La batalla de Berna: el día que Hungría y Brasil se olvidaron del balón durante un Mundial

27/06/2013 - 1:00 am
Foto: Facebook
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Ciudad de México, 27 de junio (SinEmbargo).- Ferenc Puskás toma una botella de vidrio mientras se pone de pie con los ojos llenos de rabia. El mítico jugador húngaro de tiempos pasados, estaba lesionado mientras su selección –el entonces mejor equipo del mundo– disputaba los cuartos de final del Mundial de Suiza 54 frente a Brasil, que había dejado la camiseta blanca en el fatídico Maracanazo para lucir de amarillo. Botella en mano, Puskás llega al terreno de juego convertido en una zona de guerra y le estrella el pomo al brasileño Pinheiro.

Era 27 de junio de 1958. La quinta Copa del Mundo tocaba en Europa tras jugarse la justa en suelo sudamericano. Suiza, territorio neutral en la Segunda Guerra Mundial, fue el organizador del torneo que por primera vez era televisado. El campeón Uruguay hacía su debut en el viejo continente tras viajar un largo recorrido. Eran tiempos amateurs donde se jugaba sin mucho orden táctico y más corazón. El futbol no era profesional. La Selección Alemana estaba repleta de aficionados ansiosos por darle una alegría a la nación que que quería reconstruirse tras el conflicto bélico.

En tiempos donde las tarjetas amarillas o rojas eran sólo un sueño, el árbitro encargado hacia señas al jugador que consideraba merecía no participar más del cotejo, sin embargo, era muy inusual ver este tipo de acciones. Los partidos eran verdaderos duelos por el orgullo nacional donde nadie fingía  una supuesta falta rodando por el césped alzando la mano. Las tribunas de madera se llenaban abarrotando de sentimiento ferviente por ver a sus hombres jugar. El futbol era el nuevo sueño de muchos.

Aquel partido de húngaros y brasileños levantó una expectación pocas veces vista. Hungría era conocido como “El equipo de oro” tras ganar la medalla dorada olímpica en Helsinki dos años atrás. Brasil tenía sed de revancha tras la trágica final de cuatro años antes con su gente entregada al deporte que ya dominaba sus pasiones obsesionados con la copa que se les fue. El enfrentamiento ponía a dos continentes en juego alrededor de una pelota. Eran los 50’s, el mundo recién se levantaba de la pesadilla armada por Hitler. El futbol era de pronto un buen despertador social.

El resultado final fue 4-2 a favor de los húngaros como lo predijeron los aficionados ansiosos por ver hasta donde llegaba ese equipo que ponía a rodar el esférico como nadie en el planeta lo había hecho antes. Brasil, por genética, dominaba el balón de forma innata. La gran favorita se quitó de encima al gigante americano. Lo que sucedió aquella tarde quedó para siempre en la historia no por cómo fue tratada la pelota, sino por la trifulca monumental provocada por una pasión desmedida. “La batalla de Berna” nació para siempre.

La prensa británica se encargó de bautizar lo que se vio esa tarde. Antes de los primeros diez minutos de juego, los húngaros ya ganaban 2-0 cumpliendo los pronósticos. A partir de ese momento, el balón quedó de lado. El juego pasó a ser violento hasta que se marcó un penal a favor de Brasil para ponerle emoción al marcador 2-1. Con la amenaza del empate, el equipo Kocsis y Hidegkuti continuó con el recital de golpes sin disimulo. Este último da una patada artera a Didí quien reacciona dándole un puñetazo en la cara. El árbitro inglés, Arthur miller, intentaba separar la trifulca que se había armado de repente.

Fue hasta el minuto 65 cuando hubo una expulsión. Julinho puso el 3-2 que reclamó el capitán húngaro József Boszik por una supuesta falta previa. Nilton Santos se va directo con los puños en alto sobre Boszik, los dos son sacados del juego. A diez minutos del final, Humberto es expulsado por una agresión. Brasil se quedaba con 9 jugadores. En medio de golpes, dimes y diretes, Kocsis pone punto final al 88 con el 4-2. Los últimos minutos, el futbol era un pretexto para ir a buscar tobillos o cara del rival enfrente.

El pitazo final significó el inicio de una batalla campal histórica. La pelea bajó de la grada con una ineficiente policía que no llegaba. Los golpes incluyeron a dirigentes de ambas delegaciones que repartían sin cesar duras agresiones a cualquier rival que tuvieran de paso. Los idiomas se mezclaban en insultos y lamentaciones sin una pizca de entendimiento más que los gestos de rabia con los puños cerrados.

Las consecuencias esperadas no llegaron. FIFA sancionó levemente, dándole vuelta a la hoja al penoso capítulo. Muchos periodistas criticaron la falta de dureza por “no querer perder privilegios ni viajes a atractivos destinos turísticos”. El Jornal do Sports de Brasil fue la bandera de la indignación de todo un país. El diario iba más allá del deporte al sentirse “víctimas de una maquinación y de una trampa de los europeos”. El equipo brasileño demandó al árbitro Ellis ante la FIFA porque según la apreciación sudamericana estaba “al servicio del comunismo internacional, contra la civilización occidental y cristiana”.

Hungría llegaría a la final frente a la selección alemana, a la que había goleado en la primera fase. Lo húngaros confiados, sucumbieron ante la lluvia que hizo la cancha un lodazal donde era imposible jugar como ellos sabían. El equipo amateur alemán, ausente de Brasil 50 como castigo por la segunda guerra mundial, se coronaba en Suiza como parte de una re-estructuración social que tanto buscaban. Ese día comenzó una de las historias más exitosas del futbol. Hungría nunca pudo ganar una copa del mundo, en el recuerdo queda aquel equipo que jugaba como nadie, y de la batalla en la ciudad de Berna, de la que Brasil saldría mejor librado.

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