Crimen contra periodistas

28/03/2017 - 12:00 am
Si a los crímenes contra la verdad se agrega la impunidad que esto lleva consigo, entonces el ejercicio del periodismo en nuestro país se está convirtiendo en la profesión más peligrosa en el ámbito de la comunicación. Foto: Cuartoscuro.

Si se está dispuesto a matar para evitar que la verdad sea desvelada, entonces esa verdad debe ser muy preciada para quienes la ocultan y muy peligrosa, por tanto, para quienes intentan evidenciarla.

Los crímenes contra periodistas en México indican, en pocas palabras, una realidad atroz, llena de verdades que, de tan terribles, es mejor que no se conozcan, a reserva de que en ello te vaya tu propia vida.

A nadie, sin embargo, parece esto importarle, mucho menos al Estado, que debería proteger no sólo la libertad de expresión sino la verdad como un principio fundamental para el armonioso funcionamiento de la sociedad.

¿No se ha hecho hoy de la transparencia y el acceso a la información la panacea de nuestra vida democrática nacional?

¿No está este derecho humano esencial en boca de todos los discursos políticos del país?

El reciente asesinato (artero, por lo demás) de la periodista de La Jornada Miroslava Breach, y unos días antes el del columnista veracruzano Ricardo Monlui Cabrera, y a principios de mes el del periodista de policiacas Cecilio Pineda, quien murió a balazos en Pungarabato (Guerrero), sumados a los más de cien crímenes contra periodistas sucedidos del año 2000 a la fecha (según estadísticas de Art. 19), no indican sino cuan peligrosa es poner al descubierto la verdad en nuestro país y cuántos no se confabulan (gobierno y crimen organizado) para que ésta no llegue a la sociedad en general.

Si a los crímenes contra la verdad se agrega la impunidad que esto lleva consigo, entonces el ejercicio del periodismo en nuestro país se está convirtiendo, por un lado, en la profesión más peligrosa en el ámbito de la comunicación y, por el otro, paradójicamente, en la más necesaria, pues parece ser que gracias a ella la ciudadanía puede darse cuenta cabal de su aciaga realidad, donde reina el mayor de nuestros males: la corrupción.

Si el Estado no puede proteger a sus comunicadores, entonces quiere decir o que es cómplice de los crímenes cometidos contra ellos o que es fallido, situación gravísima que mantiene a la sociedad bajo el imperio del miedo.

Lo único que puede hacernos progresar como país es saber que nuestros actos de corrupción no son impunes y que, de descubrirse, quedarían sujetos a la fuerza de la ley, he aquí la importante labor de la cual son hoy depositarios los periodistas, quienes lamentablemente han tenido que suplir la deficiente tarea que les corresponde a nuestras instituciones de justicia.

Rogelio Guedea
Abogado criminalista y doctor en Letras. Es autor de la “Trilogía de Colima”, publicada por Penguin Random House e integrada por las novelas Conducir un trailer (2008/Premio Memorial Silverio Cañada 2009), 41 (2010/Premio Interamericano de Literatura Carlos Montemayor 2012) y El Crimen de Los Tepames (2013/Finalista del Premio “Películas de Novela”). Su má reciente libro es La brújula de Séneca: manual de filosofía para descarriados (Grupo Almuzara, 2014). Por su trayectoria como escritor y académico, fue incluido en El mundo en las manos. Creadores mexicanos en el extranjero (2015), publicado por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Actualmente es jefe del Departamento de Español de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda).
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