Puntos y Comas

ENTREVISTA | No existe otra literatura más que la comprometida, dice Ethel Krauze

28/05/2016 - 12:04 am
La escritora que escucha las voces de nuestros muertos. Foto: Especial
La escritora que escucha las voces de nuestros muertos. Foto: Especial

La narradora, ensayista y poeta acaba de publicar El país de las mandrágoras, una novela poderosa sobre la violencia del narco, que transcurre en un sitio imaginario que podría ser Cuernavaca, Morelos, el lugar donde vive la también autora de Cómo acercarse a la poesía. Ethel Krauze escribe “para honrar la memoria de los que mueren sin explicación”, dice.

Ciudad de México, 28 de mayo (SinEmbargo).- El título un tanto ridículo y casi ñoño, El país de las mandrágoras (Alfaguara) no puede esconder el poderío de una gran novela sobre la violencia en México.

¿Cómo es que llegamos a ser este país de hijos muertos?: la gran pregunta que atraviesa la narración de la también poeta y ensayista Ethel Krauze (1954), escritora de un libro por obligación, por demanda de la realidad, autora de algo “que nunca hubiera querido escribir”, según relata en entrevista con SinEmbargo.

Como ha dicho el poeta Javier Sicilia, “este es el país donde los muertos hablan y los vivos callan”.

Todos se pierden. Todos se buscan. Cada uno en su laberinto de preguntas solitarias.

¿Sería así el naciente paraíso, cuando los magmas envolventes abrían paso al vergel de los frutos prohibidos?

Los hijos muertos. Vuelven los hijos muertos. Un país de hijos muertos… ¿Cómo fue a ocurrir todo esto?

Cuestiona Krauze en El país de las mandrágoras la rebelión de voces que llegaron a la historia abriéndose paso en forma de correos electrónicos, mensajes en redes, diarios, cartas, murmullos… Voces que empiezan a emanar de los chillidos de los pájaros, de los cauces de los ríos y de las crecientes nervaduras de las plantas. Voces que se convierten en raíces, ramas, brazos, atrapando a todos.

La primera en advertir el inicio de este drama es una profesora de español atenta al lenguaje de sus jóvenes alumnos, habituada a escuchar, dispuesta a descifrar los significados que, ahora, intenta negar: de la tierra surgen brotes de mandrágoras que no claudicarán.

La crudeza del drama que relata no evade las metáforas y un espíritu lírico contundente, cuyo efecto es devastador.

No existe otra literatura más que la comprometida, dice Ethel Krauze. Foto: Especial
No existe otra literatura más que la comprometida, dice Ethel Krauze. Foto: Especial

–¿Te dice algo la nomenclatura literatura comprometida?

–Sí, claro. Es un término que se puso de moda en los ’70, cuando yo era muy joven; me viene a la mente también la “existencia comprometida” de la que habló Jean Paul Sartre. Las luchas en Latinoamérica fueron reflejadas en la literatura comprometida con los ecos de la sociedad y sobre todo en las naciones que vivían bajo dictadura y sojuzgamientos. Se hablaba entonces de la necesidad de liberarnos del imperialismo yanqui y demás. Mi manera de entender hoy eso es que no hay otra forma de hacer literatura sino es comprometerse con uno mismo, con el ejercicio estético de la realidad y con la realidad en sí. No hablaría de otro tipo de literatura, la verdad.

–¿El país de las mandrágoras es tu modo de hablar de esta oscuridad que se cierne sobre México?

–Te voy a decir que no usaría las palabras quieres o deliberado. Simplemente no tuve otro remedio. No es una historia estricta sobre mi país, sino una que transcurre en un sitio inventado, pero que obviamente existe y es reconocible. Es sobre el mundo. Esa oscuridad se cierne en todas partes, pero la que me toca vivir es la de México. La realidad invade y como escritora con las antenas abiertas a percibir esos silencios, que en realidad son gritos internos, no me quedó otra más que darle cabida en el ámbito literario. Fui consciente de ello, aunque no fue una decisión, sino la toma de conciencia que tenía que hacer uso de mi capacidad como escritora para darle cauce a esa realidad.

–No es una competencia, pero quiero pensar que hay sitios en el mundo donde no se alcanzaron los niveles de crueldad que vemos a diario en México. ¿Por qué pasa lo que pasa aquí?

–Esa es la gran pregunta. Yo también quiero pensar que hay lugares mejores, pero si somos realistas tenemos que aceptar que también hay sitios más dolorosos todavía que México. Incluso los países desarrollados (¿desarrollados en qué?), sufren drogadicción, un individualismo galopante que deriva en fuertes depresiones, en gran soledad y tienen encima el terrorismo golpeando en las puertas de sus casas, caminando en sus calles. Creo que la oscuridad es total, pero tampoco me cierro a ver ciertas formas de luz. La literatura es una forma de luz porque nos impide guardar la basura debajo de la alfombra. Lo que me enseñó la escritura de El país de las mandrágoras, es que no somos a menudo capaces de ver, gritar y llorar lo que nos sucede. Humberto Maturana, en su extraordinario libro La biología del amor, explica cómo el problema del ser humano empezó cuando no pudo contar algo, cuando lo que pasó no entró en su narrativa. Cuando algo no entra en la narrativa de un pueblo, se corrompe. Ese es el grave problema de que no digamos las cosas, de que no sepamos qué está pasando y de cuánto nos duele eso que está pasando.

–¿Y si un día amaneciéramos con nuestro correo lleno de mensajes de tantos adolescentes asesinados en México?

–Sería fantástico, porque entonces despertaríamos y empezaríamos a cambiar algo

Una novela como una lupa para ver la realidad circundante. Foto: Especial
Una novela como una lupa para ver la realidad circundante. Foto: Especial

–¿Tuviste miedo cuando escribías la novela?

–Siempre tengo miedo. He vivido con miedo desde hace 40 años, cuando se rompió la burbuja. Cuando yo era niña era obligado que te mandaran a la tienda sola. Eso ahora es imposible. Ha ido deteriorándose cada vez más. Vivo con mucho más miedo, aunque creo que el miedo está en cualquier parte. Fue un invento de Marcelo Ebrard en el sexenio pasado eso de que el DF era más seguro. Fue un invento en el que queríamos creer. Esto no es nuevo. Siempre existió el narcomenudeo, la violencia. Me fui del DF porque viví una situación muy difícil de inseguridad.

–¿Estuviste a punto de ser secuestrada?

–No yo, pero alguien cercano a mí. Y me fui del DF aterrorizada y ahora vivo en Cuernavaca, también aterrorizada. No es una cuestión geográfica. Los cárteles de Michoacán, Guerrero, Querétaro… ¿dónde hay un lugar seguro?

–¿Buscabas cambiar algo en el lector escribiendo El país de las mandrágoras?

–No. A mí lo que me conmovieron fueron las voces de los jóvenes asesinados que me hablaban, ese muchacho con la cabeza envuelta en nylon y no me dejaba dormir, ese muchacho que moría perpetuamente y quería hablarme. Quise rendirle homenaje a él y a todos los muertos. Mientras escribía el libro, las cosas empeoraban en la realidad y cuando terminé de escribirlo, pasó lo de Ayotzinapa. Parece que está Ayotzinapa en el libro, pero no, la realidad me fue ganando.

–Si tantos muertos no entran en la narrativa del país, seguirán echando voces desde el Más Allá

–Pero por supuesto. Hay una necesidad de saber o que yo les diga por qué pasa esto, cuál es el peor lugar de la violencia, pero no son esas las preguntas que nos debemos hacer. Queremos soluciones antes de ver el sufrimiento.

–¿Tenemos que aceptar el sufrimiento?

–Absolutamente, porque ese sufrimiento es de todos nosotros, no es de aquel muchacho o aquel padre…por eso no importan los números. Los jóvenes salen de debajo de la tierra y salen de verdad, aparecen todos los días fosas y fosas. ¿Tú sabes todo lo que tienen para decirnos esos muertos?

Es autora también del reciente poemario La otra Illíada. Foto: Especial
Es autora también del reciente poemario La otra Illíada. Foto: Especial

–Dice Ana García Bergua que todo el país es un cementerio

–Y dice Javier Sicilia: ¿Qué le pasa a este país que los muertos hablan y los vivos callan?

–Eres una teórica de la escritura y sentí en El país de las mandrágoras una voz literaria muy cercana, casi íntima, para narrar algo tan público, ¿cómo creció ese estilo?

–Lo trabajé mucho. Me iban apareciendo cada vez más y más voces y con esas voces sentí la necesidad de crear un personaje, que es la maestra Cayetana, la maestra de todos esos muchachos y es ella la que hace aflorar toda esa intimidad, esa cercanía. Es una especie de cáliz que recoge las voces y las pone en las páginas.

–Dirán de ti, esa escritora loca que escucha voces

–¡Claro! Todos los escritores somos locos que escuchamos voces. Escribí en otro tiempo la novela El diluvio de un beso, que habla sobre mundos paralelos y triples dimensiones y la verdad es que en este caso yo no quería hablar de mi país ni hacer denuncia social. Yo, simplemente, quise honrar la voz de los muchachos que se mueren inexplicablemente en México. Ellos mismos no saben qué está pasando, mientras están muriendo.

¿QUIÉN ES ETHEL KRAUZE? Doctora en Literatura y autora de más de una treintena de obras publicadas en varios géneros literarios, por las que ha recibido un amplio reconocimiento en antologías, traducciones a diversos idiomas: inglés, francés, italiano, ruso, esloveno.

Su obra Cómo acercarse a la poesía se ha convertido en un clásico contemporáneo y forma parte del acervo nacional en Bibliotecas de Aulas y Salas de Lectura de la Secretaría de Educación Pública de México.

Ha construido una plataforma teórica y didáctica de la creación literaria, además de su exitoso modelo con perspectiva de género, Mujer: escribir cambia tu vida.

Alfaguara ha publicado sus libros de cuentos El secreto de la infidelidad y El instante supremo y sus novelas El diluvio de un beso, Escenas de ira, tristeza y desesperación con momentos felices y Todos los hombres.

 

 

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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