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Francisco Ortiz Pinchetti

28/04/2017 - 12:00 am

Espejismo electoral mexiquense

Suponer que el aparato de poder priista en Edomex puede ser superado con encuestas es cuando menos ingenuo. Es un hecho que Morena prácticamente no existe como partido en el estado, carece de estructura y de posibilidades de movilización.

Suponer que el aparato de poder priista en Edomex puede ser superado con encuestas es cuando menos ingenuo. Es un hecho que Morena prácticamente no existe como partido en el estado, carece de estructura y de posibilidades de movilización. Foto: Cuartoscuro

En el Estado de México estamos frente a un fenómeno electoral inédito. Según encuestas recientes, la intención del voto entre los mexiquenses para la elección de gobernador del próximo 4 de junio apunta a un empate entre la candidata de Morena, Delfina Gómez Álvarez, y el abanderado del PRI, Alfredo del Mazo Maza, con una ligerísima ventaja para la primera. Josefina Vázquez Mota, aspirante panista, parece rezagarse en la contienda, en tanto que Juan Zepeda Hernández, del PRD logra un significativo avance.

Sin que esos resultados permitan hacer vaticinio alguno, como lo ha advertido machaconamente el encuestador Roy Campos, sorprende que una ex Alcaldesa prácticamente desconocida hace un par de meses, francamente anodina, ocupe el liderazgo en los sondeos, o al menos lo dispute con el candidato del partido oficial, aunque el toluqueño no sea precisamente una luminaria.

Según la más reciente encuesta del diario Reforma, ella alcanza un 29 por ciento de las preferencias, mientras Del Mazo Maza, (postulado también por el Partido Verde, Nueva Alianza y PES) logra 28 puntos. Vázquez Mota se queda en 22 y el perredista Zepeda sube a 14. Resulta interesante que la nueva encuesta de Consulta Mitofsky coincida con esos resultados, que precisa en un 24.4 por ciento para la candidata de Morena y un 23.6 por ciento para el priista. Es decir, una diferencia de apenas ocho décimas entre ambos: nada. A la panista la pone más abajo, con 14.9, casi en empate con el 13.6 por ciento del perredista.

El dizque debate entre los candidatos mexiquenses del pasado martes 25, denuestos, ataques y denuncias aparte, dejó clara la vulnerabilidad de la candidatura de Delfina Gómez, pero no por el presunto peculado de que fue ahí acusada. Si algo mostró la ex alcaldesa de Texcoco fueron sus limitaciones y su total ausencia de carisma. Luego de observarla durante sus intervenciones uno se queda con la convicción de que sencillamente no es razonable que puntee en las encuestas sobre preferencias electorales. No checa.

Pienso que estamos ante un insólito caso de transferencia de popularidad, si es válido el término. No es el caso del Juanito de Iztapalapa, porque ese personaje peculiar fue usado como candidato emergente sólo para luego transferir su triunfo a quien Andrés Manuel López Obrador había ya designado como delegada. La candidatura de Delfina, en cambio, ha servido al “Peje” para promover su propia imagen con miras en la elección presidencial del 2018, contienda en la que es el único candidato cierto hasta ahora. De ahí su presencia permanente en las giras y mítines de su candidata y su descarado agandalle de los spots de radio y televisión que debieran ser para promoverla a ella.

Y esto ha provocado un auténtico espejismo electoral. Muchos suponen que efectivamente la candidata de Morena puede legar a la gubernatura del Edomex. Los pejistas festejan su ascenso en las encuestas como prueba de que Morena crece como la espuma, lo que asegura el arribo de su líder a la Presidencia de la República el año próximo, por fin.
Se equivocan quienes hacen esa lectura. Independientemente de los descalabros que López Obrador pueda sufrir en los próximos meses, la prominencia de su candidata designada por dedazo en las encuestas es totalmente engañosa. Las recientes “fotografías instantáneas” sobre preferencias electorales son en efecto reflejo de una intención momentánea, pero de ninguna manera pueden traducirse en votos reales.

Lamentablemente, Morena y su candidata enfrentarán el 4 de junio a la más fuerte y sólida estructura del PRI en todo el país. Sin hacer mención de las maniobras ilegales a las que muy probablemente recurra el gobierno y su partido si le hace falta, los priistas detentan la gubernatura del Estado, encabezada por Eruviel Ávila Villegas, que la ganó en 2011 con un contundente 64.9 por ciento y que seis años después, a pesar de todos los pesares y del estrepitoso desplome de la calificación sobre su primo el presidente Enrique Peña Nieto, detenta un 48 por ciento de aprobación a su gestión.

El PRI gobierna además 83 de los 125 municipios de la entidad, incluidos 14 de los 20 más poblados. Mantiene una mayoría en el Congreso local, con 34 de los 75 diputados que integran la LIX Legislatura. Tiene obviamente el control de las principales organizaciones de los sectores obrero, campesino y popular, y muy sólidas alianzas con el sector empresarial.

Cuenta por supuesto con la voluntad y el apoyo absoluto del Presidente de la República, para quien la elección mexiquense tiene mucho más importancia que un mero anhelo familiar. Y con el respaldo obvio de una clase política poderosa, enriquecida, experimentada y curtida en los más diversos sentidos de la palabra, que encabeza el célebre Grupo Atlacomulco. Todo esto significa poder. Y electoralmente, detentar el poder significa recursos, programas sociales, inversiones, capacidad de movilización, todo lo cual se traduce en votos efectivos.

Cada vez está más claro que las elecciones las gana el partido que es capaz de llevar a votar a sus partidarios, convencidos o no. Ese es el origen de las ya legendarios operaciones electorales de México, como la Operación Tamal. El acarreo de votantes es un hecho, se da y es estrictamente legal. La enorme maquinaria territorial priista puede garantizar mínimamente el sufragio de los ciudadanos que representan su voto duro. Y de ahí en adelante. Ahí si el candidato es lo de menos.

Suponer que ese aparato de poder puede ser superado con encuestas es cuando menos ingenuo. Es un hecho que Morena prácticamente no existe como partido en el Edomex, carece de estructura y de posibilidades de movilización. Gobierna solamente un municipio del Estado, Texcoco precisamente, y cuenta con apenas cinco diputados locales. Eso es todo.

Adicionalmente, y a pesar de aparente rezago en las encuestas, están las candidaturas de la panista Vázquez Mota y el perredista Zepeda Hernández, cuyos partidos sí conservan una estructura importante. El PAN gobierna 11 municipios en el llamado “corredor azul” y el PRD detenta 16 ayuntamientos en el Oriente mexiquense, incluidos algunos tan importantes como Nezahualcóyotl. Ellos tendrán seguramente una buena cosecha de votos y juntos podrían ser altamente competitivos. Aguas.

López Obrador y sus seguidores lo apuestan todo al arrastre innegable del propio pelotero de Macuspana, que a pesar de sus propios errores continúa siendo una esperanza de cambio para millones de mexicanos. Seguramente las encuestas le servirán a la postre para fundamentar sus denuncias de fraude electoral, que las habrá sin duda, pero para nada pueden ser ahora augurio de una victoria. Me parece que Andrés Manuel, o nos engaña a todos o comete una gran equivocación al confundir esa popularidad –hoy amenazada seriamente, por cierto– con las posibilidades reales de ganar la gubernatura mexiquense. ¿Se cree acaso su propio es-pejismo? Válgame.

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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