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Tomás Calvillo Unna

30/11/2016 - 12:00 am

La partida del amigo

Decir que la muerte dejó su obra trunca es indagar al destino; por supuesto que su vitalidad pictórica estaba ahí en sus últimas obras y apuntaba a multiplicar sus búsquedas y hallazgos plásticos.

El Gallero, Jesús Ramos Frias
El Gallero, Jesús Ramos Frias

                                  Para Pilar.

El proceso de tu vida te va llevando…encamina la forma de expresión en la que estás. Quizás ya no es estar tan prendido, sino más reflexivo, en otra onda. Eso se refleja, ya no es la explosión de contrastes. Ahora estoy mucho en grises: todos tienen una gama muy mezclada con gris, quizá con un acento de luz, en la parte del dato, una pincelada de amarillo, ya no es una forma que se come al resto, es solo un acento. 

Jesús Ramos Frías , en entrevista realizada por Claudia Quezada en octubre de 2008 , publicada en la revista Caja Curva, en su cuarto número

Hasta sus demonios eran bondadosos, y es que el excelente pintor Jesús Ramos (1959-2016), era el  amigo de siempre. Se le podía dejar de ver por un largo tiempo, pero la empatía no desaparecía y cada nuevo encuentro era otro capítulo de una amistad que tenía su centro de gravedad en su generosidad y sencillez.

Explorador de las texturas del óleo y el acrílico, nunca dejó de ser un clásico en el uso tradicional del caballete y de las proporciones de las telas usadas para sus cuadros. Su mitología estaba en el Altiplano potosino, en su vegetación entretejida de espíritus que compartían el paisaje, con figuras humanas trazadas con la huella de su animalidad genética. Tenía algo de Biólogo así como de la lejana zoología de Toledo y los perfiles de Cuevas, y la intensidad del expresionismo atenuado por ese cosquilleo vital del momento lúdico, pero esas resonancias plásticas fueron solo un punto de partida.

La mutilación estaba presente como una fuerza propia de la naturaleza que sus colores armonizaban. Sus pinturas de los 80s expresan así la infancia rodeada de lo grotesco  y  permeada por los vientos helados de Francis Bacon, la deformación que advertía ya una pérdida y confusión de la sociedad contemporánea; en Jesús Ramos la vivencia de su cotidianidad aligeraba esa dureza y adquiría una suerte  de juego azaroso entre las apuestas de los gallos y el ajedrez de la vida donde la pieza del caballo lo retorna al surrealismo en un homenaje callado a la fotografía  asimilando esos vientos helados de Europa con el malicioso sentido del humor de nuestra cultura.

En toda su obra la experiencia de los mercados de su infancia estuvo presente; ese baño de pintura que son los puestos de frutos, vegetales, chiles, flores, de alguna manera se diluía en sus óleos. No el tema, sino las texturas y sus pigmentos exiliados en el semidesierto adquirían un mundo propio, donde las espinas, los insectos, la tierra, los órganos, aparecían como entes con vida propia, como si pudieran adherirse al cuerpo humano y extraerle sus emociones, sexualidad, dolor y sueños.

Composición en la Alamada. Foto: Jesús Ramos Frias
Composición en la Alameda. Foto: Jesús Ramos Frias

El tono festivo acompañó sus pinturas, a pesar de que la fiesta misma no fue un tema importante. Pero en sus lienzos hay una algarabía dispersa en sus trazos seguros y libres así como en sus tonalidades. La pintura es el arte del silencio y Jesús Ramos realizó su obra desde sus hondos silencios.

La exploración de la morfología que advierte, rupturas y vasos comunicantes a la vez, son una de sus riquezas, como también esa atmósfera mineral que asienta su imaginación y otorga profundidad a escenas que dejan lo común para adentrarse en el asombro.

Su partida en esta semana trae a la memoria el título de José Gorostiza, Muerte sin Fin, y es que frente al dominio del fallecimiento de Fidel, estas partidas  próximas y cercanas como la de Chuy, parecieran ocultarse. Y no pueden, porque son la muerte del amigo que realizó una obra plástica estupenda, que aún está por conocerse y reconocerse más allá del círculo de sus íntimos y de la ciudad de San Luis Potosí.

Ojalá Bellas Artes o la Secretaría de Cultura, donde se formó y enseño, le hiciera un homenaje póstumo a su obra en la Ciudad de México, para que su silencio  y su lenguaje plástico enamorado de la naturaleza y de lo deseos y pasiones que todos compartimos, como nuestros dolores e ironías (recuerdo un cuadro suyo donde el rey desnudo cabalga con su corona ilusionado de poder) se comparta con muchos que encontrarán en su obra una fuente de inspiración y una certeza humana de que el arte en su esencia participa de la conciencia que permite al Ser reconocerse en su Estar y  existir así en plenitud, algo tan extraviado hoy en día.

Decir que la muerte dejó su obra trunca es indagar al destino; por supuesto que su vitalidad pictórica estaba ahí en sus últimas obras y apuntaba a multiplicar sus búsquedas y hallazgos plásticos. No obstante, lo que dejó ya es un tesoro artístico que enriquece nuestra cotidianidad al mostrarnos el abanico del paisaje que solemos olvidar, y que está frente a nosotros: Jesús Ramos sabia firmar esa tela blanca en espera de la hazaña creativa de toda verdadera  pintura;  la muerte sin fin fue su último cuadro.

Semilas. Jesús Ramos Frías
Semilas. Jesús Ramos Frías

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