El poder de la verdad

30/01/2014 - 12:00 am

Cada vez que he tenido enfrente a tratantes de mujeres y niñas, mientras les investigo en sus propios territorios, o a pederastas que supuestamente buscados por la ley comen muy a gusto en finos restaurantes de México, me pregunto cómo es posible que las y los periodistas podamos localizar a los políticos más corruptos y conseguir evidencias incontrovertibles o hablar con narcotraficantes, con explotadores de niñas, con lavadores de dinero vestidos de elegantes propietarios de casas de cambio, y el sistema de justicia mexicano argumente que no les encuentra.

Tenemos cientos de casos que podría enumerar, basta con leer las páginas de este y otros diarios para dar cuenta de la capacidad investigativa del periodismo; incluso activistas derechohumanistas como Lucha Castro, el padre Solalinde o don Raúl Vera han documentado suficientemente los delitos y quiénes son los criminales que los cometen. Pero hoy me concentro en un caso. Nuestro colega y corresponsal de medios británicos el reportero Guillermo Galdós llevó a cabo un extraordinario trabajo en video en el que entrevistó a Servando Gómez alias “La Tuta”. No solamente logró tener acceso a este personaje que, efectivamente parece salido de una serie de ficción; además Guillermo tuvo entrada a una de las minas de acero ilegales operadas por los Templarios y evidenció con entrevistas cómo las empresas chinas compran ilegalmente este metal y lo transportan abiertamente en el puerto Lázaro Cárdenas. Acero que llena inmensos contenedores con toneladas de metal y que las autoridades federales no han detectado (aparentemente). Tampoco las empresas chinas que operan este y otros negocios ilícitos en México son investigadas por el ejército, ni por el CISEN y mucho menos, según mis propias fuentes, por la agencia contra la delincuencia organizada SEIDO.

La gente que le maneja las relaciones públicas a este hombre considerado uno de los más buscados del país, entregó a Guillermo un video en que la Tuta está hablando desde el kiosko de un pueblo, justificando que si no fueran los Templarios quienes gobernaran Michoacán serían otros peores. El público está constituido por mujeres indígenas pobres cargadas de niños, por ancianos que le miran esperando sus limosnas mientras se acercan al final de su vida, y aparentemente han hecho la paz con su realidad: a Michoacán lo gobierna el narco y es mejor escuchar lo que ese poderosos señor tiene que decir. La Tuta, en un acto de magnanimidad no muy diferente a los de los candidatos a las alcaldías de zonas rurales de todo México, les entrega billetes para que compren leche a sus bebés y medicinas para sus enfermos. Soliviantar la pobreza a plazos para mantenerles miserables toda la vida.

Este ex maestro rural sabe que morirá algún día y explica con toda ecuanimidad que lo suyo (la fabricación de drogas, extorsión, secuestros y venta ilegal de metales) es sólo un negocio, si no lo hacen ellos, lo harán otros. De manera poco convincente pide perdón a la sociedad, advierte que sabe que no será perdonado. Mirando con toda tranquilidad al reportero, Servando uno de los más crueles asesinos y corruptores del país, dice que la violencia la han causado los autodefensas. Ellos, por rebelarse ante su poder narco-empresarial, ellas por cuidar a sus hijas y defenderlas de los tratantes Templarios; por defenderse se la buscaron. Si se hubieran sometido, parece decir el criminal, todo estaría en paz. Es un discurso preocupantemente similar al del gobierno mexicano, quienes se rebelen serán sometidos, las organizaciones civiles que no se sometan a la corrupción institucional será descalificadas, perseguidas y denostadas por los gobernadores.

Sabemos que no es cierto, que las masacres seguirían, porque la competencia para mantener el negocio de los ilícito es inmensa en este país y precisa de la violencia como instrumento de implantación del miedo y la autocesnura. El verdadero mercado del aprovechamiento de lo ilícito se lo están peleando los gobernantes y los narcos. La justicia no tiene cabida en esa batalla.

Durante años he investigado a las grandes mafias y sus estrategias para solidificar el negocio internacional de la esclavitud human; hace tiempo que comprendí y escribí que los delincuentes van un paso delante de las autoridades, pero imitan a la perfección las tácticas de políticos y empresarios corruptos para integrarse a la maquinaria feroz del ocultamiento simulado. La Tuta no está loco, creo que es un sociópata que ha seguido los pasos de los más poderosos gobernantes de México, de los más grandes empresarios dedicados al monopolio y al lavado de dinero, de los que han sabido llenar contenedores de productos que evaden impuestos, que roban propiedad intelectual, que se han apropiado de las aduanas.

Las estrategias y métodos de enriquecimiento ilícito de los líderes del narco mexicano están siguiendo los pasos de la mafia Yakuza, a ellos durante décadas la justicia japonesa “no los vio” aunque estuvieran en sus narices. Hoy la Yakuza logró lavar tal cantidad de miles de millones de dólares que está insertada en la parsimoniosa ilegalidad oriental; los gangsters asesinos y secuestradores son hoy banqueros, dueños de millonarios negocios, hoteleros y vendedores de drogas ilícitas que se venden en un mercado controlado libre de sangre, son gobernantes y congresistas, jueces y jefes policíacos. Ese es el modelo de empresa mafiosa que buscan reproducir sujetos como La Tuta y El Chapo, no sabemos que tan lejos estén de lograrlo.

Mientras tanto las autodefensas auténticas, el periodismo ético y las organizaciones no gubernamentales, somos el fiel de la balanza para evitar que se repartan el país en una suerte de Pax Criminalis. Aunque ellos no les quieran ver, nosotros seguiremos señalando sus nombres, apellidos, direcciones y la evidencia de sus crímenes, sólo así defenderemos al país, aunque lleve décadas, aunque a veces parezca indefendible.

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
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