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Alma Delia Murillo

30/07/2016 - 12:01 am

Lamentaciones Premium

Me gustaría tener un cerebro de esos que entienden los números, las unidades, las fracciones. Me gustaría creer eso de que las matemáticas son hermosas y mágicas y que el universo empezó con un tres que apareció después de un dos, después de un uno. Pero no. A mí nunca se me dieron los números, nunca.

Diana va a resolver esa suma, decía la maestra y yo quería llorar… una vez casi me hago la desmayada para no ponerme delante del pizarrón. Foto: ellamentonovieneacuento.com
Diana va a resolver esa suma, decía la maestra y yo quería llorar… una vez casi me hago la desmayada para no ponerme delante del pizarrón. Foto: ellamentonovieneacuento.com

Me gustaría tener un cerebro de esos que entienden los números, las unidades, las fracciones. Me gustaría creer eso de que las matemáticas son hermosas y mágicas y que el universo empezó con un tres que apareció después de un dos, después de un uno. Pero no. A mí nunca se me dieron los números, nunca.

De pequeña tenía miedo de la palabra “aritmética”, en serio. Recuerdo que hasta el cuaderno de cuadrícula que era el que se usaba para las operaciones me ponía ansiosa y me paralizaba cuando oía mi nombre para pasar al pizarrón a resolver un ejercicio.

Diana va a resolver esa suma, decía la maestra y yo quería llorar… una vez casi me hago la desmayada para no ponerme delante del pizarrón.

Entré a trabajar a este lugar porque cuando terminé el bachillerato decidí que quería ser pintora, diseñadora gráfica o diseñadora de modas, cualquier cosa en la que nunca más tuviera que calcular una maldita cuenta, donde multiplicar, dividir, calcular raíces cuadradas y todas esas torturas no fueran parte de mi vida. Pero al final no me hice pintora porque empecé a ganar buen dinero de las comisiones y me acostumbré a esto. Conocí a Mario, nos enamoramos y ahora vivimos juntos. No queremos tener hijos pero queremos hacer muchos viajes, estamos ahorrando para eso.

Voy a cumplir cuatro años trabajando para esta marca. Vendemos bolsos y zapatos de piel. Caros, carísimos. El par más barato cuesta seis mil pesos. Claro, todo es de piel auténtica, de materiales increíblemente suaves y bueno, siempre hay clientes para esto.

Tengo una clienta favorita. Está loca pero nos caemos bien, se nota que a ella tampoco se le dieron los números nunca. Yo soy buena para tratar con la gente, me gusta conversar con ellos, ponerles atención. Quisieron ascenderme al puesto de cajera pero no doy una con las cuentas, y eso que me entrenaron, me pusieron a practicar pero lo arruiné, en las prácticas faltaba o sobraba dinero, me perdía con las formas de pago, que si meses sin intereses, puntos oro o puntos back, bueno, hasta para separar los billetes por denominación me hacía bolas. Prefiero seguir de vendedora.

La señora loca (así le digo en secreto) es mi favorita porque viene dos o tres veces por mes, se sienta en el diván y empieza a quejarse de su marido. Que si está muy gordo, que si la aburre, que si trabaja como zombi y se olvida de ella.

Habla de él sin parar mientras se prueba toda la colección y al final escoge dos pares, a veces se lleva el mismo modelo en dos colores. Compra como una descocada y yo sigo encabezando la lista como vendedora estrella.

Cuando se cansa de hablar del marido, repasa los temas nacionales. Se queja de la contaminación ambiental, de los políticos, de la corrupción, de lo mal que funcionan aquí las cosas y lo bien que funcionan en los países que ella visita en sus vacaciones… Ahí empieza con las bolsas, las gafas y los cinturones, es el momento de los accesorios.

Hace unos días vino con los ojos rojos y muy hinchados, como de haber llorado toda la noche. Pensé en preguntarle si había peleado con su marido pero no tuve que hacerlo, se descosió hablando de la muerte del gorila Bantú y de la hembra de rinoceronte que también murió en el zoológico, de todos los animales que han muerto desde que los liberaron del circo. Dijo que el problema, como siempre, era de dinero. Que no se destinaba presupuesto para cuidar de los animalitos (dijo “animalitos” y yo pensé que es raro referirse a un gorila en diminutivo) y que el gobierno debía gastar más recursos en eso. Poco a poco se fue calmando y con su cosecha del día, como ella le llama, se puso de mejor ánimo y hasta me dio un abrazo porque ese día andaba muy conmovida. Me quedé preocupada porque aquí vendemos zapatos de piel de cerdo, de vaca, de cabra, de borrego ¿y si le entra la depresión cuando piense en esos animalitos y deja de comprar?

Esta mañana revisamos el historial de compras de los Clientes Oro para invitarlos a una venta especial, obviamente ella está incluida, en lo que va del año ha comprado treinta y seis pares, once bolsas y dos carteras. Llevo una hora calculando lo que se podría hacer con ese dinero pero me hago bolas. Es que soy mala con los números, les digo.

@AlmaDeliaMC

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