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Julieta Cardona

29/07/2017 - 12:04 am

Es la vida

ya cuando caía la tarde sacábamos lo que guardábamos dentro (frutas, botellas de agua, bolsas con ropa, palitas de madera para cocinar) y lo convertíamos en nuestra guarida. y muchas noches, un montón quizá, dormimos con frío,

Ya cuando caía la tarde sacábamos lo que guardábamos dentro. Foto: Julieta Cardona

éramos jóvenes y queríamos aprender a vivir sin dolor, así que juntamos nuestros centavos y compramos un ukulele y un auto pequeño y viejo, pero suficiente. y le pusimos un nombre, como el cochecito era color sangre y nos gustaba volar, le llamamos Petirrojo. recorrimos las tiendas de segunda buscando colchonetas y esponjas que mitigaran la molestia de la espalda al dormir en los asientos derruidos. fue bellísimo porque era lo único que teníamos y

ya cuando caía la tarde sacábamos lo que guardábamos dentro (frutas, botellas de agua, bolsas con ropa, palitas de madera para cocinar) y lo convertíamos en nuestra guarida. y muchas noches, un montón quizá, dormimos con frío,

pero nunca nos faltó nada.

anduvimos miles de kilómetros, más por colores que por carretera: corrimos de los tonos más verdes hasta los secos amarillos anaranjados del desierto. pasamos una noche en medio de la nada, ¿recuerdas? se hizo mierda una manguera del auto y no quedó más remedio que parar. y ahí estábamos: con la boca abierta mirando para arriba y atontados por la lluvia de estrellas cuando bien quedito me dijiste: hermana, en el desierto también hay vida.

anduvimos miles de kilómetros y recordamos a papá y mamá en nuestros tramos más largos del viaje; hablábamos de ellos con tanta ternura que siempre me quedaron ganas de decirles: viejos, somos todos suyos. podíamos pagar una llamada telefónica a la semana y la gastábamos en ellos, y una que otra vez se echaron a llorar porque nos escucharon llorar primero.

anduvimos tantos kilómetros y extrañábamos tanto a nuestra hermana que no pasó un día sin que le mandáramos dos besos; anduvimos tanto que hasta hablamos de esa novia que tuviste y que no has dejado de querer, ¿te acuerdas? te rompió el corazón porque nunca supo bien qué hacer contigo. a todos nos pasa lo de no dejar de querer y todo eso, te dije para apaciguar también mis memorias.

y en nuestras escalas nos conseguíamos trabajos cortos y honestos; el más duro fue el primero, ¿verdad? yo enrollaba cañas de vid en un viñedo y tú hacías ladrillos con un señor que siempre te invitaba a todas partes porque se sentía solo. y nunca nos enojamos con el sol aunque nos pegó todas las horas del día en la cara. es la vida, decíamos, es la vida.

y en medio de tantos pueblos y tantos kilómetros tú te enamoraste de Teresa porque bailaba salsa bien pegada a ti. la quiero, me decías. y yo me enamoré de Jasmine porque olía como debe oler el cielo. nos sobraba coraje y queríamos conocer con ellas el fin del mundo pero para Teresa tú eras el fin del mundo y para Jasmine yo era un pedazo.

ahora ya somos mayores y cuando se nos olvida vivir sin miedo recordamos esos miles de kilómetros y a aquel hombre solo. voltea para arriba, me dices y sí, mi hermano: es la vida.

 

 

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