Eliseo Alberto, el gigante que amaba el ajedrez y cocinaba los mejores chícharos del mundo

30/07/2016 - 12:05 am
Eliseo Alberto, cinco años sin su voz de trueno y su corazón amigo. Foto: efe
Eliseo Alberto, cinco años sin su voz de trueno y su corazón amigo. Foto: efe

Mañana, domingo 31 de julio, se cumplen cinco años de la muerte temprana del escritor cubano, tan amigo de sus amigos, “el gran padre” de María José de Diego, quien lo evoca en esta nota destinada a honrar la memoria del autor de libros fundamentales como Caracol Beach -Premio Alfaguara 1998- y el tremendo El informe contra mí mismo.

Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).- Eliseo Alberto de Diego nació el 10 de septiembre de 1951 en Arroyo Naranja, una localidad ubicada en los suburbios de la capital cubana, donde entre otras atracciones se erigen el Jardín Botánico y la famosa Expocuba.

“Soy el que más amé a Cuba”, dijo una vez con ese tono ronco y atronador, propio de un gigante con pecho enhiesto, tan frágil por dentro como todo buen poeta.

Aunque buen poeta en toda la regla fue su padre, el inmenso Eliseo Diego (1920-1994), cuya sombra morigeró cambiándose el apellido literario, aunque asegura la única hija del autor de Caracol Beach, María José de Diego, que padre e hijo se adoraban y que no dejaron ningún pendiente en su relación filial.

“Yo adoro a mi papá, a veces hasta me tienen que dar un golpe para que deje de hablar de él, ahora estoy escribiendo todo un libro sobre su persona. Papá fue un hombre muy sencillo, humilde, era maestro de escuela, venía de una familia muy aristocrática, pero él era extraordinariamente modesto, un católico de verdad. No me pesaba, aunque tomé medidas precautorias”, declaró en 2006 al periódico El Universal.

A Eliseo Alberto, que vivió durante dos décadas exiliado en México, le decían “Lichi” y uno sus libros más resonados fue Informe contra mí mismo, de 1978, donde narra cómo la seguridad del Estado cubano le pidió que hiciera un informe contra su propia familia.

“Escribir Informe contra mí mismo fue una liberación. Me vacié allí por completo, saqué fuera todo lo que tenía que decir sobre Cuba, la política, la Revolución. Así que pude empezar con otras cosas y no me quedé enredado con las cuestiones políticas que tanto daño terminan por hacer a otros escritores”, dijo en una entrevista que le hiciéramos hace unos años.

Lo fuimos a ver a su amplio departamento de la calle Homero, en Polanco y él fumaba y fumaba y hablaba y hablaba, para explicar por qué, si bien amaba a su país de residencia, tenía al mismo tiempo la percepción de que nunca sería reconocido en lo que todavía a principios del siglo XXI se llamaba La República Mexicana de las Letras.

Con Caracol Beach obtuvo el premio Alfaguara en 1998 y ya de antes consideraba a dicha editorial como “mi casa” y en virtud de ello es que María José, la niña de sus ojos, estuvo a cargo de la reedición de Esther en alguna parte, la joya que le faltaba a Alfaguara para contar con el tesoro completo de aquel a quien uno de sus mejores amigos y colegas, Manuel Pereira, llamó “orfebre de la prosa” en español.

Todo lo que hacía Eliseo Alberto parecía hacerlo en forma exagerada. Jugar al ajedrez, amar a mujeres imposibles, escribir con rigor preciosista, cocinar los que Pereira llama “los mejores chícharos del mundo y miré que yo recorrí el mundo”, comer, fumar, comer.

Al fin y al cabo, para el autor cubano, cubanísimo, de La eternidad por fin comienza un lunes, la patria era “un plato de comida” y por eso le gustaba organizar grandes comilonas en su casa para homenajear a sus amigos.

“Yo me como mi país todos los días. Sus frijolitos negros, su yuca con mojo y una cosa que come San Pedro en el cielo todos los domingos. Está comprobado: tamal en cazuela”, contó en 2008 en una entrevista al diario El País.

De todas las cosas que extraña de su padre María José de Diego está su cocina. Ya pasaron cinco años de que murió, joven, a los 59 años, sin poder hacer frente a un trasplante de riñón que le permitiría seguir escribiendo y amando y su única hija añora los platos que le preparaba ese hombre que le puso el nombre para homenajear a una de sus grandes amigas.

“Era muy unida a mi padre, viví casi siempre con él. Era un gran padre, sobre todo un gran amigo. Una bendición”, dice María José.

“Estos días son difíciles. Uno nunca se acostumbra a su muerte. El tiempo no cura, pero te enseña a vivir con el recuerdo y eso es lo que he venido haciendo, acompañada por la gente que todavía lo lee y lo busca. Eso es algo muy reconfortante”, afirma la hija de Lichi en entrevista con SinEmbargo.

“Me gusta la cocina, he aprendido que soy un cocinero extraordinario. Eso lo aprendí cuando me quedé solo con mi hija que era muy pequeñita. A mí la cocina me entretiene muchísimo. Cocino mucho, en mi casa todos los días van a comer diez o doce amigos, casi todos cubanos errantes también, exiliados. Muertos de hambre que van a la casa a buscar su olla popular, digamos. La cocina me entretiene mucho, me encanta cocinar, me gustaría escribir un libro de cocina”, dijo una vez el hombre que estaba convencido de que Dios había hecho el mundo para escuchar el Concierto número 40 de Mozart.

Era un conversador entusiasta y amaba el ajedrez. “Siempre ganaba él, era también un hombre muy competitivo”, recuerda Manuel Pereira.

“México es un país magnánimo, no solamente un territorio acosado por la violencia y el crimen”, escribió en su columna del diario Milenio antes de la operación de riñón que le fuera realizado en el Hospital General y a la que no sobrevivió.

“No sé si fue antes de tiempo. Creo que los tiempos son por algo, claro que me hubiera gustado tenerlo conmigo muchos años más, además como escritor tenía todavía grandes cosas para dar”, afirma María José, una hija que a pesar de la fama de guapo y galán que tenía su padre, no fue nada celosa, según asegura.

“Me daba mucho gusto que fuera tan coqueto y tan gustado. No fui una hija para nada celosa, al contrario, me daba mucho orgullo su galanura. Tenía un carácter fuerte y cocinaba muy bien. Debo decir que él sí era un papá celoso, pero al mismo tiempo muy respetuoso. A veces yo llegaba a mi casa y me ponía feliz encontrar a mis amigos en ella, pero no venían a verme, sino a verlo a él. Era muy divertido”, cuenta.

“Me gustaba verlo escribir, cómo cuidaba y procuraba a sus amigos. Me enseñó que la amistad es un romance y por eso era tan querido. Era un escritor exigente consigo mismo, sus novelas tomaban un largo proceso y le exigía mucho a los personajes, de los que siempre se enamoraba”, dice la muchacha, residente en México.

Cuando Eliseo Alberto murió en el 2011, todo el ambiente cultural mexicano se llenó de ecos que pronunciaban una y otra vez la palabra “Lichi”. “Efectivamente, tenía muchos amigos y todos para él eran importantes. Si me pides una lista de los más cercanos, podríamos estar hablando toda la tarde, tenía muchos cercanos”, dice la hija del escritor.

Uno de esos cercanos es el citado autor Manuel Pereira, quien recuerda que “nunca comí chícharos tan ricos como los que hacía “Lichi”, que por otra parte siempre me ganaba en el ajedrez. Nunca le pude ganar. Qué cosa. ¿Por qué se murió tan joven?”, se lamenta.

“Él sabía que era un buen escritor y aunque siempre me repita, digo que era un orfebre de la palabra. En ese sentido, era el heredero de Gabriel García Márquez, de quien fue muy amigo, aunque la amistad pasó por un enfriamiento a causa de las cuestiones políticas que ya conocemos”, cuenta Pereira.

“El Gabo estaba enamorado de la figura magnética de Fidel Castro y eso lo convirtió ciego ante los errores de su política”, agrega.

De todos los libros escritos por Eliseo Alberto, Manuel Pereira elige El informe contra mí mismo, “un libro que me mató y me hizo llorar. Allí está su retrato íntimo, expresión de una literatura auténtica que cuenta una historia que es también la mía”, expresa.

Eliseo Diego y Eliseo Alberto, en una foto colgada en el muro de Facebook de "Lichi". Foto: Facebook
Eliseo Diego y Eliseo Alberto, en una foto colgada en el muro de Facebook de “Lichi”. Foto: Facebook

¿QUIÉN ERA ELISEO ALBERTO?

Licenciado en periodismo en la Universidad de La Habana, fue jefe de redacción de la gaceta literaria El Caimán Barbudo y subdirector de la revista Cine Cubano. Dio clases y talleres de cine en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba, en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México y el Sundance Institute de Estados Unidos.

Entre sus obras figuran La fogata roja, La fábula de José y El retablo del conde Eros, además de escribir guiones de cine y televisión, entre ellos el de la película Guantanamera, con Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) y Juan Carlos Tabío.

“Un guión de cine, te voy a decir, no sirve para nada, salvo para hacer una película. Eso es muy triste, y se debe a que el cine, siendo tan poderoso, tiene una debilidad. El cine necesita que otro arte se sacrifique por él y ese arte es la escritura. Entre el cine y la escritura existe la misma relación que existe entre el gusano y la mariposa. El gusano tiene que desaparecer para que en su lugar surja otro animal, que muchos creerán que es más bonito, la mariposa”, le dijo al periodista Gabriel Contreras.

Esther en alguna parte, reeditada por Alfaguara en estos días, transcurre en La Habana de 1978, adonde en medio del lamento de Lino Catalá por la muerte de Maruja, su esposa, llega Larry Po, un viejo estrafalario y actor de segunda, a confesarle la doble vida de su mujer: de día era ama de casa, de noche, una imponente cantante de boleros.

En La eternidad por fin comienza un lunes, de 1992, Eliseo Alberto hablaba de un circo pobre que recorre Latinoamérica llevando el arte del mago Asdrúbal, de la trapecista Anabelle, del malogrado león Metro Goldwyn Mayer.

En Crónicas Mexicanas, de 2009, Lichi dio su particular visión de un país al que llegó a amar no tanto como su Cuba natal, pero casi. Contó, entre muchas otras, la historia de los nueve náufragos que sobrevivieron nueve meses a la deriva y, como Monsiváis, habló de Juan Gabriel y de la Virgen de Guadalupe.

La fogata roja fue su primera novela. Se publicó en 1985 y cuenta la historia de un niño que ingresa al ejército de Sandino en Nicaragua. De Nicaragua viene también el escritor Sergio Ramírez, a quien Eliseo Alberto quería mucho. “Una vez le mostré una foto de mi familia. Y él me dijo: debe de ser una de las pocas imágenes que guardas donde están todos juntos. ¿Cómo te diste cuenta?, le pregunté. Es lo que pasa con las revoluciones: siempre falta alguien en la foto, me contestó Sergio”.

Informe contra mí mismo fue su diáspora y su catarsis. Lo escribió en 1978 y lo publicó fuera de Cuba. “Por ese libro me recordarán”, solía decir. “Es un libro a favor de lo que amo, mi familia, los amigos, la isla entera”, comienza el prólogo de un documento desgarrador en donde cuenta cómo las autoridades cubanas le habían pedido, cuando él era soldado, que redactara informes en contra de su familia y amigos: “Lo que realmente importaba era contar con un archivo comprometedor, no una reseña sobre el posible acusado, sino un arma contra el seguro confidente. Un texto donde cada uno de nosotros firmaba, a veces sin darnos cuenta del peligro, el compromiso de nuestro propio silencio, pues tarde o temprano esa página escondida en los naufragios de la historia podría salir a flote con su carga de mierda arriba”.

Caracol Beach fue su consagración internacional. Con esa novela ganó el premio Alfaguara en 1998 y allí la crítica comenzó a destacarlo como un heredero natural y vocacional del realismo mágico, sobre todo de su admirado Gabriel García Márquez.

Escribió también tres libros de poemas, todos hasta 1979. Luego del divorcio de su primera mujer, la bailarina cubana Rosario Suárez, Lichi dejó la poesía.

Una obra preciosa y vigente. Foto: Especial
Una obra preciosa y vigente. Foto: Especial

Su última novela fue El retablo del conde Eros, de 2008. Hizo varios libros de crónicas y publicó también cuentos para niños.

En 2006 reunió los ensayos sobre el ajedrez de Luis Ignacio Helguera (1962-2003) y publicó un libro del que también hizo el prólogo: Peón aislado. Ensayos sobre el ajedrez. Fue en ese mismo año cuando retó al campeón mundial ruso Veselin Topalov en la Casa del Lago Juan José Arreola. Junto al también escritor Daniel Sada, Eliseo le aguantó al ruso una partida de más de cinco horas.

“Hacer una novela es jugar una partida de ajedrez, porque tienes que mover esta pieza sabiendo que después vas a mover esta otra y que diez jugadas más adelante vas a atacar tal punto en el frente del contrario”, decía.

Su hija guarda el profuso material inédito que es su gran legado literario y del que pueden esperarse buenas y futuras sorpresas.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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