cuando un negocio, de la índole que sea, se pone mal y sigue mal y es evidente que empeorará, pues lo sensato es apartarse y asunto concluido. Pero no. Necio, como he sido, me empeñé en sostener lo insostenible y en procurarme posibilidades para lo imposible.

De cualquier manera, supe hacer de mi defecto un oficio, y hoy incluso porto credencial de filósofo para moverme por el mundo.

Y, sin embargo, no me arrepiento, pues aún hoy considero que es distinto simplemente seguir desde el principio una corriente de opinión que encontrarse con esa misma opinión corriente luego de un periplo. Pues una cosa es considerar una salida como el remedio y otra comprender que no hay más remedio.

Las vueltas sirven para reentroncar con el camino de todos pero con un grado de conciencia que los demás no tienen: pasársela bien sabe mejor cuando se deja para más tarde y primero se ensayan otras búsquedas. El solo esfuerzo hace que se aprecie mejor, le quita a uno esa espontaneidad silvestre de andar por encima de las huellas de quienes sin pensarlo dos veces marchan en tropel.

Pero no hay mérito en esto, pues como decía al principio hay dos clases de personas: las que avanzan por donde va el camino y las que buscan otros caminos. Cada uno pertenece a un grupo o a otro. Uno no elige qué clase de persona habrá de ser.

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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