ENTREVISTA | Uno no es artista porque quiere: Luis Scafati, ilustrador

29/07/2015 - 12:05 am
"Más que pintor soy escritor. Más que pintor, soy dibujante". Foto: Luis Barrón, SinEmbargo
“Más que pintor soy escritor. Más que pintor, soy dibujante”. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

Ciudad de México, 29 de julio (SinEmbargo).- “Viajo con frecuencia a Europa, donde están mis editores, pero vivo entre Buenos Aires y Mendoza”, cuenta Luis Scafati, “Fati”, uno de los más importantes ilustradores de Argentina, donde nació hace 68 años.

No tiene la fama de su amigo y coterráneo Quino, el célebre creador de Mafalda, pero como él comparte prestigio y una obra de culto muy valorada por los entendidos y disfrutada a nivel popular en esa tradición de los ’80 marcada por la sátira, la irreverencia y la valentía de la revista Humor, de su hermana Satiricón, fundadas por el también dibujante Andrés Cascioli (1926-2009) como contrapeso a la censura férrea impuesta por la dictadura militar (1976-1983).

Entrevistar a Fati, por tanto, es entrevistar a un grande de la ilustración, como lo comprueba su reciente obra para la editorial Sexto Piso, El castillo, de Franz Kafka, una novela que al decir del propio ilustrador “inicia con lo kafkiano” en la literatura.

Es ponerse en contacto, además, con un hombre de una sencillez proverbial y con lo que las nuevas generaciones de ilustradores podrían considerar un héroe del oficio, toda vez que con su trazo oscuro, atormentado, sus criaturas a veces monstruosas, supo abrirse paso en un mercado donde suelen triunfar artistas más previsibles y menos osados.

“Ser artista es doloroso, uno no es artista porque quiere”, explica en la oficina de la editorial Libros del Zorro Rojo, que ha puesto un pie en nuestro país desde su España originaria, para llenar las tiendas de libros con hermosos objetos donde la ilustración es el motivo y la esencia.

"El castillo describe el sentido kafkiano" de la literatura de Franz Kafka. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo
“El castillo describe el sentido kafkiano” de la literatura de Franz Kafka. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

Precisamente, para esta casa que ha sido galardonada en 2011 con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial (disposición del Ministerio de Cultura de España), Fati ha ilustrado Informe sobre ciegos, de Ernesto Sábato, La peste escarlata, de Jack London y “El gato negro”, de Edgar Allan Poe, entre otras grandes obras de la literatura universal que lo reconcilian con su vocación primigenia: la de escritor.

Tantas publicaciones en México han ayudado para propiciar una visita a nuestro país, donde hemos tenido el privilegio de entrevistarlo.

–¿Para qué sirve un ilustrador en esta sociedad tan vertiginosa?

–Es una pregunta que me hice a menudo. Fíjate, piensa en El castillo, de Franz Kafka, es un libro completo, no necesita que Luis Scafati venga y le ponga dibujitos. Pero también entiendo que las ilustraciones son otra manera de acceder al mismo libro. Siempre existe la posibilidad, además, de que aquella persona a la que le molesten mucho los dibujitos pueda comprar la edición normal.

–Viviste otras épocas de mayor gloria para los ilustradores

–Lo que pasa es que el periodismo ha cambiado mucho, es otra cosa ahora. Era en papel, había ideología atrás y ahora sólo hay un componente económico al que tienes que adecuarte. De otro modo es muy difícil expresar lo que sientes y piensas. Mi época de oro fue la revista Humor, en Argentina. El libro es el refugio ahora, pero siempre ha estado en mi vida. Cuando tenía 20 años dudaba entre escribir o dibujar. En mi caso, dibujar es relatar. Estás contando algo. Hay grandes escritores que son muy buenos dibujantes y al revés también. Pienso en Günter Grass, quien fue un gran grabador e hizo la portada de casi todos sus libros. Pienso en el polaco Bruno Schulz…

–Te abriste paso con un trazo no demasiado fácil ni concesivo

–Lo que yo quería era dibujar y mantenerme eso. El sentido se lo daba con el epígrafe. Y entró en Humor porque el director y fundador era dibujante, entonces Cascioli valoraba ese trabajo. Muchas veces viajaba en el Metro, los dibujos estaban terminados pero no tenían epígrafe. Lo iba haciendo en el viaje. Era un trabajo inconsciente el mío.

–Nunca hiciste un dibujo fácil para vender más…

–Y no…tal vez porque soy una persona complicada y uno es lo que es, no puede fingir. Uno no elige ser artista. La gente alaba a los artistas, pero no hay suerte en ser artista y lo artístico es doloroso en el sentido de que no siempre estás en el cielo con diamantes, como decían Los Beatles. No, para nada. Lo que hice fue seguir   mi camino inventando o reinventando espacios. Una cosa que me ayudó mucho en mi carrera fue conocer al dibujante alemán George Grosz. Comencé por ver sus dibujos y luego una amiga comenzó a traducirme los epígrafes. Eran cosas muy satíricas. Entonces me di cuenta de que no era tan extraño lo que estaba haciendo. Grosz entró milagrosamente en mi vida.

–Tus dibujos además de satíricos son dramáticos

–Es que los ilustradores argentinos somos como el tango. No es casual. Un tango es una especie de ópera en tres minutos. Es un componente nuestro. La melancolía del inmigrante. Es más, he recibido críticas por eso.

–Tú podrías ser pintor

–No. Lo he intentado, pero el protagonista de la pintura es el color como expresión. No es un don que tengo. Yo estoy más cerca de la literatura. Yo dibujo, no pinto…

–Es difícil dibujar

–Es difícil, pero al mismo tiempo es un don. Todos tenemos dones. Sólo hay que descubrir cuál es y luego desarrollarlo. Hay gente que no le da importancia a lo que tiene, el don es como una planta a la que hay que darle agua y sol en la medida justa. Con el dibujo me pasó así. Lo descubrí y comencé a desarrollarlo en un medio bastante inhóspito, porque aun cuando hoy vea al periodismo con cierta nostalgia, había momentos en ese periodismo de antaño donde también te querías morir. Como cuando trabajaba en la revista Noticias, donde no podía elegir qué nota hacer, pero tenía tres hijos que alimentar. Aun así, siento que he podido crecer en ese medio inhóspito.

–¿Entregar a tiempo?

–Uy, las entregas son tremendas. Es terrible. No existía la Internet, no escaneabas y mandabas. Guardabas los dibujos, te metías en el Metro y llegabas al fragor de un día de cierre donde te puteaban. Andrés (Cascioli) era un tano efervescente y a veces nos enfrascábamos en discusiones absurdas.

–¿Cómo cuáles?

–Y por el tamaño, por ejemplo. Yo hacía dibujos grandes, me gusta trabajar en grande porque mi trabajo es muy gestual. Cuando lo veía reducido le decía: -¡Andrés! ¿Qué has hecho? Y él me contestaba: -Si te lo pago lo mismo, pero no es el dinero le decía yo y así empezábamos a discutir y seguíamos durante un largo rato.

Mi dibujo es muy gestual. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo
Mi dibujo es muy gestual. Foto: Luis Barrón, SinEmbargo

–¿Eres amigo de Quino?

–Sí, porque Quino además es un coterráneo, es mendocino como yo. Además yo era un gran amigo de su primo, que también es dibujante y pintor. En mis primeros viajes a Buenos Aires iba a parar a lo de Quino. Siempre nos vemos.

–Es muy bueno su trabajo de humor gráfico, pero a veces sólo es reconocido por Mafalda

–Eso me mata. Lo siento como algo tan injusto. Una vez estábamos comiendo con él y se acercó un periodista a hablarle de Mafalda, de Felipe, lo increpé para hablarle del humor de Quino, tan importante, tan profundo. ¿Te diste cuenta de que Quino es un filósofo de la imagen?

–¿Hiciste una tira alguna vez?

–Sí, para la revista Tía Vicenta. Pero salieron 40 números, nada más. Se llamaba “Rocamadour el inventor”, un personaje de la Prehistoria que inventaba todo cuando no había nada.

–¿Rocamadour lo sacaste de Rayuela?

–Por supuesto. Rayuela era mi Biblia. Lo leí cuando tenía 21 años. Hace poco salió un libro mío con el título Cadáver exquisito, con cosas muy diferentes entre sí que hice a lo largo de mi carrera. Y en el prólogo cito Rayuela, cuya lectura representó un antes y un después en mi vida.

–¿Cómo viviste los hechos de Charlie Hebdo?

–Fue terriblemente doloroso. Ellos practicaban una manera de hacer periodismo que me hacía acordar a mis tiempos en la revista Humor y que consistía en hacer una junta de contenidos cada 15 días en la redacción. Eso ya no se lleva en el periodismo de hoy. Y los mataron cuando hacían esa junta de contenidos. Eso me impresionó muchísimo. Siento, por otro lado, que jugaban con fuego en un mundo desmesuradamente violento, lo cual por supuesto no justifica nada. Para mí lo preparó la CIA, para algo que se venía. Fue muy grotesco todo lo que pasó. Como lo de las Torres Gemelas, son cosas que golpean en un punto y justifican todo lo que viene después. En un mundo saturado de violencia. Es violencia lo que les hicieron y es violencia lo que ellos hacían.

–¿Tuviste miedo alguna vez?

–Y el miedo me quedó desde los tiempos de la dictadura. No tengo autocensura. No hace mucho le hice una crítica con un dibujo al editor de Perfil, Roberto Fontevecchia y me hicieron entender que me iba a costar. No sé. Son hijos de puta tan llenos de poder e impunidad. Bueno, yo manejo mi pequeño poder: el del dibujo.

–¿Qué piensas de El castillo?

–Es una novela extraña, pero es la que más define el adjetivo kafkiano, al describir ese mundo monstruoso de la burocracia. El Castillo podría haber sido escrito la semana pasada. Franz Kafka describe cómo vivimos ahora. Para cada cosa que haces tienes que llenar formularios, presentar documentos, fichas…yo iba a la editorial en Argentina, entraba, buscaba a la persona determinada y le entregaba los dibujos. Ahora llegas al mismo edificio y te piden documentos, un montón de trámites antes de dejarte entrar. ¡Pero son editoriales! ¿Qué puedes hacer de malo allí? ¿Robarte 10 libros? Además, por lo general, son las editoriales las que te roban y no al revés.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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